Estrategia de malos resultados 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Si bien es muy aventurado decir que la política de seguridad del gobierno federal es un fracaso rotundo e innegable, lo menos que podemos decir y creer es que no cumple las expectativas, que no está dando los resultados urgentes y necesarios y que carece de estrategias complementarias sólidas, tangibles, viables y de resultados a corto, mediano y largo plazo.

Definitivamente, alardear de resultados discutibles y confusos no ayuda en nada. Decir que la estrategia de seguridad en el país está dando buenos resultados es un discurso sin rumbo y sin destinatarios. En las estadísticas, en el discurso, en las gráficas y en las buenas intenciones la delincuencia, la violencia y la incidencia de la mafia van a la baja, en la realidad, en la percepción social, en el ánimo del pueblo, eso no es cierto. Las cuentas alegres no ayudan. Las declaraciones triunfalistas sólo sirven para generar más violencia.

La sensación de inseguridad en el país alcanza niveles muy altos. No hay ya sitio en todo el territorio nacional que no esté ocupada o al menos contaminada por grupos organizados, incipientes o fortalecidos, que dominan la economía o algunos sectores sociales o productivos. Lo mismo hablamos de trata de personas, de narcomenudeo, de mafias dedicadas a préstamos de dinero, extorsiones, fraudes, asaltos, guachicol, secuestro, siembra y cultivo de enervantes y un sinfín de nuevas modalidades de delincuencia.

No, no se nota una disminución en la violencia ni en la delincuencia y sostener hasta de forma necia y fanática que sí, es un falso consuelo, un autoengaño, una esperanza fallida y hasta un buen deseo, pero finalmente, deseo, no realidad. En la percepción generalizada la violencia e inseguridad van al alza y cada vez más la sociedad se siente vulnerable, se sabe desprotegida.

El discurso y la política no dicen que parte del problema está en lo que debería ser la solución. Para nadie es un secreto que algunos cuerpos policiacos de cualquier nivel están infiltrados por la mafia y que gobernantes y líderes diversos han sido coptados por la delincuencia. Sin esa complicidad la delincuencia no hubiera alcanzado estos niveles, esa crueldad y ese avance que parece irrefrenable. Las oraciones, misas y ruegos no sirven. Los discursos tampoco. Ni siquiera sirven los miles de millones de pesos destinados al rubro.

Y la estrategia está incompleta, o equivocada, porque no es con palabras lindas ni con regaños ni con advertencias de castigos infantiles como se vaya a terminar o disminuir el nivel de violencia que agobian al país. Hace falta más que propuesta o promesa. Hace falta determinación y voluntad sin que eso necesariamente represente un baño de sangre y un escenario de balaceras en cada esquina y de muertos por docenas, aunque esto último ya lo haya. Se necesita la fuerza del Estado con estrategia, con inteligencia, con la coordinación de todas las instituciones, con la eliminación de las instancias y funcionarios contaminados y cómplices.

Pero también urge la colaboración de la sociedad y del sector educativo. Ningún esfuerzo va a prosperar si los padres de familia siguen haciendo creer a sus hijos que la vida del delincuente es de abundancia, de disfrute e impunidad. De nada sirve esfuerzo alguno si como pueblo seguimos permitiendo actitudes y acciones negativas en la descendencia, si hay excesiva permisibilidad y poca o nula educación y disciplina. La sociedad como tal no está haciendo su trabajo o lo está haciendo mal o está haciendo demasiado poco.

Y la parte que parcialmente ha omitido su obligación y responsabilidad es el sector educativo o la escuela o la enseñanza que ha olvidado incluir en sus programas de estudio el asunto de los valores. No hay materia que enseñe el respeto, la disciplina, la tolerancia, la igualdad y todos los aspectos o elementos que tienen que ver con la educación y los principios de convivencia pacífica. Si existen esos apartados, son mínimos, insignificantes, insuficientes o de plano ignorados u omitidos.

No podremos hablar de un rotundo fracaso, ni de una inútil o estéril lucha gubernamental, pero sí de que la estrategia adolece de muchas insuficiencias. Tal vez todavía sea tiempo corregir el rumbo o agregar a esa intención más argumentos y elementos.

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