Fuera de control

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Los recientes actos de justicia por mano propia ocurridos en diversos municipios de nuestro estado, son una clara e irrefutable muestra de que las cosas ya están fuera de control o, en todo caso, de que se ha llegado al límite de confianza hacia las autoridades encargadas de procurar la justicia en Tlaxcala.

Las cosas se han salido de control, pero no necesariamente o no solamente desde las autoridades de cualquier nivel y ámbito de competencia, sino del control de los padres de familia que han perdido el sentido de autoridad sobre sus hijos y que no han sido capaces de darles educación basada en el ejemplo y los principios fundamentales de respeto y valores.

Jóvenes que pretenden incursionar en la delincuencia han caído en manos de una sociedad harta de los agravios e impunidad. Lejos de pretender entregar a la policía a los infractores mejor se hace justicia por propia mano segura de que si han de salir libres por y con cualquier pretexto, se les deja claro que al menos en ese lugar, ya no deben intentar volver a cometer una fechoría.

La familia de esos muchachos desadaptados ha dicho, luego de conocer del linchamiento o golpiza colectiva a sus vástagos, que desconocían a qué se dedicaban sus muchachos. Dicen saber o creer que trabajaban honradamente, que incluso tenían un horario de entrada y salida de su casa y se comportaban como quien tiene a dónde ir y qué hacer.

Atrás de todo esto hay una familia disfuncional. Si hay dos tutores en el hogar falta autoridad de ambos, ninguno es ejemplo, no hay sentido de responsabilidad, existe exceso de permisibilidad, se tiene ausencia de valores, se da el exceso de libertades, se permite el libertinaje y se carece de una costumbre de bondad, de solidaridad, amistad y amor.

Sí, las cosas se están saliendo de control, pero desde la familia. Y las consecuencias de no crear un núcleo familiar unido, solidario, comprometido con los demás, se reflejan en la presencia de jóvenes de cada vez menor edad, en la delincuencia organizada, en el narcomenudeo, en el servicio como halcón a la mafia, en las adicciones empezando por el cigarro y alcanzando la mariguana y la cocaína. Y de eso, sólo unos pocos padres lo saben o al menos están conscientes de la realidad de sus hijos. El paso de esta situación a la delincuencia y al riesgo de ser linchados o ejecutados por la mafia es cosa de días, de circunstancias… de la voluntad divina.

Sí, la violencia no es siquiera la última opción. Pero es una realidad alentada por los nuevos tiempos que son confusos, difusos. Se camina hacia una peligrosa nueva forma de solucionar las controversias, cobrar las dudas, alcanzar la riqueza y la notoriedad: la violencia como forma de vida, el asesinato como forma de pago, el crimen como normalidad social.

Lo triste es que en este panorama no aparece la justicia, la ley, las instituciones creadas para mantener el orden, la paz social, el clima que permita el desarrollo individual y colectivo. Mientras en las colonias populares, en los barrios marginados, en las zonas alejadas del desarrollo se incuba el resentimiento social, se tiene como única opción de delincuencia para salir del anonimato y de la pobreza, el poder judicial se pudre en riqueza, en abundancia, en abusos, en sueldos ofensivos y se aleja de la sociedad que lo enriquece hasta la burla.

La sociedad no cree en la policía. No cree en los ministerios públicos, ni en los jueces, ni en las comisiones de derechos humanos, ni en algo que sugiera poder institucionalizado. Por eso prefiere hacerse justicia por propia mano y en el peor de los casos, se prepara mental y físicamente para enfrentar una sociedad agresiva, violenta, para luchar en contra de iguales, o más débiles o más fuertes… la ley de la selva. Sale a la calle ya desprovisto de piedad, de sentido de ayuda, de miedo.

Las cosas se están saliendo de control y no hay muchos esfuerzos por revertir esta tendencia hacia la autodestrucción de la sociedad. En ese rumbo equivocado quienes más pierden son los jóvenes que están creciendo sin valores. Ya no tienen en las iglesias o religiones el modelo a seguir, ya no experimentan el respeto por sus padres y muchos menos por su mayores; ya en la escuela han dejado de aprender sobre principios y ética y civismo. Las cosas están muy mal y se van a poner peor si no hacemos algo…

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