Lo malo, lo ilícito, lo condenable, lo perseguible, cuestionable e inaceptable es cuando el resultado de esa forma de seguimiento se traduce en asesinatos y en desapariciones
Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista
Para entender, que no aceptar, el asunto del espionaje se debe concebir al mundo desde el otro lado, es decir, desde el poder. Cualquier régimen que desee tener el control del poder o ejercer la gobernabilidad o el dominio político y social debe ejercer actos de este tipo y desarrollar acciones encubiertas pues eso le permite no solo prevenir sino mantenerse informado y cualquier persona medianamente inteligente sabe que información es poder.
El espionaje es normal, más no legal. Es más cotidiano de lo que cualquiera se imagine y se practica en todos, absolutamente todos los niveles de gobierno. Líder que carezca de un sistema encargado de informar, así sea de la forma más rudimentaria o elemental, debe sentirse frágil, desnudo y siempre en riesgo; los aparatos de vigilancia y seguimiento son insustituibles e indispensables y entre muchas de sus características está la de no ser identificados ni relacionados con el sistema de gobierno en turno.
El poder se vigila entre sí, todo el tiempo, y a veces no por desconfianza o no siempre por sospechas de traiciones sino para procurar el cumplimiento del proyecto de gobierno y evitar tentaciones. Esta actividad busca hacerse de la mayor información posible para protegerse y mantenerse y, llegado el momento y si las necesidades así se presentan, para evidenciar al oponente o exhibir al amigo desleal. Muy pocas veces el poder se extorsiona pues casi nunca se llega al extremo de venderse los datos pues entre gitanos no pueden leerse las cartas.
Esta actividad sirve para anticiparse al vigilado, para cooptar a sus correligionarios o simpatizantes o incitadores; le permite al régimen adelantarse a las declaraciones y a las acciones, leer e interpretar las intenciones del contrario y en un momento dado, boicotear los planes o hasta eliminar el riesgo. Hasta ahí se entiende que la actividad de vigilar es normal, común, cotidiana y profesional aunque no legal, ni aceptada ni permitida.
Ahora bien, en el tema de estar al tanto de lo que ocurre en todas partes en tiempo real no es privativo del poder, sino de los periodistas y de todo aquel que esté interesado en obtener un beneficio de y por saber. Los medios de comunicación también tienen sus fuentes a veces insertadas en las dependencias, oficinas, cuerpos policiacos, mandos medios y a veces hasta en personas con una forma no muy honesta de vivir.
Hay filtraciones, hay documentos que la prensa o el contrario tiene antes que la instancia o persona que debería tenerlo. Los periodistas en ocasiones conocen más del pulso de la sociedad o del comportamiento de las masas que la propia autoridad. Luego entonces el estar siempre un paso adelante es una lucha no siempre deshonesta o ilegal. No necesariamente hay malas intenciones cuando cada cual utiliza esa información para informar o para mantener la gobernabilidad o anticipar disturbios o muertes y heridos. No es tan simple pero así se explica.
Lo malo, lo ilícito, lo condenable, lo perseguible, cuestionable e inaceptable es cuando el resultado de esa forma de seguimiento se traduce en asesinatos, en desapariciones, en beneficios económicos o políticos, en persecución de periodistas, en matanzas y enriquecimiento injusto aunque perfectamente explicable.
El juego del poder y las relaciones entre el régimen y el resto de la sociedad no tienen por qué ser sangrientas, ni persecutorias o delictivas. Si los códigos entre las partes están perfectamente establecidos, si el lenguaje de las partes es de entendimiento mutuo, si los acuerdos no convenidos funcionan bajo el respeto y la aceptación mutua de los riesgos, no debe alterase nada ni llevar la sangre al rio. No se trata de licitudes o ilegalidades; las cosas han funcionado así desde siempre en todo tiempo y lugar. El espionaje es uno de esos males necesarios en esta sociedad y cultura no inventada hoy ni ayer ni por los unos ni por los otros: simplemente existe, para bien o para mal…
Espiar es una profesión y hay profesionales en ello. Hay instituciones y dependencias creadas exclusivamente para eso y aunque parezca un contrasentido, hay quienes en esa guerra juegan sucio y exhiben y denigran a quien les parece; a ese juego ya se ha sumado cierto sector de la prensa que en vez de informar denigra a quien no le llega al precio. Tratar de terminar con esto debe ser una utopía; frenarla debe ser imposible y terminar con ella sin duda sería un suicidio.