Homero Aguirre Enríquez
Tecomatlán, Puebla, el municipio donde hace 48 años nació e inició su florecimiento Antorcha, es la sede de una de las ferias culturales más importantes del país y abre los brazos para recibir, desde mañana 19 de febrero y durante una semana, a decenas de miles de visitantes, muchos de ellos paisanos migrantes que especialmente retornan por estas fechas para estar presentes en la feria de su pueblo.
“La Feria de la unidad entre los pueblos”, como acertadamente se denomina a este importante acontecimiento, que incluye baile, música y poesía nacionales e internacionales; espectáculos de rodeo de altísima calidad; concursos para rescatar la deliciosa y centenaria comida típica regional, bailes populares con grupos musicales como la Banda El Recodo y el Conjunto Primavera, entre otros; juegos pirotécnicos, alegre carnaval, coloridos desfiles de sus jóvenes y niños; todo gratuito, como resultado de la acción colectiva realizada durante meses para recabar fondos con rifas y concursos, no es algo que corra en sentido contrario con el desarrollo del municipio, sino que es uno de sus exponentes más elocuentes y ejemplo claro del espíritu de lucha y progreso que alienta en este pueblo emblemático que se levantó de su marginación y postración ancestrales, colocándose como un ejemplo nacional para quien quiera aprender de él.
La de Tecomatlán es una hermosa Feria popular en un municipio bello, desarrollado y pacífico, características cada vez más ausentes en los municipios de nuestro país, asolados por la inseguridad, la marginación y la pobreza. Quien entre a Tecomatlán, recorra sus calles y sus pueblos confirmará que la visión de conjunto que ofrece el municipio es impresionante por su belleza y armonía, altamente contrastante con el abandono que sufren muchos pueblos de esa y otras regiones de México. En Teco no hay calles maltrechas y oscuras ni edificios en ruinas, sino vialidades bien trazadas, iluminadas y pavimentadas, que arrancan con un Arco monumental que alberga un museo en la entrada del pueblo; escuelas que van desde la ludoteca hasta el nivel superior; auditorios, jardines bien cuidados, un hermoso balneario, un hospital regional, un enorme albergue estudiantil; la iglesia de San Pedro Apóstol, un templo del siglo XVI, que ha sido sometido a un cuidadoso proceso que lo conserva como una joya arquitectónica; una hermosa y moderna casa de la cultura y una unidad deportiva que serían la envidia de muchas ciudades, entre muchas otras características urbanas y culturales. En cuanto al paisaje humano, abundan los jóvenes y niños que estudian, al grado que no es exagerado decir que Tecomatlán es una ciudad estudiantil, en la que viven y asisten a la escuela cientos estudiantes de estados vecinos.
Es necesario preguntarse como logró Tecomatlán, que en los años 70 era uno de los municipios rurales más marginados, llegar a ese desarrollo y desde hace años organizar una Feria de esas dimensiones y calidad; qué han hecho los tecomatecos para sacudirse la marginación en un país donde el presupuesto público lo concentra el gobierno federal (y ahora mucho más que antes), mientras que los municipios a duras penas sobreviven con un mísero presupuesto y muchos jamás logran cambiar su realidad, cuyo empozamiento proyecta una dramática imagen de postal añeja en la que no sucede nada aunque pasen los años, salvo que algunos se vuelven pueblos fantasmas donde nadie habita porque la gente huye de la pobreza y la violencia.
La explicación de ese aparente milagro es muy sencilla, aunque su realización ha costado mucho trabajo: desde 1974, los habitantes organizados de ese municipio junto con los gobiernos municipales organizados y articulados con el Movimiento Antorchista a nivel nacional se propusieron construir en la realidad de ese lugar un modelo a escala de lo que pudiera lograrse en nuestro país en términos de desarrollo. Ese modelo no concibe a la organización y movilización sociales como a enemigos, sino como recursos indispensables; coloca como objetivo principal el bienestar de la mayoría y no el enriquecimiento de unos pocos y sostiene que la pobreza y marginación sólo es posible acabarlas con una redistribución de la riqueza producida por los trabajadores y una aplicación intensa de gasto público en obras y servicios.
Armados con esa visión y determinación, los antorchistas hemos logrado que los niveles de gobierno federal y estatal, que normalmente concentran todas las obras y programas de desarrollo, los apliquen en Tecomatlán, aunque hay que decir que eso ha costado años de lucha, cientos de gestiones, movilizaciones y plantones, así como mucho trabajo colectivo de sus habitantes en la realización de sus obras. La historia de Tecomatlán y sus grandes logros, entre los que se cuenta la posibilidad de albergar una Feria con la dimensión, calidad y belleza como la que inicia mañana, demuestran que no es con pequeñas dádivas monetarias, como las que se distribuyen en las tarjetas que ha puesto de moda el actual presidente de la república, como se construye un municipio desarrollado. Los pueblos deben comprender que sólo formando una fuerza social organizada y con mucha determinación que exija reparto justo de la riqueza social se logrará que los municipios y el país entero dejen su estancamiento, su pobreza, su tristeza, su violencia desatada, “porque en nosotros mismos/ en la lucha/ está el pez, está el pan/ está el milagro”, como sintetizó genialmente Pablo Neruda.
Los invito a hermanarnos con un pueblo luchador, entusiasta y alegre, nos vemos mañana en la Feria de Tecomatlán.