Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Las expectativas derivadas de las promesas de campaña cayeron ante la realidad. Una vez que las autoridades electas tomaron posesión, se dieron cuenta de que el mundo imaginado e imaginario en el que solazaron sus promesas presuntamente inquebrantables, no existía. Las posibilidades de cumplir tan magnífico escenario se han ido diluyendo y se ven imposibilitados de quedar bien con quienes hicieron pactos.
Porque, por otro lado, la sociedad, tal vez demasiado exigente o ingrata, quiere o espera que el político, ahora gobernante cumpla sus ofrecimientos en tiempo récord. Algunos ciudadanos no entienden ni perdonan que a casi 50 días de mandato no es posible cumplir compromisos y muchos menos cambiar aquello que por años tuvo vigencia y que no funcionaba o hacia mal o podía mejorarse.
Al presidente municipal le exigen obra pública, seguridad, acciones en materia de deporte, cultura y educación entre otras, pero, ya sea porque en su campaña prometió hacer milagros o porque la desesperación social hace creer a muchos que iba a ser posible, pareciera que está incumpliendo, que no tiene capacidad para hacer frente a las necesidades del pueblo o que ha engañado nuevamente a la sociedad. Su pecado fue hacernos creer, con su discurso, que así iba a ser.
Es por ello que en estos momentos, algunos presidentes municipales enfrentan signos de inconformidad y de rechazo injustificado ante el poco tiempo que llevan en la administración.
Aunque la realidad de los conflictos en algunos ayuntamientos no es sólo por presuntos e injustos reclamos, sino por las malas decisiones de los alcaldes o por la presión de algunos otros integrantes del equipo. Algunos síndicos y muchos regidores tratan de ponerle el pie en el cuello al presidente exigiendo beneficios personales. La amenaza es que si no hay dinero, van a enfrentar resistencia y rechazo en los cabildos y que van a mover grupos y sectores en su contra para frenar el desarrollo del municipio. Eso es real y ya se ve con mucha nitidez.
Por otro lado, también está la inexperiencia, inocencia o ignorancia de muchos presidentes municipales en materia de administración pública. La designación de sus cercanos colaboradores no ha sido la más acertada y ahora son la piedra en el zapato. Algunos directores han demostrado total desconocimiento de su función y eso, le resta seriedad y compromiso del ayuntamiento. Muchos, al no ver cumplidas sus ambiciones económicas se le van a la yugular al alcalde, lo acusan de traidor y le renuncian. Eso ha dañado la imagen del ayuntamiento y del presidente.
El problema más grave, creo, es que no reconocen sus errores, no quieren recapacitar y no se dejan ayudar. Si alguien trata de comentar la falla de algún director, inmediatamente se piensa que es por ambición del hueso o que uno trata de desestabilizar la administración; si alguien, ingenuo, le hace notar al edil las malas intenciones de su equipo, inmediatamente el presidente cree que ese alguien es un emisario de la oposición que busca hacerlo caer.
Casos hay muchos, pero por poner un ejemplo, el área de comunicación social de los municipios. Son muy honrosas las excepciones, pero en general, dan lástima y vergüenza.
Y en lo que al gobierno del estado se refiere, las exigencias sociales son por muchos superiores a las promesas de campaña. Si bien en tiempos de proselitismo electoral la actual mandataria estatal tuvo recurrir a la sugerencia de remedios rápidos, el pueblo exige más que milagros y culpa al poder ejecutivo de situaciones que están muy lejos de estar bajo su control. Y no porque sea difícil darles atención y solución, sino porque el tiempo es muy, pero muy corto para cumplir. Aquí es la impaciencia más que la incompetencia. Aún así, hay muestras de atención y de proyecto para el cumplimiento de las promesas, pero a tiempo.
Y aunque los gobiernos estatal y municipal quieran el cambio radical en las situaciones económicas, políticas y sociales de Tlaxcala, si no hay compromiso y participación real del pueblo, poco, demasiado poco podrán hacer. Lo cierto es que es tiempo de actuar más y hablar menos.