¿Hacia una rebelión social?

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Resulta extremadamente deprimente la imagen que los gobernantes y políticos en general han ofrecido en los recientes días. Sus actitudes, acciones y declaraciones resultan francamente patéticas y son el signo inequívoco de que han perdido el piso, de que no transitan los días ni el mundo con el resto de los mortales y que es su planeta diametralmente opuesto al de la sociedad que los puso donde están y que les paga su elevado salario.

Lo mismo en cualquiera de los 60 municipios del estado de Tlaxcala, entre los diputados locales (como nunca antes subordinados al ejecutivo), entre los legisladores federales y los senadores y hasta en el gobernador, se dan casos de ausencia de sensibilidad, pérdida del sentido común, falta de capacidad para entender la realidad y una triste carencia de humildad para reconocer yerros, incapacidades, promesas incumplidas y peor aún, se observa la falta de voluntad para reconocer la supremacía de la impunidad y la corrupción.

En México llegar al poder es encontrar la enorme oportunidad de enriquecimiento. Pocos, muy pocos, son aquellos que de verdad buscan encumbrarse para servir y aun estos, fracasan por las inercias, las leyes no escritas y las presiones de los poderosos.

Desde cualquier posición, pero siempre al amparo del poder que da estar en el gobierno, quien llega busca por dónde hacer fluir dinero para beneficio personal. Las facturas infladas, los sobreprecios, los diezmos, los entres, las mordidas, el chayote, el desvío de recursos, el no registro de los ingresos, la venta de plazas, el cobro de favores, las traiciones y miles de artimañas más sirven para aprovechar la oportunidad de enriquecerse ilícitamente aunque no de forma inexplicable.

Y si no es en lo oscuro, sí se puede enriquecer a la luz de las leyes al servicio de unos cuantos. Basta con hacer lo que la ley no prohíbe. Es decir, busquemos lo que no vedan las leyes y desde ahí hagamos lícito el enriquecimiento como por ejemplo, démonos salarios de ofensa, asignémonos aguinaldos de escándalo, otorguémonos bonos de vergüenza, paguémonos hasta la risa a precios muy altos si al final de cuentas, la ley lo permite. Legal sí puede ser; justo, no; legal tal vez, ético, no; permitido puede estar, pero por honor, dignidad y respeto no se debe aprovechar.

Desde esa posición se llega a los extremos, a las extravagancias, a los actos irracionales, al abuso de poder, a la misoginia y a la discriminación, a la pérdida de valores y a la degradación del sagrado deber de servir que debiera ser el único fin de alcanzar la posición de gobernar.

En los recientes días nos hemos encontrado con las enormes cifras que el poder legislativo local se asigna para aguinaldos y prestaciones, recurso que está muy lejos de justificar el mediocre desempeño de los legisladores. En el senado, vemos con vergüenza y mofa la ocurrencia de una representante tlaxcalteca regalando gelatinas, en el poder judicial estatal hemos sido testigos de cómo se comprueba el gasto facturando tangas y perfumes femeninos y en los ayuntamientos actuales vemos con indignación un asqueroso saqueo del haber público.

Y no pasa nada pues si hasta los funcionarios y empleados de las dependencias e instituciones hacen lo mismo y aprovechan que la ley en sorda, ciega y muda y desentendida para servirse con la cuchara grande si finalmente, dicen, oportunidades en la vida son pocas y hay que aprovecharlas pues jamás se van a volver a repetir: si no es ahora, cuándo…

Y mientras en las comunidades los presidentes auxiliares suplican recursos así sean pocos para una obra, mientras en los hospitales se mendiga un medicamento, en tanto que los pobres ruegan por justicia ante los jueces y ministros y se niega apoyo a deportistas y artistas, los gobernantes alejados y ajenos del pueblo abusan de su ignorancia y su ambición.

Toda esta desigualdad, injusticia y abuso son el caldo de cultivo para un explicable y hasta justificado levantamiento o rebelión o reacción social. En realidad para allá vamos.

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