Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Son muchas las expectativas que general el próximo proceso electoral de este año, y muchas de ellas, nada tienen que ver con la renovación de las personas que nos representan en las cámaras de diputados y senadores, y de quienes nos hacen el favor de servirnos como empleados ya sea el presidente de la república o las gubernaturas y presidencias municipales.
Las elecciones de este año y el triunfo o el fracaso de algún partido o candidato supone beneficios o pérdidas para unos o para otros aunque en realidad, la vitoria o el fracaso de cualquier ideología o aspirante nada habría de significar para la sociedad en general y para un individuo en particular si no se entiende que el cambio está, antes que nada, en la actitud de cada uno de los mexicanos y en las perspectivas y aspiraciones individuales y generales.
Echar a un partido de los pinos y meter a otro que creemos mejor o menos peor y tener como expectativa que habrá de quitarnos responsabilidades y obligaciones, que habrá de utilizar su varita mágica para aparecer riqueza y desaparecer violencia, que solucionará todas nuestras necesidades y suplirá nuestros deberes o que tendrá que desaparecer la pobreza y hacer brotar la abundancia es un autoengaño, es un imposible, una mentira, una broma pesada para quien lo cree y por el momento el más demagógico de los discursos.
Definitivamente no hay fórmulas mágicas para sacar adelante al país y lo que digan los políticos en su campaña no es más que un discurso de buenas intenciones y en un recurso viejo y anacrónico. El cambio de partidos y de personas en el poder poco o nada va a cambiar si antes no es la sociedad la que haga posible y realidad un cambio en la actitud de la gente. A México no necesariamente o no únicamente lo frena la corrupción y la violencia o la falta de voluntad y dignidad de los gobernantes; hace falta, primero una modificación en las expectativas y compromisos desde la individual que se reflejen en la general.
Las calles llenas de basura, los autos estacionados en las rampas para discapacitados o sobre las banquetas, el rechazo individual al pago de multas, la agresión hacia las autoridades, los malos ejemplos desde el seno familiar, el uso y abuso de drogas y alcohol en la cabeza de la familia, el machismo, la violencia hacia las mujeres y todo aquello que tiene que ver con la ausencia de valores y carencia de principios no son adjudicables al poder o al régimen en turno, la realidad es mucho más grave como para responsabilizar a unos malos gobernantes que a veces no son aptos y como sea, pueden ser sustituidos o tienen una vigencia determinada. Los valores en fa familia, no.
Quien exige también tiene que hacer un examen de conciencia, tiene que mirar hacia adentro y en su entorno para ver cuánto ha hecho para que la corrupción se dé, para el mal funcionamiento del alumbrado público, para la existencia pandillas en el barrio, o la aparición de las drogas entre nuestros hijos y a falta de rumbo de las muchachas… todos, o muchos, por acción o por omisión, de una forma u otra, somos responsables de la decadencia de la sociedad y de mucho de ello, los gobierno de todos los noveles, tienen muy poca o ninguna culpa ni responsabilidad.
México requiere un cambio pero este no lo trae el próximo presidente de la república, no carga con él la conciencia social, ni la responsabilidad ni el respeto, no contempla en su proyecto general la conciencia individual ni va a poder cuidar a los jóvenes de las drogas o el alcohol como no lo hacen los padres de familia. Por mucha renovación moral o programas de educación que instrumente, ningún partido o gobernante tendrá la capacidad de modificar la actitud negativa que se adquiere con la irresponsabilidad y los vicios enraizados como cultura, costumbre y forma de vida.
Al mismo tiempo que emitimos nuestro voto, habría que reflexionar hasta dónde le corresponde al nuevo gobierno sacar adelante al país y hasta dónde es nuestra obligación y responsabilidad. Las cosas no se hacen solas.
