Adictos a la tecnología

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

El mundo de pesadilla, tal y como lo imaginaron personajes de la ciencia, la ficción y la literatura como Issac Asimov y Albert Einstein entre otros, cuando preveían una cultura abstraída y dominada por la tecnología, es ya una peligrosa y preocupante realidad que incrementa sus efectos nocivos con el paso de los días y amplía su daño a la población más desprotegida, débil y vulnerable como la niñez mexicana.

Es alarmante el daño que la tecnología utilizada de forma incontrolada está causando en las actuales generaciones, mismas que se ausentan de la realidad y el planeta clavados en el teléfono celular, en otro tipo de dispositivo móvil o en la computadora personal, atiborrándose de imágenes que no de información, distrayéndose en asuntos intrascendentes, perdiendo el tiempo en mundos y realidades improbables e intangibles.

Jóvenes de todas las edades y niños de primaria están prácticamente esclavizados y cada vez más dependientes de lo que ofrece un ente capaz de impedir el desarrollo intelectual, es estudio, la comunicación familiar y afectiva, de disminuir las horas de sueño u omitir la alimentación en tiempo y forma y hasta es factor de discusiones en el hogar y separaciones de parejas que vivieron medianamente bien hasta que apareció la tecnología mal utilizada.

Son muchos los ejemplos, que se habrán de multiplicar con el tiempo, en donde los niños no quieren ya separarse del teléfono celular o la tableta y si son obligados por sus padres a dejar a un lado ese aparato, entones hacen berrinche, gimotean, patalean y lloran pues se les hace necesario estar pegados a la pantalla observando todo tipo de imágenes absortos en los juegos que de todos modos son violentos e inducen a los pequeños a seguir pautas de conducta, a replicar hechos de sangre o simplemente los llevan a distraerse a grado tal que no ven ni oyen.

En la mesa del desayuno y la cena no hay ya diálogo, no hay comunicación verbal, no hay tema de conversación, no hay espacio para conocer nuestros pensamientos o sentimientos. Los miembros de la familia tienen la mente y las manos ocupadas en el dispositivo móvil y es común observar sus gestos y semblante ausentes del entorno y desinteresados de quienes los rodean y sólo cruzan palabra cuando se despiden para ir a la cama no a dormir sino a continuar con el chat, recibiendo el caudal de figuras, movimientos y sonidos que nada dicen y para nada sirven pero que tienen el poder de volver idiotas a los humanos.

Cual si fueran enfermos terminales, los miembros de esta cultura tecnológica, de esta era de la información y sin fronteras, hablan otro idioma inventado por la Internet, por la moda, por quienes dominan las mentes y la economía, por quienes se han apoderado de las voluntades y la razón, convirtiendo en realidad la peor pesadilla de los escritores de ficción que imaginaron un mundo de autómatas de carne y hueso, una sociedad de seres hipnotizados, una cultura de entes ausentes de sí mismos, de zombis que deambulan mudos y silentes, inconscientes e insensibles y propensos a una caída, a un atropellamiento, a un choque o simplemente a la muerte prematura.

Las necesidades de la gente han cambiado y ahora es prioridad un contacto eléctrico para conectar el cargador de batería, saldo en el teléfono para utilizar megas, señal para no quedarse aislado del mundo, un buen aparato para no estar rezagado de lo último en tecnología y tiempo, mucho tiempo para charlas con seres invisibles, para ver lo que ocurrió en lugares improbables, para jugar hasta convertir ese pasatiempo en adicción, para hacer de esos sistemas y equipos un vicio en vez de un elemento o argumento al servicio de la humanidad.

Estamos perdiendo a muchos jóvenes, estamos induciendo a los niños a los mismos errores que cometemos los adultos, y los mismos adultos con el ejemplo estamos echando a perder a generaciones que habrían de ser mejores que nosotros, pues nosotros le habíamos apostado a un mundo mejor, con seres más conscientes y pensantes, con culturas inteligentes, con ciudadanos libres y hombres y mujeres dueños de su pensamiento.

No, no hay forma de medir el daño que nos hemos causado, no hay propuestas ni proyectos que prevengan, atiendan y curen ese daño; no hay alternativas para los afectados con el vicio de la tecnología, nadie vislumbra una sociedad obesa, artrítica, cegatona y sumida en mundos y situaciones irreales, inventadas para crear una vida inexistente. ¿Aún estaremos a tiempo?

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