Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
En los días recientes la sociedad de Tlaxcala ha sido víctima y testigo de hechos violentos aborrecibles que cubren todo el espectro de la degradación humana. Lo mismo conocimos del cruel asesinato de una mujer en San Cosme por su condición femenina que el cobarde homicidio de un niño de catorce años en Zacatelco o la muerte cruel de trabajadores del volante en diversos puntos del estado.
Esto sin duda habla de un alarmante e inocultable incremento en la violencia, pero en muchos casos, más que tratarse de un asunto de inseguridad pública atribuible al fracaso del Estado o la culpabilidad y responsabilidad de los cuerpos policiacos, tiene mucho que ver la degradación social que encuentra en el ajusticiamiento, en el cobro violento de deudas o agravios y en la venganza el arreglo a las diferencias aunque es más un tema de anulación o pérdida total del respeto y de los valores humanos y de ello, no toda la culpa es del régimen de gobierno, o no sólo es culpa del poder.
La aparición de muchos cuerpos de personas asesinadas por cuestiones pasionales, por deudas económicas o por venganzas por motivos diversos y otros pretextos absurdos se sale del control de este y de cualquier gobierno o poder del mundo pues es asunto de conflictos íntimos y personales, mismos que no están bajo la tutela o control del Estado.
Los cuerpos policiacos y el gobierno civil no pueden saber a quién quieren matar y por qué y no tendría la capacidad de impedirlo mediante el convencimiento al probable próximo asesino de no quitar la vida a su prójimo ni podría remediar la situación que subyace en la intención oculta del agresor y en la culpa real o presunta de la siguiente víctima. Nadie tendría la capacidad de brindar protección y vigilancia a quien se sienta amenazado o se sepa deudor de algo. Así, la violencia generalizada se encuentra latente no por incapacidad ni desidia del gobierno, sino por una alta degradación social.
Al gobierno sí se le reprocha el incremento en los delitos de otro orden como son los robos a casas habitación, a transporte de carga, a negocios, los asaltos a mano armada, la venta de drogas, la trata de personas, los fraudes y las estafas y por ellos se les debe exigir respuestas y hasta obligarlos a irse en caso de que no puedan cumplir con su obligación pues para eso se les paga y cobran mucho.
La sociedad tlaxcalteca ve con sospecha cómo los delincuentes actúan en el día y la noche, en todos lados, a ciudadanos de todos los niveles educativos o económicos pues cree que hay un cierto contubernio y complicidad pues no podrán hacernos creer que ignoran quienes son los culpables si los conoce el hijo del vecino y los identifica la prensa y sólo la autoridad dice trabajar, pero no los encuentra.
Es alarmante la idea y predisposición de las actuales generaciones pues quien quiera escuchar y entender lo que piensan los muchachos de secundaria sabrá que ellos saben porque oyen y ven que no tiene caso negociar, dialogar, reflexionar ni pensar pues es mejor matar, eliminar, tomar la justicia por propia mano, pues han aprendido que el mejor enemigo es el que está muerto. Así han crecido, así se los han dicho, eso es lo que ven en la televisión, eso es lo que dicen los corridos y eso es lo que escuchan de sus mayores.
La violencia es generalizada, pero esta no está sólo entre los grupos que se disputan el territorio del narcotráfico o cualquier otra actividad ilegal o legal, sino entre los vecinos, entre la gente que parece de bien, entre los adinerados y los pobres, entre los incultos y los estudiados. Se refleja y se expresa con agresiones verbales, con amenazas, con despojos, con despotismo y con golpes y en el peor de los casos, con el homicidio. Se mata por un problema de tránsito, por una deuda de cinco mil pesos, por un asunto de infidelidad o por agravios atrasados.
Hay una muy preocupante y creciente degradación social que impide respetar el derecho del otro, que sugiere la violencia para hacerse entender o para lograr superioridad o imponer una idea, que anula toda posibilidad del acuerdo y la conciliación; hay el mayor ejemplo en el hogar por la violencia y por el agravio con que se vive paredes adentro, por ignorar el argumento del contrario, por arrebatar y no darse la oportunidad de pedir. En el hogar es donde se degrada la figura de la mujer y se perfila la forma de cobrar agravios y deudas. Es en el hogar y en el entorno íntimo en donde se aprende que es mejor matar que morir.
Sí, Tlaxcala llora la barbarie, la estupidez humana, la sinrazón de algunos malos ciudadanos, llora y lamenta que alguien decida unilateralmente, de forma cobarde y alevosa, quitarle la vida a otro ser humano sin darse ni dar la oportunidad del perdón o del arreglo diferente. Los tlaxcaltecas nos avergonzamos de gente tan cruel, de seres inhumanos, de estar entre quienes han olvidado el valor supremo de la vida y que lavan reales o supuestas afrentas dejando huérfanos, viudas y una oprobiosa huella de sangre que mancha a muchos, a todos.
Inseguridad pública y degradación humana son los males que nos aquejan y que no sabemos cómo contener ni cómo remediar. Más que señalar culpables con dedo de brújula enloquecida los tlaxcaltecas habríamos de hacer un análisis de qué es lo que estamos haciendo mal desde el hogar, de qué forma contribuimos por acción o por omisión a esa degradación social y a qué nos podemos comprometer para continuar como sociedad y cultura inteligente y evolucionada.
En este tema todos somos culpables, pero también todos somos la solución; hagamos algo, hoy, empecemos por nosotros mismos, por la familia, por la calle y el barrio. No todo es culpa de los demás; mucho depende de cada cual en lo individual. Es urgente frenar esta tendencia aniquiladora y absurda: mañana puede ser demasiado tarde.