Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Y aquí estamos, muriendo de miedo, encerrados por el miedo, rodeados de pánico, presos de la incertidumbre, acorralados por los rumores, probables víctimas de todo y nada, destinatarios de mensajes apocalípticos, estadísticas y gráficas, números posibles de contagio o de muertos en un mundo en decadencia por culpa de un virus inoculado por la desidia de muchos, la ambición de pocos y el fanatismo de una inmensa mayoría.
Aquí estamos los que somos materia de experimentos comerciales, sociales y culturales, los que sólo tenemos derecho al miedo y quienes sólo servimos para probar la resistencia al hambre, a la incertidumbre y a la capacidad de acepar las directrices de los dueños del dinero y de la salud y la vida de millones de seres humanos desechables, mortales, quebradizos, débiles.
Hemos dejado las calles tal y como se nos ha indicado, ya no tenemos derecho de ir a los mercados, a los bares, a pasear el perro al parque y a las iglesias para quejarnos ante las divinidades de nuestra mala suerte, a suplicar por la salud y la existencia a un Dios que si no se divierte de nuestra situación, ya le somos indiferentes. Ya no tenemos siquiera el alivio del virus del fut bol ni como deporte ni como pasatiempo por la televisión; de la noche a la mañana hemos dejado se ser libres, de ser dueños de un empleo y un salario… de una garantía de otro día.
Entramos a la fase dos del miedo, al punto del no retorno, del punto de partida hacia lo improbable e incierto; nos han despojado de las posibilidades, de los tal vez y de los hasta mañana, hasta siempre, buenas tarde… se derrumban economías en todo el mundo, caen las bolsas de valores, suben las divisas, baja el petróleo, se cancelan fuentes de empleo, cierran factorías, despiden trabajadores, obligan al comercio de la cuadra a cerrar y al ciudadano lo cazan como libre para obligarlo a encerrarse, a desaparecer, a esfumarse, a no ser nada ni pedir ni opinar ni expresar ni escuchar inconformidades.
Estamos aquí todos iguales, con el mismo miedo e igual incertidumbre. Con el mismo valor de parias, de menesterosos, de víctimas, de ejemplares para el experimento. Tú, con un título profesional y tú, analfabeta sin estudio; tú, dueño de un Larborghini y yo, dueño de una bicicleta; tú, con una enorme fortuna en el banco y aquel, con los 20 únicos pesos que lleva en su bolsa y tú, muñeca de aparador vestida con diseños caros y ella, luciendo sus trapos desteñidos, todos, con el mismo valor y precio, con las mismas posibilidades de ser difuntos o enfermos contagiados o motivo del discurso.
Siempre fuimos la posibilidad de la fortuna y la tragedia, de la longevidad y de la muerte prematura, del poder y la sumisión… nos dijimos y creímos hijos de un mismo creador; nos aseguraron que todos éramos iguales ante la ley, que teníamos los mismos derechos y obligaciones, que teníamos el mismo origen y destino, pero no lo aceptamos; llenos de egoísmo y de arrogancia rechazamos esa similitud universal. Y nos dimos cuenta de esa igualdad hasta que llegó en los tiempos modernos, como ha llegado puntualmente en la historia del hombre, un virus capaz de vernos como somos: mortales, frágiles, exactamente iguales y destinatarios de un destino común. Vaya suerte.
Y pues resulta que a estas alturas de la tecnología, de las ciencias avanzadas, del conocimiento contenido en un botón de camisa, de la era de las clonaciones y de los alimentos de a mentiras, de las enfermedades contagiosas, de la civilización que nos separa de los simios, en donde las flores y el dinero son de plástico y los besos y saludos son a distancia y entre quienes no se verán nunca, estamos los mortales, escondidos como topos, temerosos como conejos, temblorosos como gacelas, encerrados como ejemplares de zoológico y con la posibilidad de ser como pollos de granja en vísperas de la feria.
Nos han recetado la fase dos del miedo a un enemigo invisible pero real, a un virus de miseria pero con el poder de matar de miedo, con la capacidad de destruir economías en todo el mundo, de borrar del mapa empresas y negocios, de terminar con la vida y la quietud, con la posibilidad de un nuevo día y con la duda de que exista en realidad el Dios al que le rezamos y le encargamos nuestra salud.
Bienvenidos a la fase dos de todo y nada, seamos testigos del fin de la inocencia y de la ruptura del futuro para los niños. El Covid 19 llegó para matar si no de enfermedad, sí de miedo.