AMLO y la prensa 

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

Andrés Manuel López Obrador ha llegado a los extremos en su actuación como presidente de la República al asumir actitudes revanchistas o vengativas y por tomarse de forma personal cosas que debieran ser cuestiones de Estado o responsabilidad de la ley. Nadie le quita su derecho a disentir, a opinar, a expresar sus ideas ni a manifestarse en contra de situaciones o personas, lo que se le critica es su forma de hacerlo pues el modo no corresponde a un jefe de Estado.

Su furia contra unos periodistas ha extendido una especie de desprecio hacia el sector de los reporteros y medios de comunicación a quienes más allá de dedicarles una opinión buena o mala, los ha hecho destinatarios del odio y desprecio personal que se amplifica y magnifica por ser el jefe de la nación de quien vienen las denostaciones.

No se trata de que el jefe del ejecutivo federal guarde silencio ante lo que le parece bien o mal, no se trata de que se convierta en cómplice o alcahuete de quienes real o supuestamente hacen daño al país o delinque o que son los malos, sino de que busque y encuentre una forma de expresarse sin hacer sospechosos o culpables a todos sin distinción hasta confrontar a la sociedad mexicana. Los exabruptos del presidente son innecesarios, desproporcionados y peligrosos.

Hay algo que se llama prudencia, tacto, inteligencia o capacidad para atender y entender los problemas sin necesidad de involucrar a nadie más que a los interesados o partícipes y hay formas de delegar responsabilidades sin necesidad de protagonismo ni devaluar la imagen presidencial que no es sólo una persona, sino son las instituciones, los poderes legales, el pueblo y su cultura. Andrés Manuel López Obrador no debió bajar el nivel de la investidura en un pleito de cantina, de calle, de mercado, al denostar a unos periodistas que pueden tener mucha cola que les pisen, pero hay formas.

Si al presidente le caen mal algunos personajes o si quiere cobrarse nuevas o viejas afrentas que haga del pleito un asunto de dos y si ese conflicto es por la defensa de la patria, por el honor del pueblo, por la salvación de la raza o por castigar delincuentes, que haga uso de las instituciones republicanas, de la ley y del derecho, de la razón y el sentido común, en vez de estar amarrando navajas y juzgando para poner a unos en contra de otros.

Yo no pondría las manos al fuego por Carlos Loret de Mola, ni por Joaquín López Dóriga ni por cualquier otro periodista. Cualquiera puede tener sus propios miedos o deudas o pudo haber cometido actos deshonestos o ilegales de acuerdo al juicio de quien usted me diga. Pero por ellos o por otros acusar o denostar o descalificar a todo un sector de la sociedad y un área extremadamente sensible me parece temerario, irresponsable, peligroso, absurdo. Más ahora en que la vida de los periodistas pende de un hilo.

López Obrador puede tener toda la razón del mundo, puede tener todas las evidencias de enriquecimiento inexplicable o de vínculos de algunos periodistas con la mafia, pero no son las instituciones de poder desde donde crea una trinchera o desde donde se camufla para atacar con razón o sin ella. López Obrador debiera ser más cauto, más responsable, más tolerante. No se gobierna con resentimientos, no con frustraciones. Para el 68 por ciento de los mexicanos está gobernando bien, tiene la aceptación social más alta que cualquier presidente del México reciente… para qué echar todo eso a la basura.

El presidente tiene la razón en muchas cosas, se le reconoce el valor para poner orden en infinidad de situaciones y su proyecto es bien visto no sólo por los mexicanos, sino por pueblos y gobiernos del mundo… ¿entonces?

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