Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
El día que por decreto se declare el fin de la pandemia, se contarán más los muertos por miedo, por suicidio, por hambre y por la ausencia de oportunidades laborales, mismas que se esfumaron tras una criticable decisión de cerrar las fábricas, las escuelas y las oficinas por temor a un enemigo presuntamente total y definitivamente invisible, que como consecuencia de un virus de origen incierto y de creación atribuible lo mismo a los poderosos de la economía y la política, que a los extraterrestres y a las ondas magnéticas del 5G.
Cuando las nubes se disipen o cuando la gente en el poder determine que ya pasó el peligro, que todos estamos a salvo bajo la capa protectora de la ciencia y la consciencia, cuando la gente normal ya tenga el permiso de utilizar su libertad y vuelva a ser dueño de su limitado y vigilado albedrío, nos encontraremos con una nueva pesadilla, esta sí tangible y visible, la de la desaparición de las fuentes de empleo y el desmantelamiento de la industria, una economía en el suelo y un sistema educativo en total colapso.
Finalmente no se podrá discernir respecto a qué fue peor, si la pandemia limitada a determinados sectores y de consecuencias cuestionables o el aniquilamiento de la riqueza de una nación o de muchos países dizque infectados. Para cuando llegue a su fin la real o supuesta amenaza de salud, México y otras naciones latinoamericanas habrán retrocedido décadas en su desarrollo y su población habrá empobrecido a niveles similares a los registrados en la época de la Revolución.
Las actuales generaciones habrán perdido todas las oportunidades imaginadas o imposibles de creer. El deporte habrá perdido una o dos generaciones y los potenciales atletas ya habrán perdido el interés por sobresalir o simplemente participar. En términos de cultura y arte, muchos creadores en sus obras darán cuenta de esta verdad a medias o de esta mentira con visos de verdad dejado testimonio de una generación que se ocultó de lo oculto y se escondió de lo invisible y que le dio más espacio al miedo que a la razón y al sentido común.
Si en tiempos neutrales y de supuesto desarrollo sostenido en nuestro país muchas universidades eran verdaderas fábricas de desempleados, luego del sospechoso y forzado encierro los jóvenes titulados y con profesión acreditable pasaron a formarse entre los miembros del comercio informal y otros tanto a engrosar las filas de la mafia que más que nunca creerá que la violencia es el mejor camino.
Si en otros tiempos los muchachos exigían nuevas y mejores oportunidades en la planta productiva, tras el paso de la crisis de salud verán canceladas todas sus opciones y a toda costa buscarán realizarse así sea en lo ilegal o de plano, se entregarán al ocio con la garantía y seguridad de que el régimen paga la inactividad y permite por medio del asistencialismo el control y conformismo de las generaciones que, pobre mundo, les vamos a dejar.
El paso de esta experiencia sanitaria real o inventada, natural o fabricada, local o importada, nos deja claro que en materia de avances científicos y no obstante tanta tecnología con que se jacta el hombre, en realidad desnuda la ignorancia, la improvisación y la incapacidad. Si se hubieran cumplido las predicciones casi deseos de un mal que supuestamente arrasaría a naciones completas estaríamos hablando de una disminución considerable en el número de habitantes del planeta y nos hubiéramos dado cuanta que como civilización somos reemplazables, innecesarios, sustituibles y hasta un grave obstáculo para el desarrollo armónico de la naturaleza.
Cuando el encierro a medias termine, cuando los rebeldes se digan triunfadores y los obedientes y sobrevivientes de un mal temporal griten que la humanidad se mantiene en pie gracias a ellos, cuando la civilización actual se dé cuenta de que las religiones son el más grande negocio y que el peor virus del planeta es el hombre, entonces habremos de replantear el valor de la vida y la importancia del respeto como base y fundamento de la existencia. El hombre es víctima y victimario, acción y omisión, premio y castigo, vida y muerte.
Tras el paso de la invisible e intangible catástrofe, los números no van a coincidir. Resultará más caro el caldo que las albóndigas. Los daños en el mundo serán inmensamente superiores a los de la pandemia. El covid-19, elemento ni bueno ni malo sino necesario, finalmente, nos dejará la enseñanza de que el planeta puede seguir sin nosotros, quiere seguir sin nosotros… y nosotros, no lo habremos entendido.