Historias de Pandemia: No hay virus que mate la fe

“Ya sé qué es perderlo todo para valorar siempre lo que tenga”.

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Daniela fue, siempre, una chica inquieta, emprendedora, hábil para todo. Apenas recién salió de la secundaria y ya había abierto una pequeña tienda miscelánea en su pueblo, misma que, al terminar la prepa, se había convertido en el negocio mejor surtido en cuadras a la redonda. Era admirada y reconocida por su familia y amigos. “Salió muy lista esta muchacha” decían y coincidían.

Pudo haberse ido a estudiar a cualquier universidad y pudo ingresar a cualquier carrera sin mayor problema pero lo suyo eran los negocios. Le entraba a todo lo que se comprara y se vendiera y que dejara ganancias. No desaprovechaba oportunidades ni ofertas y tenía una especial habilidad para reconocer el éxito y el triunfo.

Antes de dar el salto hacia la fama y el dinero Daniela ya daba señales de refinamiento, ya hacia alardes de poder económico. Vestía ropa de marca y su auto era del año. Como toda muchacha gustaba de divertirse y de acompañarse de amigas a quienes les costeaba una parranda en el antro, en la casa de alguna. Era desprendida, amable, buena onda a pesar de que se le reconocía la pequeña fortuna que ya poseía.

Un día alguien le habló del negocio de su vida, de la oportunidad para despegar y alcanzar los cuernos de la luna. Se trataba de invertir fuerte pero seguro; las utilidades se verían casi inmediatamente y serían jugosas. Ella, experta en el tema vio, efectivamente, una propuesta viable y posible. Así es que luego de informarse lo suficiente aceptó.

Aquí en Tlaxcala vendió su tienda, un terreno herencia de su madre, liquidó los negocios dispersos y pequeños y con cinco millones de pesos se fue para Yucatán, la tierra prometida. Ahí, en la zona turística, en donde llegaban visitantes extranjeros adinerados, gringos cargados de billetes verdes, instalarían una tienda de artesanías. Así es que luego de obtener los permisos, el local, los exhibidores y estantería y, la mercancía de primera, junto con su socia que aportó la misma cantidad de dinero y esfuerzos, se dispusieron a volverse ricas. Todo estaba perfecto; nada podría fallar.

Ajenas a las noticias, a los periódicos y los noticieros, desinteresadas de todo cuanto proviniera del gobierno y del poder, ignorantes del acontecer en el país y en el mundo, jamás escucharon respecto a un virus mortal que se esparcía por el mundo como una niebla mundial. Y si hubieran escuchado de una pandemia seguramente les hubiera importando nada.

Así es que apenas diez días después de la inauguración de su negocio, que por cierto, registraba un rotundo éxito, llegaron funcionarios municipales a ordenarles el cierre del local y les exigían el encierro obligatorio a piedra y lodo en donde no las pudiera alcanzar el virus mortal.

Claro que no lo aceptaron. Protestaron, amenazaron con un amparo, acusaron abuso de autoridad y amenazas al progreso y rechazaron todo lo que viniera del poder. Pero la realidad las alcanzó más pronto que rápido: todo mundo cerraba, todo mundo huía, todos acataban las disposiciones sanitarias y en pocas horas, ese centro turístico tan concurrido, esa zona exclusiva de gente rica, se quedaba desolada. No había turistas felices, ni restaurantes abiertos, ni boutiques exclusivas con clientas sofisticadas. Eso lucía muerto.

Pero para las amigas emprendedoras era asunto de unos días. Habían escuchado que el pico de la pandemia se alcanzaría allá por mediados de abril o cuando mucho, a finales de ese mes. Una semana, dos, tres quizás, de encierro, no eran problema… pero pasó el tiempo, corrieron los días, las semanas, los meses, y el maldito covid-19 no sólo no cedía, sino que aumentaba en sus consecuencias. Pronto supieron de la muerte de conocidos y amigos, de familiares y compañeros.

Al poco tiempo tuvieron que vender la mercancía para sobrevivir y ya por principios de agosto, poco o nada les quedaba para vender. Intentaron conseguir empleo pero nadie les dio, todos estaban igual económicamente. Todavía a mediados de agosto se aferraban a permanecer en ese paraíso llamado Yucatán y esperando un milagro, deseaban que se reactivara la economía; ya no fue posible, aunque hubiera semáforo naranja ya era demasiado tarde.

A principios de septiembre Daniela regresó a su terruño. Vino con las manos vacías, apenas con dinero para los pasajes y ya en su pueblo, contó las monedas que le sobraban y que le servirían para sobrevivir al menos dos o tres días.

Sí, Daniela vino sin sus sueños, sin el triunfo prometido, pero de ninguna manera vencida, ni abatida ni derrotada. Dice que viene a agarrar fuerzas, a retomar impulso, a cazar la primera oportunidad que se le atraviese. Sí, dice, lloré por los resultados de mi aventura pero también me enorgullece la enseñanza. Ya sé qué es perderlo todo para valorar siempre lo que tenga.

Así es que Daniela viene a tomar a Tlaxcala como plataforma que la impulse a salir adelante. Y lo va a lograr, de esa está plenamente segura. No viene a pedir prestado, ni a dar lástima, ni a que la llamen fracasada. Viene a empezar de cero y a demostrarse, a demostrarle al mundo que cuantas veces caiga, se va a levantar hasta que ya jamás nadie ni nada la derrumbe.

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