Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Algunos aventureros de las predicciones electorales ya se atreven a vislumbrar el escenario después del uno de julio del presente año. Tal vez animados por la euforia partidista, o ansiosos de reflectores y credibilidad, los agoreros del futuro pronostican una derrota humillante para los candidatos presidenciales del PRI y del PAN, que juntos o por separado, dicen, no le verán ni el polvo al originario de Tabasco.
De cualquier forma, tanto Ricardo Anaya como José Antonio Meade han hecho hasta lo imposible por perder; se rezagaron voluntariamente, colaboraron para preparar su tumba y hasta escribieron su epitafio. Ambos no entendieron que la campaña era de propuestas, no de agresiones. Se dedicaron a golpear y a mencionar en cada mensaje a su oponente y con ello posicionaron el nombre, imagen y discurso de morenista.
Sus mensajes belicosos, llenos de reproches y tratando de inducir miedo a la sociedad se revirtieron a grado tal, que cada “spot” ha sido entendido por el electorado como una invitación a votar a favor de Andrés Manuel López Obrador y a rechazar el discurso propio pues en él la gente encontró un contrasentido o una aceptación de culpa por la situación del país.
Escuchar a Meade hablar de combatir la corrupción cuando él mismo es señalado de ello, o de combate a la pobreza cuando su partido y el gobierno en turno la incrementaron, o de eliminar la violencia cuando hoy como nunca México se desangra elevó al máximo la animadversión de la gente hacia su candidatura y hacia los partidos políticos que lo proponen.
Ricardo Anaya nunca entendió que estaba en campaña, que tenía que hacer propuestas, presentar proyectos, enviar mensajes conciliadores, unificadores, de confianza y solidarios, pero en vez de eso se dedicó a culpar a su oponente de todo y nada. Tal actitud hace que la sociedad se harte y rechace hasta agresivamente al candidato y sus mensajes de odio y miedo.
Para el electorado ambos candidatos presidenciales fueron víctimas de sí mismos. Sus muy pocas propuestas, sus mínimos discursos que quisieron plantear un proyecto de nación fueron diluidos y sepultados por el encono y la confrontación. El desencanto de los propios panistas, perredistas, priistas y verde ecologistas hizo que en público y en privado, en voz alta y en voz baja, se revelara y que incluso gritara consignas a favor del aspirante de MORENA frente a Anaya y Meade.
Los asesores, coordinadores de campaña, dirigentes políticos nacionales, estrategas y lambiscones jamás entendieron cómo frenar el avance de López Obrador. Lo que intentaron les salió mal, les resultó contraproducente, se les revirtió. Porque detrás de la imagen que quisieron exhibir y del discurso con que el que los proveyeron careció siempre de credibilidad, de fuerza, de convencimiento. Había atrás de esos candidatos una historia, unos resultados, una experiencia y nunca positiva. Hablan de piedras y se tropiezan, hablan de lodo y se embarran, hablan de trampas y caen, hablan de corrupción y son señalados…
Los adivinos del futuro en realidad no tienen que esforzarse mucho para imaginar y proponer un escenario electoral. Es más, creo que ni es necesaria una bola de cristal o una baraja: Andrés Manuel López Obrador es, hasta la segunda semana de mayo, imparable y las campañas de Anaya y Meadre simplemente no despegan, no convencen, no dejan de ser odiosas, de ser violentas y provocadoras. Ni con el cambio de estrategias funcionan. Vaya, a estas alturas, ni sustituyendo a los candidatos ni el PRI ni el PAN y PRD podrían ganar.
La maquinaria en contra del candidato de MORENA está a todo lo que da. Los medios de comunicación y los personajes afines a los otros candidatos y partidos hacen uso de toda estrategia y recursos para tratar de restarle simpatía al originario de Macuspana. Pero no funciona, no obtienen los resultados esperados. El mensaje se comporta como boomerang y por increíble que parezca, así favorecen a su oponente.
El electorado ahora se comporta como juez que sentencia. Ya juzgó, ya analizó y con el rechazo a los candidatos del PRI y PAN condena. El veredicto es: culpable. Sin apelación ni alegatos. Una sociedad agraviada se dispone a castigar. Los agravios, reales o supuestos, van a ser cobrados en las urnas y ya no hay marcha atrás. Los análisis serios, objetivos, profesionales así lo proveen. No se trata de filias o fobias, sino de mostrar una realidad que hasta este momento es contundente. La realidad que se vislumbra después del uno de julio no pretende satisfacer ni quedar bien con nadie.
Y aun falta el efecto López Obrador. En algunas entidades y para algunos puestos de elección popular se traducirá en triunfos demoledores.