Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Al inicio del presente año y específicamente después de la aparición de la pandemia actual, nadie en su sano juicio hubiera pronosticado una crisis económica mundial como la que ahora padece el planeta entero. Pero durante la pandemia y después de ella, creo, la raza humana no va a creer necesario modificar su actitud ante sus semejantes y ante la naturaleza ni creará sistemas económicos y de gobierno capaces de enfrentar con éxito una prueba así.
Grandes potencias económicas se han derrumbado, enormes fortunas se han evaporado, la producción, el empleo y las exportaciones han sido borradas de un plumazo y nunca como ahora, la brecha entre pobres y ricos se ahonda a grado tal que los pobres se hacen miserables y los ricos pasan al nivel de los jodidos.
Ninguna nación, ningún estudio o pronóstico, ningún sistema financiero en ninguna parte de la tierra tuvo mecanismos o planes alternativos en caso de una crisis global. Nadie pudo imaginar siquiera la posibilidad de una debacle de estas magnitudes; el corona virus tomó a todos desprevenidos, sin la capacidad económica para enfrentar un reto así y con una infraestructura de salud completamente desmantelada. La pandemia vino a poner a cada cual en su lugar.
Lo que ocurre en Italia, en España, en Chima y en Estados Unidos de Norteamérica parece ser producto de la mente más retorcida de cualquier escritor de ciencia ficción o las imágenes cinematográficas de cineastas delirantes. Para unos es el fin del mundo, el apocalipsis, el pago por los pecados cometidos o las consecuencias de los abusos del hombre.
Ante la actual situación que genera miedo, incertidumbre, aceptaciones y rechazados, miseria y abundancia, creyentes y ateos dicen tener la razón; la ciencia es insuficiente, ignorante, errática, tardía… las plegarias no tienen receptor ni la magia o la hechicería resultan eficaces: el hombre se enfrenta a su verdadero tamaño, a su suerte y esencia.
El origen y objetivo del covid-19 pueden ser muchos. Quienes señalan una u otra versión respecto a su aparición natural o manipulada pueden tener razón o estar equivocados. Qué más da. Los daños a la economía, a la salud mental y física de los pueblos ya están dados; el temor a lo desconocido e invisible ya se ha insertado en la mente de la raza y la seguridad y garantía de una civilización a merced de la muerte, endeble y quebradiza queda como enseñanza a las actuales generaciones.
La actual crisis de salud a nivel mundial va a dejar en igual o peor crisis a muchas naciones desarrolladas o en vías de serlo y grandes sectores de la sociedad van a sufrir pobreza, marginación, segregación, desempleo y violencia. Después de esta aventura humana, nada va a volver a ser igual, nada debe ser igual en cuanto al comportamiento del llamado homo sapiens.
Las sociedades del mundo deben aprender de esta dura y mortal lección. Su orden, funcionamiento, sistemas políticos y económicos, sus creencias y religiones, sus formas de organización y hasta conceptos de la vida y la muerte deben ser modificadas y tendientes a considerar como iguales a todos los seres vivientes del planeta, con los mismos derechos y oportunidades, con los mismos valores e importancia; después de esto si el hombre no aprende, sólo ampliará sus posibilidades de exterminio y multiplicará sus diversas formas de ignorancia.
Visto de esta manera, la pandemia actual además de representar una tragedia para la humanidad debe significar una gran enseñanza y ser una exigencia para que las futuras generaciones se preparen para situaciones similares a aún más graves si es que quieren preservar la especie. Las naciones deben dejar de depender de forma parcial o definitiva de otros sistemas políticos y económicos, llegando incluso a devolverse a los tiempos antiguos con el objetivo de sobrevivir a cataclismos fabricados o llegados de la naturaleza o el infortunio.
La situación de este 2020, impensado e impensable, indeseado e indeseable, tal vez merecido y ganado a pulso, cruel y certero, nos recuerda que no existen fronteras más que las de los intereses económicos, los de la ambición y la ignorancia, que no hay entes superiores ni inferiores en la medida en que todos somos mortales, que no hay argumento ni pretexto para la muerte y que la ciencia, el conocimiento y la tecnología aun no pueden contra la suerte o destino o rumbo del hombre. La arrogancia, prepotencia y codicia en nada han servido y como se ve, en nada ayudan.
La ignorancia ha sido, es y será el sinónimo de la civilización antes, durante y después de esta dura prueba para la humanidad.