Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
La estrepitosa derrota de los partidos tradicionales y el fracaso de los políticos de siempre en las elecciones de este uno de julio tienen muchas explicaciones, tantas como culpables de que la gente expresara en las urnas el repudio y rechazo a la forma de gobernar de esos institutos políticos. En realidad, una inmensa mayoría de mexicanos estaba ansioso de gritarle al poder su inconformidad por lo que considera agravios y agresiones. No encontrando otra forma de mostrar su enojo y frustración, el electorado se volcó en las urnas y se ensañó con el PRI, PAN y PRD.
Votando, el ciudadano común, el hombre que no encuentra ni conoce justicia, el campesino que no recibe apoyo, el joven que ya no encuentra oportunidades, las mujeres que se consideran vejadas por lo que parece justicia, los artistas que no saben de apoyos ni proyectos y en general, los millones de mexicanos que ven al país desangrándose en una espiral creciente de violencia, decidieron expresar su enojo, manifestar su rechazo al régimen y determinaron ser partícipes de una transformación profunda de nuestra nación.
Miles de personas, desde hace algún tiempo, habían dicho al poder representado por arrogantes y déspotas funcionarios que ya no se iba a permitir más corrupción, más ineptitudes, más arrogancia, más incompetencia, más violencia y más indiferencia. Pero el poder, ciego y sordo, quiso retar al pueblo, creyó que iba a pasar por alto la ambición y que no le iba a importar que brincaran de puesto en puesto y de partido en partido, que no iba a cobrar muy caro el enriquecimiento vergonzoso de los gobernadores, que iba a perdonar la falta de obra y el abuso del poder. Arrogante, el poder quiso humillar al pueblo y la respuesta fue contundente: una derrota que huele a venganza.
Un solo mensaje para muchos destinatarios. Un mensaje que debe escucharse, y fuerte, en el palacio de Allende, de Tlaxcala. Quitarles el voto en los cabildos a los presidentes de comunidad fue una aberración, una estupidez que alguien debería de pagar. Tratar a los habitantes de las más de 400 comunidades como retrasados mentales incapaces de gobernarse fue un grave error. La gente de las zonas rurales estaban agraviadas, ofendidas, violentadas y tenían que hacérselo saber al poder. Ahí están los resultados.
Los inquilinos del palacio de gobierno también hicieron mucho por perder las elecciones de forma por demás humillante este uno de julio. Elevados hasta el infinito, totalitarios, engreídos, alejados de la realidad y de la sociedad, se repartieron el poder y la riqueza vestidos con camisetas de distintos partidos simulando cambio, alternancia y democracia. Creyeron que negando que Tlaxcala era y es el santuario de los padrotes, regateando los derechos de las mayorías, golpeando a ancianos, policías, maestros, estudiantes y gastándose el dinero público en elefantes bancos iban a garantizar su permanencia en el gobierno. Por primera vez el pueblo no olvidó y cobró las facturas.
Negando la gravedad de la situación de violencia creciente no lograron otra cosa que despertar el coraje de la gente. La indiferencia del sistema de justicia hacia las víctimas y los agraviados incrementó el rechazo al régimen. Encontrar oídos sordos en las dependencias del sector agropecuario, en las del cultural, en el sistema de salud, en las instituciones educativas y en las presidencias municipales provocó animadversión hacia los gobernantes que mucho prometieron y le fallaron al pueblo. Y el pueblo tenía unas enormes ganas de expresar su repudio, ansiaba hacerse escuchar, le urgía dejar en claro que el pueblo es el poder y el gobierno es el empleado.
Los resultados que arrojan las elecciones no dejan la menor duda que el pueblo de México se sentía ofendido. La derrota el PRI señala que ya su idea de gobierno es vieja e inútil. Un tercer lugar en las preferencias electorales es humillante; no era necesario llegar a esos extremos pero fue el mismo PRI quien se negó a escuchar y entender. El fracaso del PAN indica que la sociedad no se siente representada por este y al PRD la gente le cobró el atrevimiento de creerse indispensable y necesario para el correcto transcurrir de la historia. Tanto el PRI como el PRD y el PAN hicieron todo lo posible por perder; sus estrategias estaban diseñadas para irse al precipicio y sus candidatos fueron seleccionados para un segundo y tercer lugar. Encontraron lo que buscaron.
Andrés Manuel López Obrador no fue, tal vez, el mejor candidato: era la mejor opción, la única. Y no va a llegar a solucionar todos los problemas del país y mucho menos va a sacar de la pobreza o la mediocridad a la gente en lo individual. No lo hará solo. No lo haría cualquiera que hubiera ganado. Su triunfo es un claro mensaje a los gobiernos ineptos y autoritarios, pero es también una oportunidad para que la sociedad impulse el cambio desde lo particular. El éxito de México no será el triunfo arrasador de MORENA, sino de qué tanto usted y yo y todos hagamos para cambiar para dejar de ser esa cultura que nos identifica no precisamente desde lo positivo.
La derrota de un sistema de gobierno caduco no debe significar venganzas ni humillaciones, sino la enorme oportunidad de cambiar lo que está mal en otros ámbitos. López Obrador o cualquier que pudiera haber ganado las elecciones va a necesitar de todos y todos tenemos el deber ineludible y la obligación irrenunciable de ser buenos mexicanos y contribuir al engrandecimiento de México desde el entorno inmediato.
La nueva historia de México y de Latinoamericana se empezó a escribir el domingo uno de julio, pero sus mejores párrafos están aún por redactarse y para ello, se espera la imaginación y energía, las manos y la voluntad de todos los mexicanos.