La era de cristal

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Vivimos en una época en donde todo es malo, todos estamos mal y todos hacemos el mal. A alguien, o a algunos, se les ocurrió que no está bien que los niños sean reprendidos, castigados, orientados, disciplinados, educados pues eso, los trauma, los agrede, los ofende y les pervierte su porvenir, su futuro y su vida. Entonces la ley y el orden dice que hay que tratarlos como si fueran de barro o de vidrio, mantenerlos en cuna de algodón y no quedarnos mirándolos feo porque eso es delito, violencia, mal trato y hasta intento de homicidio.

Lo mismo pasa con la mujer que en la exigencia y derecho por alcanzar su libertad se ha liberado a tal grado que ha dejado de lado, para su mal, las buenas formas, la educación, la prudencia, la tolerancia, el respeto y la dignidad. En la defensa de su ser femenino ha trasgredido en ocasiones los límites de la cordura y ha caído víctima de sus derechos y se ha convertido en victimaria de sus anhelos y de sus verdugos, reales y supuestos. En ambos casos, los extremos son malos. La ausencia de normas o del sentido común es mala; el exceso de ambas es peor.

Supongo que quienes han colocado límites, obligaciones, derechos, responsabilidades y libertades a los niños y a las mujeres saben lo que dicen. No en vano han estudiado. Sin duda que esos seres sabios y conocedores saben lo que dicen. Porque no cualquiera sería capaz de llegar a tan elevadas conclusiones y colocar al resto o a todos los seres humanos con una sobrecarga de derechos y nulas o pocas obligaciones y responsabilidades. Son tantas las leyes, normas, protocolos, instituciones aparentemente protectoras, presupuestos, burócratas, estadísticas, gráficas, buenas intenciones y prohibiciones que ya no se sabe dónde empieza y dónde termina el mundo.

En las zonas rurales, en las poblaciones tradicionales o pueblos originarios la educación, la disciplina, el respeto, los derechos, las obligaciones, la dignidad, el honor, la decencia, la prudencia, la tolerancia y otros valores tienen otro significado y diferente uso e interpretación, fin y objetivo. No mejores ni peores, simplemente son diferentes. Las consecuencias de la aceptación u omisión de estos preceptos tienen otro significado; la observancia de los principios tiene otros resultados.

Y aunque usted no lo crea, todavía hay padres de familia que educan a la antigüita: con disciplina, respeto, responsabilidad, obligaciones y educación. Aún hay quienes depositan en sus hijos uno o varios deberes para que sepan poner sus pies en la tierra y conozcan del valor de cumplir. La educación tiene que ver con saber ganarse el pan de cada día y valorar el esfuerzo. Todavía hay quienes no permiten malas palabras o vulgaridades, ni rezongar a sus mayores, ni mentir ni robar ni engañar.  Es educación vieja, dicen. Pero funciona. Es un método de premios y recompensas, de consecuencias, de acción y reacción. Se trata de educación y valores.

También todavía se acostumbra, aunque usted no lo crea y no lo quiera aceptar, la educación añeja que hacía digna, honorable, decente, valiosa, valorada, amorosa, tierna, responsable, educada y respetuosa a la mujer. Todo esto sin negar ni cancelar su libertad y realización. Más allá de ideologías anti machistas, de revoluciones femeninas, de luchas por la supremacía sexual, a esa mujer se le enseñaba a ser respetada, a ser digna de sí misma, se le enseñaba a amar a su familia, a ser útil. A los niños y a las niñas se les enseñaba a ser acomedidos, a ser útiles, a aprender, a ayudar, a servir, a valorar la amistad y a merecer la amistad y el amor.

Con eso, dijeron siempre nuestros ancestros, se formaba a ciudadanos rectos, honrados, honestos, así se producía gente de palabra y que conocían y rendían honor a su palabra. La educación era rígida, sí, era una disciplina férrea, también, pero pocas veces llegaba a la violencia. Una cosa era la educación y otra, la agresión. Había pocos papás y mamás con escuela o profesión, pero había educación y respeto en el hogar; hoy hay papás profesionistas, pero…

Hoy se defiende mucho a la niñez y al sector femenino, y qué bueno, excelente, maravilloso, pero esa forma de nueva cultura o sistema de permisibilidad excesiva trae aparejada la falta de educación, la rebeldía injustificada e inexplicable de los chicos; ya no centra su sentido en la educación, el respeto o la igualdad, sino en la agresión o en una falsa idea de supremacía. El conocimiento y la tecnología no han traído consigo la inteligencia; el uso y abuso de las leyes es sólo a conveniencia.

Como quiera que sea, ojalá esta nueva era deje de sentirse agraviada por todo y por nada, que sean más las responsabilidades y obligaciones que los derechos reales o supuestos; que se base su existencia en el respeto a la vida y no en la supervivencia. Que entendamos que no hay “los demás” pues nosotros somos esos “demás”; que no creamos que hay otros pues todos somos esos otros y que la lucha por los derechos en ningún momento y por ningún motivo implica violar derechos, lesionar, agredir, despreciar o ignorar al resto del mundo.

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