Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Doña Isabel tenía dos años trabajando como secretaria cuando conoció Joaquín, el contador de la empresa constructora. Claro que apreció, de inmediato, el porte distinguido del caballero en cuestión. Le llamó la atención la pulcritud de su vestuario, el aroma de su perfume, su voz y su caballerosidad. Ninguna mujer podría evitado observar esos detalles aunque para la señora, de 39 años de edad, eso era prohibido: era casada.
Sin embargo, a los pocos días de convivencia laboral, él le dedicó especial atención a ella, y ella, notó que era especial para él. Y aunque su comunicación era estrictamente de trabajo, las miradas lo decían todo: se gustaban. Doña Isabel desechó inmediatamente la mínima posibilidad de una aventura. Ya tenía una hija de veinte años y otro joven de quince, era una esposa fiel, responsable, respetuosa y respetable, educada y entregada al hogar, al esposo y a la familia.
Sin embargo, una tarde en que todos los ingenieros y operarios se ausentaron, Joaquín hizo referencia a la hermosura de doña Isabel. Lo dijo de tal forma que se le enchinó la piel. Se sonrojó pero no dijo nada ni dio muestras de cuánto la había perturbado esa muestra de admiración. Con el paso del tiempo y ya con mayor confianza, él le decía cosas bonitas. Le resaltaba su belleza, el color de sus ojos, la delicadeza de sus manos, su perfume y hasta su porte de fina dama.
Lo peor, se dijo, es que esas muestras de cariño o galanteo o admiración, le estaban gustando y tal vez, hasta extrañaba de Joaquín esas expresiones continuas y al perecer, sinceras. El golpe final a lo que parecía una conquista se dio cuando el contador le llevó un ramo de rosas, un disco de música romántica y le regaló un perfume. Eso descontroló a la secretaria al grado de ponerse colorada del rostro y no saber qué decir. Se sintió halagada pero incómoda. Fue un dulce tormento: una agradable carga de conciencia que la mantuvieron inquiera por la tarde e insomne por la noche.
En lo que sí coincidía con ella misma es que tenía mucho tiempo, desde sus épocas de novia, que no escuchaba palabras bonitas, ni recibía regalos ni se le daba tanta atención ni se le llenaba de detalles. En realidad siempre tuvo envidia de las mujeres que reciben rosas, que escuchan una canción de amor al lado de su amado, que les dicen que las aman, o que les gustan o que las desean, que las extrañan. Eso era algo nuevo para ella. Algo hermoso; flotaba en nubes de algodón. Vivía en un mundo prohibido, pecaminoso, pero hermoso.
Lo que tenía que empezar empezó la tarde en que los socios de la empresa anunciaron el despido de varios empleados y el contrato de sólo unos cuantos entre los que se encontraban, Isabel y Joaquín. La paga era apenas un poco más pero el trabajo era triple. Los obligaban a llevar trabajo a casa o a quedarse horas extras. Eso, sin embargo, significó más tiempo juntos y con menos miradas indiscretas o inquisidoras. La tarde en que estaban solos, al acercarse por cualquier asunto, al mirarse a los ojos, la magia del amor o la flecha de la desventura los atrajo tanto que los llevó a la entrega.
Para Isabel fue algo indescifrable: se sentía amada, valorada, feliz, pero también reprochaba su debilidad. ¡Era mujer casada! La fascinación por la aventura sin embargo, no la apartó de su amado. Así es que continuó con su idilio sin demostrar absolutamente nada en el hogar; jamás nadie sospechó nada. Por lo tanto el cuento de hadas continuó y a cada encuentro amoroso, se juraban amor eterno y una relación a prueba de separaciones. Nadie nunca nos va a separar, dijeron, cuando ni siquiera se habían enterado que el mundo era víctima de una pandemia.
El lunes que se presentaron a laborar encontraron cerrada la oficina. Ni se preocuparon. Quizá la intendente no pudo llegar a tiempo, pero en cualquier momento alguno de los socios abriría las puertas de la empresa. Y sí, sí llego el gerente sólo para preguntarles si acaso no sabían que se suspendía toda actividad en el estado, en México y el mundo. La orden era encerrarse, proteger la boca, no acudir a eventos masivos ni a lugares de concentración incluso, ni siquiera a hoteles… a hoteles.
Isabel y Joaquín se separaron la tarde del día siguiente después de un encuentro fragoroso en su motel preferido. Se alejaron con la promesa de un pronto reencuentro, quizá después de un mes, o dos, ni que el covid-19 fuera eterno y tan grave, ni que un amor así de grande lo iba a matar un simple bicho.
Pero pasaron los días, las semanas y los meses y la maldición de los enamorados no sólo no bajaba de intensidad y en sus efectos mortales, sino que ampliaba el confinamiento, mataba a amigos, familiares y conocidos, cerraba empresas, quebraba la economía del mundo y alejaba todavía más a los amantes y la posibilidad de reencontrarse. La primera semana sin Joaquín fue para doña Isabel un tormento, la segunda semana fue la locura y dos meses sin verlo fue el inicio de una agonía. Ni siquiera podía comunicarse con él por teléfono. Se suponía que no había para qué.
Así es que la mujer entró en depresión. Se volvió irritable, intratable, grosera, violenta. Nada ni nadie la consolaba ni la entendía. Ha llegado incluso a hablar del suicidio. La familia se encuentra muy preocupada por los graves efectos de la pandemia en la señora de la casa. Eso lo comprenden muy bien porque ella fue mucho de fiestas, de trabajar dentro y fuera de la casa, fue muy amiguera y alegre. Lo que sí recuerdan bien es que si estaba mal, se puso peor cuando le hablaron de la oficina para preguntar por su salud y de paso, le comentaron del fallecimiento por covid, de algunos compañeros suyos, ingenieros, clientes, funcionarios, proveedores… hasta el contador Joaquín había muerto. Eso le dijeron.
Doña Isabel vive una pesadilla, incluso dice que mucho le gustaría morirse. Me contó que no podría vivir sin el único hombre que la hizo feliz, la que la realizó como mujer y la convirtió en una amante ardiente y desinhibida. Por eso me aconseja amar intensamente ahora que se puede, ahora que aún no se resienten los graves efectos de la pandemia, no en toda la gente, no como en ella que le arrancó al amor de su vida. Eso fue lo que me dijo.