El cáncer social de nuestro tiempo 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

El asesinato cobarde y a sangre fría de al menos seis niños de la familia Le Barón en Chihuahua, representa la máxima expresión de la barbarie y la exhibición suprema de la ausencia de humanismo en unos cuantos seres irracionales sedientos de poder y de dinero.

La pérdida del respeto a la vida y bienes de los otros, la carencia total de valores humanos, la garantía de impunidad, las puertas giratorias exclusivas para los delincuentes y un vergonzoso sistema de justicia en México son los caminos que condijeron a las víctimas a la horrorosa masacre que avergüenza a nuestro país y que lo ubica en el mundo como nación de bárbaros y de violencia irracional.

Tanta sangre inocente derramada supone tanta violencia y sinrazón como la que no se ve siquiera en Siria, Afganistán o Pakistán o Libia, países eternamente en guerra y donde la muerte es tan natural como los amaneceres y tan cotidiana como la tragedia misma y todavía ni así es similar a la brutalidad ejercida por quienes desprecian a los niños y a la existencia misma allá en el norte de la república, y en el centro y en el sur y en todas partes de esta patria nuestra en perpetuo luto e impotencia.

No existe una explicación, un argumento o un pretexto para tratar de dar apenas una idea del por qué matar con tanta saña y odio a unos niños con edades que van de los 16 años a los meses de nacidos. Nadie en su sano juicio o en su locura podría aceptar que existió una razón para quitarles la vida a unos pequeños como no se puede aceptar que tal aberración fue motivada por la venganza, por la ambición o por poder. El hecho es condenable, vergonzoso y ruin por el lado que se le quiera mirar o entender.

México, en los años y meses recientes, se ha sumido en una noche oscura de asesinatos de jovencitas, de niñas, de madres, de ancianas y discapacitados; la juventud se ha desorientado creyendo que es mejor una vida de 10 años en la opulencia que toda una vida en la miseria y por eso cae en las garras de la delincuencia organizada o no y prefieren alquilarse como halcones que aprender un oficio honrado.

Los grupos delincuenciales tienen la de ganar cuando los muchachos no pueden aspirar a un buen trabajo en la iniciativa privada o en la burocracia y lograr ascensos por sus capacidades y conocimientos y en cambio en la mafia, pueden alcanzar salarios altísimos y alcanzar metas y puestos que los lleven a una supuesta realización. En la iniciativa privada no están los mejores ni hay espacio para los que creen que pueden pues en las direcciones, secretarias, coordinaciones y delegaciones están, generalmente, aquellos que han sabido lamer la suela al jefe o que son recomendados, parientes, ahijados o cuotas de poder.

De esta forma la delincuencia ha penetrado en la política, en los negocios, en las religiones, en los organismos empresariales, los cuerpos de seguridad y de justicia y clubes sociales y culturales. Los tentáculos de la mafia no han dejado nada sin tocar y tienen de su lado lo mejor del armamento, la más sofisticada logística, lo último de la tecnología y si así no fuera, entonces tienen toda la sangre fría y la cobardía como para asesinar de forma cobarde a inocentes e indefensas criaturas o secuestrar y matar a honrados trabajadores.

El terror que se ha apoderado de México, el grave nivel de impunidad, la estúpida obsolescencia del aparato de justicia, la complicidad e incompetencia del gobierno y la pérdida de la educación han hecho que ante el mundo nuestro país sea una tribu de bárbaros y una cultura nacida y fortalecida en la violencia. Que si hay cosas buenas de qué hablar, que si hay ejemplos positivos, que si no es bueno generalizar, cierto que lo es, pero ante tanta violencia y hechos como la muerte inmerecida de unos niños a manos de grupos de bestias, toda buena imagen e intención queda sepultada.

El crimen odioso de esas criaturas exige, además de justicia, que la sociedad mexicana no olvide esta masacre y que la ausencia de los pequeños quede como el grito y el alarido de dolor y de reproche al gobierno que ha permitido la existencia de seres aborrecibles. No debemos acostumbrarnos a la violencia, no debemos aceptar como normal el crimen y no debemos ceder

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