Bernardino Vázquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Escribo estas líneas desde la ciudad de Tapachula, en el estado de Chiapas, desde donde nace, crece y florece la inspiración de los creadores y artistas, quienes generosamente y a raudales comparten su talento y sensibilidad a México y al Mundo. Aquí, un puñado de hombres y mujeres se abren paso en la literatura, la música, la plástica y una enorme cantidad de manifestaciones culturales, apoyados por los gobiernos estatal y municipal que, a diferencia de otros municipios y estados, niegan o regatean el financiamiento e impulso a sus más representativos y destacados seres fabricantes de sueños y dueños de realidades tangibles e intangibles.
Aquí en Tapachula se siente el calor humano que está por encima del clima que llega a los 39 grados centígrados. Se palpa el sentimiento de solidaridad y afecto de gigantes de las letras que se reúnen en cualquier sitio, día y hora para compartir su obra y enriquecer su imaginación. Aquí es donde me han recibido como otro de ellos, no más y no menos, en una comunión que sólo da el arte y la seguridad de una igualdad irrefutable.
Cuentistas, novelistas, poetas, declamadores, estudiantes, profesores y funcionarios del gobierno me han recibido con un abrazo solidario y han estrechado mi mano recibiendo como respuesta el saludo del pueblo tlaxcalteca que tiene huella en este hermoso rincón del Soconusco. Me han convidado de su público y de sus actividades. Porque aquí, en Tapachula, todos los días, absolutamente todos, hay al menos una actividad cultural y cada semana, principalmente los sábados o domingos, se presenta un libro, ya sea de autor local o nacional, como es el caso de Aurelia, que ha sido presentado en múltiples foros.
Estuve en la preparatoria uno, donde fui invitado especial al homenaje a la bandera de los lunes, en donde fui jurado en el certamen de declamación y donde presenté mi libro de cuentos. Y fue un doble honor porque pisé los salones en que estudió el insigne maestro y poeta, Jaime Sabines y donde cursó su preparatoria el escritor y filósofo José Miguel Casso; no por nada este centro del saber habrá de cumplir cien años próximamente.
Aquí, reconociendo por mi conducto la capacidad creativa y sensibilidad de los tlaxcaltecas, los artistas Tapachultecos me han honrado con nombrarme miembro honorario de la Sociedad de Escritores de Tapachula; me han llevado a participar en los eventos conmemorativos a la Feria Mesoamericana 2017 y al Festival Fray Matías de Córdoba y Ordoñez; me han permitido compartir mi humilde conocimiento y experiencia en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Autónoma de Chiapas, a la Universidad del Soconusco y al Tecnológico de Tapachula entre otros centros del conocimiento y el saber.
Gente buena, franca, directa y honesta, me han permitido difundir mi quehacer literario por medio de recitales poéticos, mediante la lectura de mi narrativa y han dado a conocer mi labor y han difundido mi pensamiento e imagen a través de la radio, la televisión y la prensa escrita, sin envidias y sin dobleces, pero sí con una honesta y sincera solidaridad de creador y decidido aportador de conocimiento y talento.
Con el paso lento de las horas y entre las brasas del sol y el calor, me falta tiempo para atender las invitaciones de catedráticos, el llamado de los grupos de artistas, la propuesta de estudiantes organizados que desean llevarme a su escuela, para acudir a la presentación de mi muy humilde obra que también se abre paso entre gigantes de las artes y la cultura.
Camino por las calles limpias, ando entre la gente ajena a la amenaza o la inseguridad, admiro las dimensiones y la grandeza de la ciudad, contesto cohibido el saludo de la gente que sin conocerme me desea ventura, estrecho manos y devuelvo abrazos limpios de gente hermosa y solidaria y aspiro el aroma de la ciudad perfumada con fragancia de muchacha.
Aquí, desde la Perla del Soconusco, desde donde huele a café fino y se sirve cochito, desde donde la marimba es el segundo rumor de los ríos y de las aves y la lluvia, desde donde el sol se abate inclemente sobre mi humanidad habituada a los menos 20 grados, observo la grandeza de este pedazo de tierra y sin querer la comparo con el suelo que me vio nacer… qué enorme diferencia y cómo duele…