La guerra que viene

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

La pregunta es: ¿va a estallar una tercera guerra mundial en los próximos días? Afirmar tajantemente que sí es muy aventurado; la respuesta más conservadora sería que existen enormes oportunidades de una confrontación bélica de grandes proporciones que desde este momento, los protagonistas saben, que nadie va a ganar.

La guerra que viene, si es que viene en realidad, se encuentra en estos momentos en las oficinas de los mandatarios de las naciones involucradas y al menos por ahora, se centra en exhibir el poderío militar y la supremacía tecnológica con el fin de intimidar y atemorizar al enemigo.

Las partes, por principio, no creen como superior al contrario y por lo tanto no lo consideran como seria amenaza ni con poder suficiente como para tenerlo como potencia enemiga y, al mismo tiempo, consideran que el adversario sólo hace alardes, que no es tan peligroso como dice y sin embargo, esos alardes sirven para medir fuerzas, para saber hasta dónde es capaz de llegar el otro, hasta cuánto es capaz de aguantar el reto, la amenaza, la posibilidad de un aplastamiento armamentista.

Los protagonistas responden al llamado de la supervivencia para su cultura y raza, de la codicia por los recursos energéticos estratégicos, de la superioridad en todos los sentidos, responden al grito de no perder el nivel dentro del concierto internacional y, desde luego, al de la defensa de sus ideologías y hambre de demonio comercial, territorial y económico.

Corea del Norte, China, India, Rusia y Estados Unidos con sus respectivos aliados, saben perfectamente que una guerra no podrá ser convencional y que de ella, sólo se espera destrucción total, holocausto, el fin de muchas culturas, economías, razas y naciones. No es fácil decidir una confrontación bélica sin antes sopesar que la misma humanidad está en peligro, que el planeta tierra como lo conocemos puede llegar a su fin si hubiera guerra.

Los protagonistas cuentas con armas tan poderosas como sofisticadas que una sola bomba de las muchas existentes en el arsenal de cada país antagónico, es capaz de terminar con la mitad del territorio digamos, de Estados Unidos. Y confían más que nada en la tecnología pues saben o creen que sus escudos antimisiles impedirán la llegada de los cohetes con ojivas nucleares o con elementos químicos del enemigo y que su estrategia y ciencia va a cumplir con su objetivo de proteger a su pueblo y su territorio; o piensan y esperan que su contrario falle y entonces el aniquilamiento sea total.

Las señales de una próxima guerra son claras y sí es posible que ocurra. Corea del Norte y Estados Unidos han enviado señales inequívocas de querer y de encabezar una conflagración mundial en tanto que India y Rusia se muestran mesurados; todos saben que las razones o pretextos son la supremacía militar y de control de los recursos y de la economía. Pero también saben que no habrá ganadores. Por eso tardan las decisiones, retrasan el inicio de las hostilidades, buscan argumentos para responder a la real o supuesta provocación; el reloj del fin del mundo por una guerra nuclear está a segundos de la hora cero; las manecillas están a punto de marcar el final de la raza humana.

Los elementos para una creer que habrá una confrontación entre las más grandes potencias están sobre la mesa, y los dirigentes de los países con más armas y las más letales ya se han leído las cartas, ya tienen perfectamente definido el rumbo de una guerra que acabará involucrando a todo el mundo y de la cual todo el planeta terminará perjudicado. Sí, es posible, que haya guerra; hay intereses de por medio; hay necedad, cerrazón e ignorancia de los protagonistas, las armas “inteligentes” ya están en manos de los ignorantes; la sed de sangre y las ansias de supremacía ya está en la mente de quienes tienen el poder de decidir la vida y la muerte individual y colectiva.

¿Qué podría impedirla? Por desgracia son más los argumentos para que la haya que los motivos para que esta no ocurra. Lo que podría parar esa posibilidad es sin duda la conciencia de los poderosos por impedir un conflicto genocida pero los intereses e ignorancias están muy por encima de cualquier sentimentalismo; tal vez impida la guerra un golpe demoledor del contrario que le disuada responder antes de que tenga posibilidades de demostrar su poder… tal vez no haya si Dios escuchara nuestras plegarias… tal vez.

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