Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
El tiempo no puede borrar las palabras de don Alejandro Martí cuando, al dirigirse a las autoridades de procuración de justicia de México, con lágrimas y angustia, gritó: si no pueden renuncien. Tal bofetada dolió en aquellos burócratas ociosos y sin resultados que simplemente no pudieron esclarecer el asesinato de su hija a pesar de todas las evidencias y señalamientos, pero dolió también y profundamente entre la sociedad mexicana que ve con frustración cómo nuestras instituciones de seguridad y de impartición de la justicia simplemente no pueden con la encomienda.
En Tlaxcala la violencia y la inseguridad se han vuelto imparables, incontrolables cotidianas, extremas. El viejo discurso de que esta entidad es una de las más seguras del país cada vez es menos aceptado y el argumento de felicidad general cae por su propio peso y ante la evidente realidad de una sociedad descompuesta, ignorante de valores y principios, intolerante y cada vez más agresiva aunque lo peor, es que las autoridades obligadas a preservar íntegras las vidas y bienes de las personas están lejos de cumplir las expectativas colectivas y los derechos individuales.
A estas alturas de una realidad lacerante, de una situación muy preocupante, ya debieron rodar más de dos cabezas en las dependencias de Seguridad Pública y de procuración de justicia. El silencio de las más altas esferas del poder pareciera un mensaje de incapacidad institucional o una petición de resignación y aceptación de una situación que se va a mantener o que puede aumentar pero para la cual no hay opciones ni planes o proyectos.
El asesinato cruel, aborrecible y condenable de una familia en San Cosme Mazatechochco exige muchas respuestas de nuestros aristócratas burócratas y reclama un informe que nos indique qué están haciendo o que no hacen o que están haciendo mal para tener a Tlaxcala en este grado de indefensión y peligro latente. El silencio cómplice de los funcionarios nos resulta muy, pero muy sospechoso pues hay sectores de la sociedad que no consideran normal tanta ineptitud e incompetencia para detener esta ola de violencia que enluta a cintos de familias tlaxcaltecas.
En la última semana de septiembre y si le gusta a usted, amable lector, en las semanas de todo el 2020, nos hemos escandalizado por una serie de crímenes que exhiben la ausencia de un plan para enfrentar, disminuir y erradicar la violencia en el estado, misma que se traduce en un alarmante incremento en el robo de vehículos, en el crecimiento a los tobos a casas habitación, comercio y transporte pero lo más doloroso, en el asesinato de gente inocente, que estuvo, si bien en el momento y lugar equivocados, también estuvieron desprotegidos y abandonados por el Estado que simplemente, no cumple su función.
Gracias al trabajo de los medios de comunicación, la población se entera día a día, minuto a minuto, del descubrimiento de cuerpos mutilados, amordazados, desmembrados, incinerados y torturados en toda la geografía de este pequeño estado. Los robos de autos se multiplican, los negocios son clientes seguros de los asaltantes y en esta fiesta de sangre y muerte, destaca por su brutalidad el ataque a las mujeres. Hoy más que nunca nuestras mujeres están en grave peligro, están siendo golpeadas, humilladas y asesinadas de la forma más impune de lo que se dice y se cree.
Por menos de esto, en cualquier parte de nuestra república, algunos mandos de la policía estatal, municipal y ministerial, ya hubieran renunciado. Por dignidad, por honor, por vergüenza y por congruencia ya hubieran pedido perdón al pueblo y ya se debieron retirar con la cola entre las patas por su evidente falta de capacidad, por carecer de una estrategia lógica y posible y porque el sueldo que se les paga en ningún momento está acorde con sus miserables resultados.
La sociedad tlaxcalteca no acepta discursos ni pretextos, exige el fin de esta situación de sangre y muerte, pide que las autoridades hagan su trabajo de forma eficiente, que se prevenga el delito y que se castigue a quienes libremente han decidido apartarse de la ley. Para el pueblo de Tlaxcala está perfectamente claro que el sistema policiaco y el de la procuración de justicia no está cumpliendo, que no hay estrategia, que hay colusión de la autoridad con la delincuencia y lo peor, que no existe una forma de frenar el delito y que las cosas se habrán de poner peor en un futuro inmediato.
El reciente asesinato horrendo y cobarde de las mujeres de Tlaxcala exige no sólo justicia, sino que aquellos que cobran sin cumplir se vayan. El dolor, las lágrimas y la impotencia de los familiares que se quedan sin alguien cercano claman la renuncia de quienes cómodamente sentados en sus oficinas sólo se dedican a contabilizar las muertas y elaborar estadísticas y cifras para la autocomplacencia.
Hay muchas personas desaparecidas, hay cientos de carpetas de investigación durmiendo en los archivos, hay infinidad de denuncias sin atender… hay una vergonzosa burocracia inútil, hay desesperación. Y hay un grito que se replica con vehemencia: si no pueden, renuncien.