Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y periodista
La actitud de rebeldía o ignorancia ante la pandemia, por parte de un gran sector de la sociedad, denota entre otras cosas negativas, el deseo o la predisposición individual y colectiva por el suicidio. Para mucha gente no existe lenguaje claro y directo ni palabras lógicas o mínimamente razonables para darles a entender la gravedad de la situación de salud que se vive en Tlaxcala, México y el mundo.
Es impresionante y al mismo tiempo inaceptable saber que a pesar de la crisis de salud que se enfrenta, del riesgo inminente de contagio y la enorme posibilidad de morir dolorosamente a causa de la infección por covid 19, miles de personas rechazan voluntariamente las recomendaciones sanitarias y conscientemente evitan y se niegan a obedecer los ordenamientos preventivos.
Si esa actitud absurda e inaceptable afectara sólo a quienes ya no quieren vivir, a los que voluntariamente han optado por su exterminio, cabría la posibilidad de entenderlos y hasta de aceptar su fin, pero el caso es que con su irresponsabilidad se llevan por delante a sus padres, a sus esposas o esposos e hijos. No son pocos los casos de familias completas que han resultado contagiadas o muertas por la estupidez de un solo miembro de la familia que se creyó inmortal o inmune. Los contagios provienen de seres inadaptados, ignorantes y criminales que van repartiendo el virus entre la gente.
No es posible aceptar o entender o creer que hubo la necesidad de que los gobiernos federal, estatal y municipal tuvieran que llevar a cabo acciones punitivas para impedir fiestas y reuniones, principalmente familiares, que reunían a grandes cantidades de personas. Cómo entender que los vecinos, a estas alturas de los miles de muertos y enfermos, no puedan o no quieran entender que no se debe haber pachangas, ni convivios ni reuniones. Si sabemos, porque nos lo han dicho y porque lo vemos, que la principal fuente de infecciones son las concentraciones masivas.
En el mundo de los absurdos, de las acciones y de las reacciones descabelladas, de los actos criminales de muchos, a pocos nos es imposible entender cómo es que la iglesia católica se negó sistemáticamente a cerrar sus templos y a no oficiar el culto religioso. No es posible aceptar las medidas de supuesta sana distancia impuestas por gobiernos improvisados que exigían en la vía pública y en las instituciones separación entre personas pero permitían y permiten el hacinamiento en el transporte público. Resulta estúpido el afán protagónico de los burócratas inútiles en sus declaraciones y de resultados adversos en la realidad.
Si bien los gobiernos hicieron su trabajo a medias, o con determinaciones erróneas o tibias o dirigidas al fracaso, la actitud de la gente resulta abiertamente aberrante. A qué estúpido se le ocurrió agredir a enfermeras y médicos que atienden covid. Y qué decir de quienes abiertamente han rechazado colocarse el cubrebocas y aplicarse gel antibacterial. Qué podemos decir de quienes se enfrentaron con la policía que sólo buscó salvarles la vida al obligarlos a adoptar las medidas preventivas. Las muertes innecesarias y numerosas las debemos a quienes rompieron las cintas preventivas en los parques, los que organizaron fiestas, los que abrieron bares y gimnasios e iglesias, los que en vez de guarecerse en sus casas confundieron el confinamiento con vacaciones.
De verdad no era necesario que tuvieran que intervenir la Guardia Nacional, en Ejército Mexicano, Protección Civil, Policía Estatal y municipal para cancelar pachangas por bodas, XV años, bautizos y confirmaciones que tristemente se organizaron en todo el territorio nacional y con plena consciencia de que estaba prohibido, de que conllevaría riesgos reales de contagios y muerte. Una fiesta de esa magnitud no se organiza de un día para otro, ni en una semana ni en un mes, lo que quiere decir que rechazar las disposiciones institucionales fue siempre un acto de rebeldía y una actitud suicida.
Y podría llamarse castigo divino, karma, acción y reacción, siembra y cosecha o como se quiera, pero el caso es que muchos de esos atrevidos, ignorantes, rebeldes, desadaptados, culpables o inocentes ya han muerto… o han matado a alguien de su familia. Es algo que no da gusto, sino coraje, impotencia. No es aceptable tanta irresponsabilidad y tanto dolor.
Es increíble cómo es que a estas alturas de la pandemia mundial, con tanta información, con tantas experiencias y sufrimiento, aún haya quien tome a broma la crisis de salud. Acaso no se escuchan los gritos de dolor, no se ven las lágrimas por la pérdida de un ser querido, acaso no se quiere ver la gravísima escases de oxígeno medicinal, la saturación en los hospitales, el elevado costo de las medicinas, la falta de espacios en los panteones, lo inmensamente caro que resulta el tratamiento para curar este mal…
Y dicen que lo peor está por venir…