Bajo los influjos del alcohol y hasta de otra droga, personas se arrojan a provocar la reacción innata de un animal
Bernardino Vázquez Mazatzi/Escritor y Periodista
Una de las expresiones que exhiben la bestialidad humana y la representan como una especie terrestre involutiva y retrógrada, es su gusto por los espectáculos sangrientos en donde además, hay una cierta forma de éxtasis y morbo por la muerte, la cual complementa esa sed de violencia, dolor, tragedia y sangre…
Lo de Huamantla, más allá de una idea equivocada de ser una actividad que represente la cultura o forme parte de una identidad social, es una de las formas refinadas de deshumanización de las actuales sociedades y muestra de una total ausencia de valores y carencia de respeto a la vida tanto de las personas como de los animales.
La demostración de barbarie y sinrazón expuesta en las calles de esa ciudad que extrañamente es “pueblo mágico”, anulan de alguna forma los alardes de civilización y modernidad que aunque se encuentre rezagada en algunas personas, presumen las mayorías de las culturas inteligentes más cultas del planeta.
De verdad resulta inexplicable, estúpida e inconsciente, la actitud de quienes, conociendo del peligro de muerte que representa enfrentarse completamente indefenso y e inexperto a una bestia, bajo los influjos del alcohol y hasta de otra droga, se arrojan a provocar la reacción innata de un animal, sólo para complacerá una turba de idiotas ansiosos de ver caer a la víctima, solazarse con los rictus de dolor y expresiones de agonía, para excitarse con la sangre que brote tibia y a borbotones de un sujeto que deja el pellejo y la existencia de la manera más absurda.
Pese a los argumentos a favor de ese circo romano, muchos no le encuentran explicación a una actitud como esa y menos entienden o aceptan que se trate de convencer de que eso es arte, es cultura, es turismo, es valentía, es natural o es una de las actividades de feria que más gente atrae y por lo tanto se le deben rendir honores.
Los detractores de esa fiesta de sangre y muerte entienden, identifican y califican a “la huamantlada” como una de las más aberrantes formas de diversión y como una de las más deshonesta oportunidad de unos cuantos para enriquecerse embruteciendo a otros unos cuantos para confundirles los sentidos y arrojarlos a los toros con la garantía y seguridad de que van a salir perdiendo, es decir, que resultarán heridos o, muertos.
Los argumentos de exculpación de quienes debieran ser responsables y culpables de la barbarie son muchos y ante ellos, poco o nada se puede hacer, primero, porque son los dueños de los reflectores y del dinero y luego, porque conceden a las víctimas su libre derecho a morirse o de quedar marcados de por vida ante la risotada histérica del público sediento de sangre y muerte y ansioso por comprobar que para divertirlos hay muchos estúpidos disfrazados de valientes y alentados por el alcohol que en estos días corre a ríos por tan mágico pueblo.
Torturar y burlarse de un ser vivo indefenso, asesinarlo a sangre fría, provocarle las más dolorosas heridas y hacerle manar sangre de sus lesiones para complacer a una turba es un indicativo de que algo en la conciencia humana y en la inteligencia, evolución y civilización está mal, algo no le funciona al hombre en el cerebro, algo se le ha desconectado de la razón, del respeto y de la moral. Espectáculos como el de Huamantla no tienen lógica, no tienen cabida en los sentidos medianamente humanistas, no acepta explicaciones que intenten darle una explicación alejada de un festival de sangre y muerte.
La raza humana, la civilización de este tiempo, la situación de sobrevivencia de algunos pueblos y civilizaciones, está urgida de una mejor percepción y entendimiento de la vida y ansía como nunca erradicar la barbarie de la guerra, la estupidez de la intolerancia y una mejor distribución de la riqueza; agregarle este tipo de espectáculos no abona en nada a la evolución del hombre y, por el contrario, lo arroja irremediablemente al precipicio de la autodestrucción.