Inseguridad e injusticia en Tlaxcala 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Repetir hasta el cansancio que Tlaxcala es una sucursal del paraíso y que nuestra entidad es una envidia en materia de seguridad no hará que el problema de la inseguridad sea muy grave ni logrará que la mayoría de los tlaxcaltecas crea esa versión. La realidad rebasa en mucho a las autoridades que entre dientes aceptan estar por debajo de las expectativas sociales y atrás de la violencia y de la delincuencia.

Una mentira dicha muchas veces no ha logrado convertirse en verdad como lo ansían y esperan aquellos que tienen la obligación moral, legal, constitucional e institucional de procurar la justicia y mantener la paz. Dice un viejo adagio que no se debe permitir que la opinión de muchos se haga verdad y el pueblo de Tlaxcala no acepta ni cree que nuestro territorio sea ejemplo nacional de justicia y bienaventuranza generalizada.

No sólo hablamos de que Tlaxcala se ha convertido en tiradero de cadáveres, aunque permitirlo por acción o por omisión es ya de suyo una gravísima situación de inseguridad, sino que en las oficinas e instituciones del poder judicial y de la procuración de la justicia se mantiene la arrogancia, ineptitud e incompetencia de los caros funcionarios estatales. Se mantiene el despotismo, el desinterés y la nula o poca respuesta a las demandas sociales.

No es ajeno para nadie que acudir ante el Ministerio Público es ya una tragedia. El ciudadano se predispone a recibir malos tratos, a ser regañado por todo y por nada, a sufrir el calvario de los trámites y del papeleo inacabable y absurdo. Porque se sufre la cara de rencor de los empleados del pueblo, la tardanza en la atención que de todos modos es pésima y se lamenta el sentido inhumano de esa gente que cree que son dueños hasta de la silla que el pueblo les compra para que se sienten.

Casos hay muchos. Apenas este 30 y 31 de mayo del presente año dos mujeres, madre e hija, tuvieron que sufrir la estúpida actitud de las instituciones al negarles el levantamiento de un acta por intento de secuestro. De Apizaco las mandaron a Tlaxcala, a la Procuraduría y de esta, las regresaron a Apizaco por ser la que debió conocer desde el principio del delito. Pero la arrogancia e ineptitud oficializada las hizo padecer el calvario que representa tener la desgracia de necesitar de la justicia.

Tlaxcala es un lamentable ejemplo del fracaso de una política en materia de seguridad y procuración de justicia. Las explicaciones, argumentos o pretextos con los que se quiera justificar pueden ser muchas, variadas, y sin duda la negación a la percepción general y el rechazo a una realidad dolorosa tendrá un crisol de posibilidades para las autoridades que culparán a los opositores políticos y a quienes no los comprenden ni los quieren de lo que aseguran, es una campaña de desprestigio con fines perversos o cuando menos, electorales.

El que aparezcan cuerpos en todo el territorio tlaxcalteca y que estos fiambres sean de exportación nadie lo duda ni rechaza, aunque sugiere un deficiente cuidado y protección del territorio. Pero ese no es sólo el punto, sino también lacera la inseguridad social y la delincuencia creciente que vulnera la estabilidad personal y colectiva y hace al Estado fallar en su obligación ineludible de garantizar la integridad en los bienes y las personas a la que juramentaron proteger.

En vez de justificar errores o rechazar la realidad inocultable, las autoridades debieran ceder esas responsabilidades a personas con verdadera capacidad y experiencia y crear estrategias que involucren a la población en general para proteger la integridad general. En vez de reconocer a medias que las autoridades han sido rebasadas por la delincuencia quienes no pueden que renuncien y que quienes si pueden que tengan una oportunidad.

La inseguridad y la delincuencia van en aumento y no parece haber una estrategia definida, eficaz, con rumbo y resultados. Los asaltos y asesinatos, los linchamientos y la inestabilidad política en algunos municipios nos dan una idea poco alentadora. Siempre es posible recomponer el rumbo e iniciar alguna estrategia positiva. Tal vez todavía sea tiempo.

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