Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Para el Estado, autorizar el regreso a la casi normalidad, entendida como la reactivación económica, como el reinicio de las actividades comerciales, siempre representó un riesgo y reto que debió asumir y enfrentar. Las críticas vendrían de todos modos pues siempre ha habido dos posturas y ambas, tienen un poco de razón. La crisis sanitaria derivada del covid-19 golpeó fuertemente a los empleos y en general al sector productivo nacional.
El regreso tiene sorpresas y son generalmente tristes. Hay sectores o actividades comerciales que simplemente no volverán a reactivarse. Hay oficios que han desaparecido o trabajadores que se han visto obligados a cambiar de actividad o ampliar sus servicios y ofertas. Lo cierto es que muchos sectores simplemente ya no pudieron regresar: no soportaron el peso de la pandemia.
Si bien la emergencia no ha pasado y hemos aceptado que el virus ha venido para quedarse, para los gobiernos federal y estatal era urgente y vital que la gente regresara al empleo, a revivir la producción, a abrir los negocios, empresas y changarros, simplemente a dinamizar la actividad económica y comercial. Mantener cerrado todo implicaba mayor riesgo para la economía nacional y poner en riesgo la supervivencia social.
Para el sector salud era preponderante avanzar en la vacunación para inmunizar a la población y así evitar exponerla a contagio y, por ende, a registrar más muertos. Y aunque la cifra de decesos en México es por mucho menor al de otras naciones, si bien el número de fallecidos por consecuencia del covid-19 podría incluso ser atribuido o comparado a otras causas como la violencia o los accidentes, el gobierno federal está perfectamente consciente de que sólo vacunando y obligando al uso de medidas sanitarias extremas se puede evitar una catástrofe en materia de salud.
El regreso a clases ya sea de forma presencial o mixta también representó un riesgo enorme para el poder. Atreverse a llevar a los niños a las escuelas implicaba la posibilidad de ser sacrificado por la opinión pública en caso de que se diera un contagio masivo de niños y maestros. Hubo quienes apostaron la vida a que esa determinación era una irresponsabilidad y un crimen y estaban seguros de que, de ahí, de las escuelas, saldrían féretros en fila y entonces culparías despiadadamente al gobierno. El riesgo se tuvo que tomar, se tomó y no hubo tragedia.
Sectores importantes en la vida social del estado como es el de los músicos se vieron afectados a grado tal que muchas orquestas y conjuntos musicales desaparecieron y muchos ejecutantes ya no volverán a tocar un instrumento porque incluso tuvieron que venderlo para sobrevivir. El retorno a la vida “normal” abre la posibilidad de volver a empezar, de darse otra oportunidad, pero queda la cruel experiencia de ver cerradas todas las puertas a la diversión en las fiestas.
Los ferieros, los que instalan aparatos mecánicos en las ferias de todo Tlaxcala fue otro sector gravemente afectado por la pandemia. Su actividad prácticamente desapareció ante la prohibición de celebrar las ferias patronales. No se volvió a ver la luz de sus juegos en pleno apogeo del domingo al que acudían familias enteras después de visitar a los compadres o a los ahijados y de saborear el mole de guajolote. Se sufrió mucho en ese sector.
Y como esas actividades, muchas otras tienen como recuerdo amargo la suspensión temporal o el de días de gloria que volverán a pausas, que regresarán con el tiempo corto o largo o que definitivamente no podrán volver a ser.
De lo perdido, lo que aparezca es bueno, dice el refrán popular. Pero para los gobiernos federal y estatal, reactivar la economía no era cuestión de dichos populares, sino de decisiones y de asumir las responsabilidades. Apostaron a ganar y ganaron, el riesgo valió la pena y la gloria.
Ahora sólo quedar que la sociedad asuma su obligación y responsabilidad y contribuya con el éxito que representa reactivar la economía nacional. Sin duda se nos abre una nueva oportunidad y no podemos darnos el lujo de desaprovecharla.