Desigualdades que matan

Yorvelin Montalvo Solano

Las desigualdades matan, así tituló la Oxfam su último informe, publicado la semana pasada, del cual se puede rescatar datos muy importantes para desempañar los lentes con el que hasta ahora vemos nuestra realidad mexicana y, sobre todo, actuar sobre ella para mejorar la vida de los menos favorecidos. Así también, de un documento titulado “Reforma fiscal, punto de partida hacia la igualdad pospandemia en México”, en el que se puede rescatar propuestas (principalmente la que en el título se menciona) de gran trascendencia para impulsar el verdadero desarrollo y la anhelada transformación de nuestro país, que hasta la fecha ni la chispa de una llama que deje ver la luz al final del túnel ha podido generar la 4T para nuestro país.

En las primeras líneas del primer documento arriba mencionado, se lee lo siguiente: “Los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que los ingresos del 99% de la población mundial se habrían deteriorado a causa de la COVID-19. (…) Esto nunca ha sido fruto del azar, sino el resultado de decisiones deliberadas: “la violencia económica” tiene lugar cuando las decisiones políticas a nivel estructural están diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos, lo que perjudica de manera directa al conjunto de la población y, especialmente, a las personas en mayor situación de pobreza…”. Esta acumulación de la riqueza, por un lado, del 1% de la población mundial son tan alarmantes que, para que puedan gastarse su fortuna, necesitan vivir 414 años, gastándose una “módica” cantidad de un millón de dólares al día. En contraste, se calcula que 97 millones de personas viven con menos de 1.90 dólares al día, y otros 163 millones con menos de 5.50 dólares desde el inicio de la pandemia.

En México, el hombre más rico, Carlos Slim Helú, también ha duplicado su fortuna en lo que va de la pandemia, acumulando hasta ahora un total de 1.4 billones de pesos; le sigue German Larrea Mota Velasco (director de Grupo México) con 458 mil millones de pesos; después, Ricardo Salinas Pliego (Dueño de Grupo Salinas –en el que incluye al grupo Elektra, tv Azteca, Totalplay, entre otros.), con 265 mil millones de pesos, por mencionar algunos. Para ellos, la pandemia provocada por la Covid-19, ha representado una oportunidad para duplicar sus fortunas, mientras que las mayorías lidian con el desempleo, el alza de los precios de los productos de la canasta básica, el salario mínimo, a la carencia de un sistema público de salud (en donde tienen mayor probabilidad de morir por falta de los insumos y herramientas necesarios) y de la educación (condenando a los jóvenes de esas familias a la deserción y su ingreso al sector laboral, sobre todo, informal).

Esta desigualdad, así lo dice la Oxfam, está matando a las personas con menor representación política y, agrego yo, económica, pues, quienes gozan de esa posibilidad, tienen mayor probabilidad de sobrevivir al contagio de la Covid-19, a la crisis económica y, enfrentar favorablemente, con todas las herramientas tecnológicas, la nueva modalidad educativa ante la pandemia, que exige contar con internet y otras herramientas tecnológicas que la mayoría de la población no puede acceder, al menos que se endeude. Además, sigue diciendo el documento, contribuye a la muerte de, como mínimo, una persona cada cuatro segundos, esto, al no poder acceder a los servicios básicos elementales.

En este sentido, la corrupción no es la causa de la enfermedad (la desigualad) que vive el país y el mundo, como lo afirma AMLO, por tanto, el tratamiento para salvarlo de ella no será la más atinada; aliviará el dolor, sí, pero no la curará de raíz. Esos son los programas de la 4T: paliativos para un mal cancerígeno. Prueba de ello es que, quienes se encargan de promover, entre tantos programas de la 4T, el programa de “Jóvenes construyendo el futuro”, quienes registran a personas que no necesariamente tiene que incluirse al ámbito laboral, sino aportar una parte de la beca (en algunos casos el 50%) para dichas personas que lo promueven. ¿Realmente se ha acabado la corrupción? De ninguna manera, todo lo contrario, se ha agudizado, aunque el mismo presidente de la república diga lo contario y sus seguidores se desgasten las vestiduras por defender esa postura.

La estrategia de anteponer los beneficios a las personas no es solo injusta, sino una estupidez monumental. Las economías no “crecerán”, y los mercados tampoco ofrecerán “prosperidad” a nadie, por mucho poder (popularidad y aprobación) que tenga, en un planeta inerte (Oxfam).

La solución también la da la Oxfam (y me atrevo a decir que “también”, porque el Movimiento Antorchista ha hecho la misma propuesta), en su segundo documento: “Reforma fiscal, punto de partida hacia la igualdad pospandemia en México”. Es decir, que paguen más lo que acumulan mayor riqueza, y que paguen menos o nada, los que tienen menos. Una reforma fiscal de fondo que limite los privilegios fiscales de los grandes contribuyentes, mejore la recaudación de impuestos como el predial. Y grave el patrimonio y la riqueza es indispensable para reducir la pobreza y garantizar derechos básicos como la salud en un contexto de pandemia por Covid-19.

Sin embargo, esto no se dará por voluntad del gobierno en turno, por más amor que al pueblo diga tener, si este no está organizado, mucho menos por decisión de los magnates mexicanos, claro que de ninguna manera querrán dejar de acumular más riqueza. Y para que esto pueda suceder, nosotros, los menos favorecidos, no tenemos otra arma ni otro recurso mejor que la fuerza del pueblo organizado y consciente, politizado, decidido a enfrentar y vencer cualquier reto, cualquier peligro, cualquier pandemia o cualquier obstáculo, por más grande que este sea. Para ello, debemos, indiscutiblemente, lanzarnos a la lucha electoral para disputar la representación popular a quienes lo tienen actualmente. Pero esto, demanda todas nuestras fuerzas, tanto intelectual como física. La pregunta es, ¿estamos dispuestos a hacerlo?

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