Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
A pesar de las buenas intenciones, del estridentismo con que se anuncian y presuntamente se ejecutan, no obstante el presupuesto que se les destina y los ríos de tinta con los que se promueven, hay algunas cosas que no funcionan. En materia de erradicación prevención y erradicación de la violencia hacia la mujer y en cuanto al combate a la corrupción mucho se dice y se gasta y poco o nada se logra.
Las marchas violentas e irracionales de las femenistas radicales, el daño al patrimonio público y privado en las protestas y los estudios, foros, encuentros y proyectos institucionales no han frenado en lo más mínimo la violencia hacia la mujer. Los feminicidios no sólo no han disminuido, sino que se incrementan y la ausencia de resultados positivos mantienen al sector en estado de vulnerabilidad constante.
Mucho se dice, pero que no se entiende, para tratar de explicar el origen de la agresión hacia las femeninas y mucho se hace, pero se hace mal, para justificar o pretextar el nulo resultado para evitar que las mujeres sigan siendo asesinadas en las circunstancias que usted indique.
Y es que en este tema no se ataca el origen del problema pues este tiene su génesis en la educación y no me refiero a la escuela. Las generaciones actuales carecen de valores y principios o no los tienen tan firmes y fuertes a grado tal que desconocen la importancia del respeto, de la dignidad, de honor, de hacer el bien, de la preservación de la vida propia y ajena. Las actuales generaciones se encuentran desorientadas, confusas, sin arraigo, sin un rumbo perfectamente definido, viven por vivir.
En vez de declaraciones folclóricas de besos y no balazos, en vez de excesos de libertades, en lugar de libertinaje tolerado o confundido con libertades, los padres de familia deberían recuperar de forma responsable su papel de ejemplo y educadores, de guías y maestros, de prototipo de respeto y honor y las autoridades deberían incluir en los programas de enseñanza en las aulas temas que tengan que ver con las leyes, la justicia, la igualdad, la tolerancia y las consecuencias de un mal comportamiento o el pago por ignorar normas y principios de una vida en común.
Por lo que respecta a la corrupción, también mucho se dice y se gastan enormes cantidades de dinero y de tiempo para tratar de explicar sus orígenes y consecuencias, como si no supiéramos que quien tiene influencias y dinero lo puede todo y que las reglas o la regulación excesiva en los trámites de gobierno son el motivo único del ofrecer, pedir y recibir dinero a cambio de un favor. Los gobiernos estatal, federal y municipal son la causa de la corrupción. Los funcionarios que saben cómo funciona la burocracia son la fuente de la corrupción.
En este caso, al ciudadano le conviene ofrecer o acepta dar un dinero, que sortear todas las rampas que pone la regulación y que van encaminadas a no dejar otra alternativa que la mordida. Una coma, un acento, una palabra mal escrita, son motivo para frenar un trámite, para mandar al usuario a volver a empezar de cero y chingarle su existencia. Una lana lo resuelve todo. Estamos en México, dicen. No hay imposibles si hay unos billetes de por medio.
Los requisitos para abrir un negocio, para solicitar una obra, para aclarar un error en el acta de nacimiento, para pedir un servicio o para hablar con la autoridad rayan en lo estúpido y en lo absurdo. Tanta burocracia y exigencia nos hace creer que no quieren trabajar, que no les importamos a pesar de que nosotros les pagamos, que son nuestros empleados, que no son dueños ni de la silla en la que se sientan y que por cierto les compramos para que se sienten y nos atiendan y nos sirvan.
La corrupción deriva de la falta del conocimiento de nuestros derechos y del alcance de sus facultades y obligaciones. La ignorancia cobra muy alto nuestra falta de interés por exigir lo que nos corresponde y por negarnos a poner en su lugar a quienes nos tienen que servir con eficacia, eficiencia, respeto, educación y amabilidad.
En México hay cosas que no funcionan porque simplemente queremos que otros cambien para que las cosas cambien, pero olvidamos que nos hay otros, sino que nosotros, somos los otros.