Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
En el asunto de los feminicidios muchos hombres y mujeres consideran que el problema no es de su incumbencia al no ser víctimas o carecer de un caso cerca de su familia. Esto nos hace ignorantes de las causas, consecuencias y gravedad que encierra la violencia hacia la mujer, fenómeno que se ha recrudecido en los recientes tiempos ante la sospechosa complicidad e incompetencia de las autoridades que tienen la obligación de salvaguardar la integridad del género femenino.
Cierto que el problema es muy complejo pero lo es más cuando los funcionarios e instituciones no tienen un programa de acción o carecen de los conocimientos para enfrentarlo. Personalmente he sido testigo de cómo los especialistas que envían a las escuelas o a dictar conferencias con grupos de mujeres no reúnen los conocimientos suficientes y no son convincentes en sus aseveraciones o propuestas. He visto cómo estudiantes, padres de familia y adultos terminan rechazando el discurso y ponen fin de manera abrupta la ponencia.
El asunto es un problema de género, sin duda. Y tiene su origen y raíz en el seno familiar pues es ahí en donde los individuos, de ambos sexos, conocen, fomentan y sufren el machismo que es mediante el cual se incuba el dominio del hombre y el sometimiento de la mujer. Es en la casa en donde el hombre aprende que la mujer es objeto y propiedad, que es donde la una se acostumbra a estar al servicio del otro, que puede obligársele por medio de la violencia y en donde conoce que la mujer tiene un precio y que puede ser explotada.
En realidad, las políticas públicas, los programas, los presupuestos y en general ninguna de las acciones gubernamentales atiende el fenómeno desde el hogar. Justifica el gasto en el desarrollo de proyectos superficiales, confusos, dispersos, esporádicos y casi ninguno ofrece resultados tangibles, sólidos, demostrables. La cruel realidad ha rebasado al diagnóstico y las buenas intenciones, ya ha superado el discurso y la estadística, ya se encuentra fuera de control en algunos sectores de la sociedad.
Así es que mientras el gobierno rechaza que exista la violencia de género y en particular los feminicidios, mientras se ofende cuando se confirma a Tlaxcala como santuario de los padrotes y en tanto se acumulan las muertes de mujeres en todo el territorio, en los hogares se sigue alimentando el desprecio inaceptable hacia las damas y se continúa predisponiendo a los hombres a imponerse a la mujer por las buenas o por las malas. En machismo es uno de los padres de este cáncer.
Falta crear conciencia en los padres de familia y en general en todos los adultos de cuál es la parte de responsabilidad que tienen en la violencia hacia la mujer. Con pequeños o enormes detalles, con significativas acciones o insignificantes omisiones, con una educación equivocada o muy insuficiente, en casa se sigue promoviendo la violencia hacia la mujer y las consecuencias de esa falta de cultura de respeto, inclusión, tolerancia, igualdad y equidad continuarán dando como resultado más agresión hacia el sector y más asesinatos de odio o por cuestiones de género.
La continuidad de este mal se puede y se debe romper si todos, cada uno de nosotros, desde el lugar en que nos encontremos, desde nuestra responsabilidad o espacio de influencia y desde lo individual o lo comunal, dejamos de hacer algo que promueva, fomente, dé valor, haga importante, facilite, consienta, encubra o cobre y pague por acciones que denigren, agredan, violenten, prostituya, exploten y quiten la vida a una mujer.
Es en el hogar en donde los padres deben inculcar el respeto, la igualdad y la equidad de todos los integrantes de la sociedad. Debemos enseñar que los delincuentes no son sólo los padrotes que explotan a las mujeres, sino quienes las contratan para el servicio sexual y que dejar de pagar por una mujer corta de tajo esa denigrante actividad: si no hay demanda no hay oferta. Habrá que redoblar esfuerzos en explicar a los miembros de la familia que la violencia no es aceptable ni es normal ni necesaria y que esta no es sinónimo de valentía sino por el contrario, es ejemplo claro de cobardía y ausencia de valores.
El gobierno a través de sus instituciones debe dejar de hacer cuentas alegres, de exponer cifras a modo e impedir seguir haciéndose como el tío lolo y primero, reconocer como muy grave el tema de los feminicidios y en general el de la violencia hacia la mujer y tiene que instrumentar acciones y programas de eficacia y resultados, no de papel y de a mentiras.