Adiós, viejo, adiós

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Para bien o para mal, entre el odio o el amor, en medio de agradecimientos o del rechazo, entre el aplauso o la rechifla, con el desconocimiento o el reconocimiento, con una lluvia de bendiciones o de malos deseos, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador se va, termina su sexenio, cumple un ciclo en la vida de México y se quiera o no, su paso por el Poder Ejecutivo Federal deja una honda huella que empieza a ser registrada y juzgada por la historia contemporánea.

Nadie, absolutamente nadie podrá igualar su estilo de gobernar, su sarcasmo para hablar de quienes no simpatizan con él, su desenfado al referirse a sus antecesores presidentes, su franqueza o descaro para señalar el buen o mal actuar de quien él quisiera … nada lo detuvo para lograr sus sueños o caprichos, nada le impidió poner o quitar, hacer o deshacer, ir y venir, decir o callar… y todo sin declararse o declararlo tirano, dictador, déspota en el poder.

Como nunca otro mandatario, Andrés Manuel López Obrador, “el peje” se va con un increíble y para algunos, inmerecido e inaceptable, altísimo porcentaje de aceptación nacional. Sus detractores no entienden cómo es que la sociedad mexicana le otorga ese nivel de cariño o reconocimiento que raya en la adoración, admiración, fanatismo o encantamiento. Para sus adeptos, no hay nada qué explicar: AMLO es el mejor presidente en la historia de México y para sus contrarios, el tabasqueño es el mayor fraude que haya existido en nuestro país.

Los mexicanos objetivos, consientes, valoran, respetan, entienden y escuchan ambas posturas, pero no necesariamente las aceptan ni comparten; las colocan en el lugar que les corresponde dentro de la libertad de expresión, la crítica y las filias o fobias político electorales. No todo es verdad y no todo es mentira: la sociedad está polarizada por esas mismas razones y hay dos visiones o percepciones o seguridades que los protagonistas consideran irrebatibles.

Lo cierto, la verdad única y universal es que México tiene un antes y un después de López Obrador y que después de él, nada va a ser como antes. Para bien o para mal, para gusto o disgusto de unos y de otros, para vergüenza y honor de algunos, este presidente impuso una nueva forma de hacer política internacional y posicionó a nuestro país ante el mundo dándole el lugar y una imagen distinta a como la concebían, aceptaban o trataban otras naciones.

En el consciente o inconsciente colectivo están las razones, discursos, explicaciones, argumentos, pretextos o disculpas de un mandatario único, amado y odiado, aceptado y rechazado, irreverente y osado, tempranero y madrugador, dicharachero y beisbolista, asiduo de las fondas y ausente de los lujos visibles, nacido y surgido de la protesta y la lucha revolucionaria o reivindicativa, bravo de tierra tropical y señor culto que presumió su caudal de lecturas y conocimiento de autores y artistas.

Deja tras de sí las dos versiones del México nuevo: el de un amanecer distinto con un promisorio y brillante porvenir o el de la condena a un país de futuro caótico, sin rumbo, endeudado, bañado en sangre rumbo a la dictadura y con la desesperanza de las futuras generaciones. De su gobierno no hay medias tintas, no hay ambivalencias, no hay posturas a medias: o se desconoce o se acepta la realidad nacional cualquiera que esta sea del sexenio.

Gobernar es un trabajo muy difícil, extremadamente difícil. Y más cuando hay intereses muy altos que se ven afectados en sus privilegios o beneficios. Lo es cuando las inercias, malas prácticas, corrupción e impunidad, desinterés o apatía social, políticos y política arcaica, están por encima de un ideal o un objetivo, lo es cuando los vicios ancestrales se han enraizado en la forma de gobernar y en los objetivos de los gobernantes. Andrés Manuel López Obrador se enfrentó a eso y a más, a mucho más. Para algunos, esa puede ser la razón de sus fracasos reales o supuestos y para otros, esos pueden ser sus argumentos y pretextos para justificar su ineptitud e incompetencia, si es que las hay.

Hay cosas tangibles, hay supuestos, versiones distintas, seguridades y dudas, hay animadversión hacia MORENA y al obradorismo y hay una especie de fervor, devoción y consagración hacia esta nueva forma de política que se tiende hacia la filosofía y religión, hacia el fanatismo y la cerrazón y ceguera. Todos y nadie o pocos o algunos tienen la razón.

Cuando se sirve sin esperar o buscar el agradecimiento, el reconocimiento o los homenajes no hay frustración ante la ingratitud de la gente. Así es que, si la historia o el futuro nos muestran a López Obrador como el libertador de México, como al paladín de la igualdad social, como el héroe de la paz y el ídolo de multitudes que logró la justicia y la hermandad, entonces habría que encumbrarlo al nivel de los protagonistas de la guerra de independencia y de la revolución mexicana. Pero eso será hasta después…

Presidente, navegaste en aguas embravecidas pues no había de otra, hiciste y dijiste cosas que forzosamente iban a causar revuelo. Fuiste lo que muchos querían que fuera su líder y que te engrandeció ante tus seguidores y aumentó el odio entre quienes no te quieren y no te van a querer. Simplemente fuiste diferente para beneplácito de los que te aprecian y eso mismo hizo enojar a muchos, o a algunos.

De cualquier forma, te vas con la satisfacción del deber cumplido o con asignaturas pendientes; a veces seis años son pocos o como dice el tango “20 años no es nada”

A nombre de los que te quieren, Gracias, y de los que no, de todos modos, adiós, viejo, adiós…

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