Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
A 28 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, entonces candidato a presidente de la república mexicana por el Partido Revolucionario Institucional, el juicio generalizado es que fue Carlos Salinas de Gortari quien ordenó la ejecución del joven político. Para la sociedad no es necesario que los peritajes digan una cosa u otra o que las investigaciones apuntes hacia cualquier lado pues la sociedad ha dictado sentencia: el poder priista de entonces es el culpable.
Ese señalamiento no se lo ha podido quitar el PRI en los recientes 28 años. De nada ha servido que aun en este 2022 siga en prisión el autor material del crimen, Mario Aburto, ni que se haya machacado hasta el cansancio la teoría del asesino solitario. A nadie ha convencido en todo este tiempo la versión de un desafortunado incidente de un sujeto que se le escapa un balazo en un mítin y que haya dado en la humanidad del candidato incómodo de Salinas de Gortari.
La sospecha y certeza popular de culpabilidad e impunidad recaen en el Partido Revolucionario Institucional, en los dueños de ese partido, en los caciques nacionales y regionales del tricolor, en la mafia enquistada en la política desde el más alto nivel y, en Los Pinos. Desde ese lejano 1994 hasta nuestros días el PRI ya daba muestras de una grave descomposición y desde adentro supuraba la pus de la traición, de la corrupción y los intereses personales superaban los valores de la patria y de los mexicanos. Ese partido estaba en decadencia y marcaba su destino reflejado en las urnas en estos tiempos.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta significa para la política mexicana la peor de sus etapas y exhibe la ambición de los políticos que no se detienen en detalles para conservar el poder, para enriquecerse y enriquecer a sus cercanos y para hacer de la corrupción y la impunidad un modo de vida y una cosa normal en el país. Ese magnicidio mostró la peor de las naturalezas de ciertos humanos que para desgracia general, llegaron al poder.
Y por más que hayan dedicado interminables horas de televisión y hecho correr ríos de tinta para tratar de convencer a los mexicanos de que fue un sujeto en el momento y en lugar equivocado el culpable y que se aplicó la ley y se hizo justicia, para el pueblo de México la certeza es que en el magnicidio hay impunidad y de que las piezas se movieron y las versiones y hechos se modificaron de tal forma que buscaron, siempre, ocultar la verdad. Nadie en estos momentos está plenamente convencido de que Aburto mató a Colosio.
Han pasado muchos años y para muchos sigue viva la tragedia inmerecida. Más allá de suponer que de ganar, Luis Donaldo Colosio pudo ser el mejor presidente de México y que pudo haber hecho realidad la terminación de la pobreza y los anhelos de justicia, el crimen tiene relevancia desde el momento en que se señala al Estado como el autor material e intelectual y desde que se señala y se sospecha al entonces mandatario Carlos Salinas de Gortari, ya juzgado por la gente y por la historia como un gobernante, vergüenza para la nación.
Ese acontecimiento convulsionó al país en ese lejano 1994 y si duda marcó un antes y un después en la vida política y social. A partir de ese momento se empezó a escribir la historia del futuro que es ahora el presente, en el que el PRI se debate en su extinción y nuevas, aunque no necesariamente mejores ideas, colores, siglas y hombres toman el control de la nación y que renuevan esperanzas o hacen renaces decepciones y sueños.
Si bien el PRI como siglas y colores está a punto de desaparecer, sus gérmenes con memoria de corrupción y mañas se mantiene en una mutación guinda que lo mantiene vivo y desde donde puede resurgir como el dinosaurio que es. El riesgo es real. MORENA le da oxígeno, lo alimenta y hasta lo alienta mientras, mientras Colosio exige justicia real y su caso sigue impune, según el juicio general.