Con pelos en la lengua

FOTOS:OJO ÁGUILA 

Pueden pasar inadvertidos o hasta representar un extraño lujo en el momento supremo y anhelado

 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

 

 Es muy molesto tener un pelo en la boca. Es que no todas las mujeres tienen el cuidado para evitarnos esa incomodidad de sentirlo entre los dientes, moverse entre los labios, sentirlo con la lengua y pasarlo por el paladar.

 

Un pelo en boca es el recuerdo y consecuencia de instantes deliciosos, es recrear esa imagen de algo caliente, vaporoso, de un manjar esperado y ansiado y luego dispuesto como bocado de millonario para un pobre mortal que de vez en cuando se da esos lujos.

 

Un pelo en la boca es tal vez y seguramente, el pago por el disfrute de momentos de un placer inexplicable, inenarrable, tal vez gozo de pocos. Y sin embargo tenerlos entre los labios, arrancarlos con los dientes, juguetearlos húmedos y largos, gruesos o delgados, lacios o hirsutos es un encanto, una experiencia única, un deleite de elegidos.

 

Sin duda habrá gente que le guste la presencia de un pelo en la boca. Estoy seguro que así es. Nadie me lo ha dicho pero he visto a hombres y mujeres con un semblante o actitud de gusto o disfrute por hospedarlo y saborearle su esencia salada y su terquedad por enredarse entre los dientes y a veces asomar por los labios; no se ve a la gente molesta por eso; las personas que observan tampoco se escandalizan. Hasta parece normal. Y debe serlo.

 

Pero a mí me causa un cierto descontrol y me resulta hasta fastidioso estar lidiando con ese hilo piloso y más si no puedo usar los dedos para quitarlos y evitar esa situación; incluso me enfada que la señora no cuide ese aspecto sobre todo en momentos tan especiales y a veces esperados por semanas y ansiados cada minuto en los días previos, mientras se ve con ojos de lascivia el manjar dispuesto para uno incluso a sabiendas que los pelos son inevitables, son invitados molestos pero importantes, son la otra parte del platillo.

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 Alguna vez le pregunté a una dama por qué no buscaba la forma de impedir que los pelos lleguen hasta más allá del disfrute y el gozo, le inquirí si no había un método o forma de erradicarlos del objeto del deseo e interrogué si acaso había una mentalidad insana al dejarlos adrede para molestia o placer posterior al acto, y me dijo que no, que ningún método es lo suficientemente efectivo para impedir su presencia pero que, de todos modos, había un cierto deleite en su sabor y consistencia y que pues, representaban también el testimonio de lo que acababa de ocurrir, que era la prueba de que se sabe disfrutar de la vida.

 

He aquí que todavía con el olor y el sabor que reúne en torno a sí, aún con los jugos que lo acompañan y lo vuelven complemento e insustituible y hasta adorno, dispuesto a repetir la hazaña, observo hasta con morboso encanto la cantidad y color de los pelos que por ser muchos uno que otro se va a quedar atorado entre mis dientes y seguramente serán esos mismos los que me causarán molestia y motivarán mi reclamo a la señora que debería tener mayor cuidado y ponerse en el lugar de los que disfrutamos de sus prodigios y evitarnos esta pena.

 

Pero en fin, qué habremos de hacer. Nos gusta. Hombres y mujeres nos abalanzamos hacia ese objeto que húmedo y cálido se nos ofrece a la vista, al tacto y al gusto, que nos llama, nos incita y nos excita, nos provoca y nos obliga a repetir una y otra vez el rito de verlos aparecer mientras se completa la desnudez, que nos convida su olor penetrante a hierba de temporada y que golosos y golosas disfrutamos dos, tres, cuatro veces en una sola tarde.

 

Los pelos, negros o rubios, cierto, pueden ser molestos, pero inevitables y hasta necesarios, o símbolo gula y excesos. Incluso pueden pasar inadvertidos o hasta representar un extraño lujo en el momento supremo y anhelado.

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Porque un elote por muy preparado que esté, por mucho que esté recién salido del bote, por muy caliente o frio o por mucho que la señora que los vende quiera evitarlos, los pelos son inevitables en una elotiza y en unos ezquites. Aunque sea molesto sentirlos en la boca, eso no nos quieta el gusto por otro y luego otro, azul o blanco, con sal o chile piquín, húmedos, olorosos a pericón, tiernos o maduros, criollos o de riego, grandes o chicos… todos tienen pelos y hay un inconfesable placer por tenerlos en la boca.

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