El reciente asalto a la reforzada residencia de la familia Torre Mendoza, en Apetatitlán, hace unos días, demostró que nadie está a salvo de un brote de delincuencia. En ese caso, se dice que los maleantes no se llevaron nada de valor, solo la memoria de las cámaras de vigilancia para no ser identificados.
Con la información a la mano, en un asunto bastante cerrado, se puede saber que los delincuentes no se llevaron nada de valor porque no iban por nada de eso. Todo lo planearon debidamente, como profesionales, pero la seguridad privada de la familia propietaria de La Providencia, hizo su trabajo, aunque en ello se fue la vida a uno de los guardias.
Al parecer, el objetivo del grupo delincuencial era una persona en específico, pero no pudieron consumar su objetivo. Difícilmente podría tratarse de un amedrentamiento, no tendría caso, simplemente fallaron.
Pero más allá de las especulaciones, es un hecho que Tlaxcala no está dentro de una cápsula en la que no pasa nada. La inseguridad también está a la orden del día y aunque no en niveles alarmantes, nunca debemos dar nada por descontado, sino estar preparados ante cualquier eventualidad.
El huachicol es la muestra más clara. Las comunidades aledañas a los sitios por donde cruzan los ductos de Pemex, en los límites de Puebla y Tlaxcala, han hecho que la zona haya aumentado su peligrosidad exponencialmente, poniendo en riesgos muchos ciudadanos porque otros tantos se han sumado a ese negocio ilícito.
Como daño colateral, se han incrementado los robos de vehículos porque los huachicoleros necesitan vehículos en qué transportar el hidrocarburo, tal como las propias autoridades civiles y militares en Tlaxcala lo han reconocido.
Entonces, cabe exigir mayor garantías de seguridad a los gobiernos de los tres niveles, pero al mismo tiempo, fomentar la cultura del autocuidado para no verse sorprendido.
