Culiacán, el apoyo al Presidente

Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista

A veces, hablamos como si supiéramos lo que decimos, como si fuésemos expertos en todo y así nos sale lo jueces y justicieros; sentenciamos, señalamos, acusamos y nos exhibimos infalibles, impolutos, con autoridad sobrada para reprobar y reprochar y hasta nos damos el lujo de aconsejar o marcar el rumbo del país y del planeta. Las cosas que no están a nuestro antojo y modo no sirven y quien hace lo que no nos convence es inútil, estúpido, retrasado mental y debe irse, y eso lo decimos no como opinión sino como orden universal.

Quienes opinan, la mayoría de las veces, no tienen ni idea de lo que dice pues nunca ha estado en la oportunidad, responsabilidad u obligación de tomar decisiones, nunca las ha tomado y cuando lo ha hecho han sido determinaciones que apenas si influyen en su intrascendente e individual vida.

La decisión del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, con relación a lo de Culiacán, Sinaloa, no fue fácil, aunque sí certera y justa, tal vez no legal si se quiere. Un estadista debe cumplir y hacer cumplir la ley de acuerdo al juramento supremo de toma de protesta, aunque también sabe que su máxima responsabilidad es proteger los bienes e integridad física de los ciudadanos y que nada, absolutamente nada es tan valioso y sagrado como la vida de una, algunas o muchas personas.

Quienes hablan contra esa difícil determinación no se ponen el lugar de los habitantes de Culiacán; ninguno de allá o de cualquier otro lugar hubiera dicho “no importa que muera mi familia, prefiero ver muertos a mis hijos y a mi esposa, a mi madre y mis hermanos con tal de que detengan al hijo de El Chapo o a cualquier otro real o presunto delincuente” los que opinan impunemente ignoran muchas cosas; la ignorancia es un costal muy pesado.

Culiacán era un escenario que pudo haber causado más de 200 muertos, tal vez hasta 600. Los tiroteos fueron, todos, en zonas urbanas, junto a escuelas, centros comerciales, avenidas muy transitadas, unidades habitacionales y lo peor, el blanco de los sicarios eran familias enteras compuestas por ancianos, niños y mujeres embarazadas a quienes iban a prender fuego, a ametrallar o hacer estallar junto a pipas de combustible; habría que decidir entre la vida de esas decenas de inocentes o la vida y libertad de un individuo.

Quienes juzgan y sentencian al presidente o a cualquiera que tome decisiones bajo alta presión o elevado riesgo jamás han estado en una situación similar. Quien se erija como juez y verdugo, al estar en una situación similar será capaz de orinar de miedo, salir huyendo o de plano tomar una decisión equivocada con resultados funestos. A la luz de las cosas y ya con la mente más serena, es más y son más los que le agradecen al Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas por su temple y claridad de pensamiento.

Si, de primera mano, al fragor de la sorpresa, bajo las primeras impresiones y tras el asalto del estupor, se consideró una inaceptable sumisión del Estado al crimen organizado; al principio se vio como debilidad de las instituciones, como el dominio de la mafia al régimen y a la patria; poco a poco las organizaciones empresariales, los partidos políticos y hasta la opinión internacional le dieron la razón al presidente; la decisión fue la más acertada y los resultados, si bien fueron mortales, quedaron lejos del baño de sangre previsible.

En el tema de la libertad de expresión se escuchan opiniones aunque no se acepte la versión. Todos creen poseer la verdad y se acepta que la defiendan en el tono que la digan; hablan de violación a la Constitución General de la República y exponen su argumentos; citan frases célebres de antiguos estadistas; comparan este con otros tiempos y gobiernos y cual más cree tener la razón.

Así es como la oposición al gobierno actual encontró en este asunto una mina de oro, la oportunidad para denostar, el espacio ideal para rechazar y hasta ofender, el momento ideal para exigir la renuncia del presidente, el juicio para el gabinete de seguridad, cárcel para quienes no hicieron bien su trabajo y hasta el fusilamiento para todos los anteriores. Están en su derecho. Pero también hay que aceptar que muchos de los expertos opinadores son políticos resentidos, burócratas despedidos, gente sin hueso y personas que siempre, o invariablemente, están en contra de todo y a favor de nada. Se dicen justicieros pero no se atreven a enfrentarse o siquiera denunciar al malandro de la colonia o la cuadra.

 

Lo cierto es que todas las cosas se miden por los resultados y siempre, invariablemente, estos hablan por sí solos: tras lo ocurrido, el país entero y las instituciones apoyan al presidente.

 

 

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