Por: Aquiles Córdova Morán
No es un problema exclusivo de México sino de todos los países del mundo con economía de libre mercado e inversión privada. No hay duda ya de que la estabilidad y la paz sociales están en riesgo en todas partes debido a la excesiva e irracional concentración del ingreso y a la desigualdad y pobreza que crecen proporcionalmente. En otras palabras, hay consenso mundial en que el gran reto del sistema capitalista, dominante en la mayor parte del planeta, es frenar la desmesurada concentración de la renta nacional y proceder a un reparto más equilibrado del ingreso para bajarle presión a la inconformidad y a la polarización crecientes, que hacen temer una explosión social de grandes proporciones.
La idea de que la excesiva concentración del ingreso es la causa de la desigualdad y la pobreza y, por tanto, de la inconformidad social, no es reciente. En el prólogo a una investigación de la CEPAL publicada en abril de 2015, la Secretaria Ejecutiva de ese organismo regional, Alicia Bárcena, escribió lo siguiente: “En los últimos años, y en alguna medida a consecuencia de la crisis de 2008-2009, surgió con fuerza en la escena internacional el debate sobre la desigualdad y su impacto en términos económicos y sociales (…), en la región (América Latina y el Caribe. ACM) esta temática ha estado siempre vigente, apuntalada por la persistencia de altos niveles de desigualdad en las estructuras de nuestras sociedades”.
Es decir, según Alicia Bárcena, al menos en la región que estudia la CEPAL, la desigualdad es un problema muy anterior al trabajo de investigación que prologó en 2015. En otro párrafo afirma: “En los países de América Latina una de las características económicas más documentadas se refiere a los altos niveles de desigualdad en la distribución del ingreso de los hogares. La alta concentración del ingreso y de la riqueza en pocas familias aparece como una marca distintiva de la región…” (todas las negritas son de ACM). Nosotros hoy, como Alicia Bárcena respecto a la crisis de 2008-2009, podemos decir que la terrible pandemia de Covid-19 ha desnudado como nunca la concentración de la riqueza y las crecientes desigualdad y pobreza de las mayorías y ha vuelto indispensable la discusión de las posibles vías de solución.
Según los especialistas que he podido leer, parece ser que se perfilan solo dos alternativas mutuamente excluyentes: a) una revolución anticapitalista que expropie las grandes empresas industriales y comerciales, los bancos, el transporte y las comunicaciones, y ponga todo este complejo económico bajo control directo de los obreros. Con tal medida se impediría, en primer lugar, la apropiación privada de la riqueza social y, como consecuencia obligada, eliminaría automáticamente hasta la mera posibilidad de concentración de dicha riqueza. b) una medida menos radical y destructiva sería una reforma fiscal a fondo, es decir, que grave en serio las grandes fortunas del mundo, como discuten en Estados Unidos según Riva Palacio. El análisis de la primera opción cae, por obvias razones, fuera de los límites de este artículo. Creo que, para los mexicanos de hoy, lo más útil, lo más realista tal vez, sea discutir la segunda opción: una reforma fiscal progresiva y redistributiva de la renta nacional, con objeto de visualizar las características y condiciones que debe reunir para no dejarnos engañar con sucedáneos demagógicos y, en su momento, exigir y defender el tipo de reforma que queremos y necesitamos los menos favorecidos de este país.
Alicia Bárcena dice acerca de esto: “La discusión reciente a nivel internacional ha girado en torno (…) [a] la posibilidad cierta de exigir un mayor aporte a aquellas familias o individuos que disponen de más capacidad contributiva, ante la sospecha concreta de que no están sufragando tributos de acuerdo con el nivel de sus ingresos y riqueza”. Es decir, la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL piensa (aunque no esté dicho expresamente en su prólogo) que la alta concentración del ingreso y sus daños consecuentes deben ser combatidos mediante una reforma fiscal que obligue a la gente de mayores ingresos a contribuir mejor con el erario, es decir, a elevar sustancialmente la recaudación fiscal del Gobierno para que esté en condiciones de bajarle presión a la tensión y polarización entre ricos y pobres. En síntesis, una reforma fiscal progresiva y de garantizados efectos redistributivos de la riqueza social.
En nuestro país, la pandemia también ha despertado conciencias, agudizado preocupaciones y generado opiniones críticas y propuestas inteligentes de solución. El diario digital LaPolíticaOnline del 9 de abril, publicó un artículo del conocido periodista Raymundo Riva Palacio titulado Impuestos a los ricos. A manera de síntesis dice: “Los magnates y los pobres en un tránsito muy desigual frente a la pandemia. Estados Unidos puede reactivar una discusión global sobre el aumento de impuestos a los millonarios.” El artículo empieza así: “El mundo era desigual antes de la pandemia de la Covid-19 y ahora está peor. Los que más tenían amasaron más dinero, y los que menos tenían se hundieron en su interminable precariedad.”.
Poco más abajo se lee: “La concentración de la riqueza es insultante. Solo Elon Musk, el fundador de Tesla, subió su fortuna de 24 mil millones de dólares a 182 mil billones en este período, muy superior al PIB de países como Uruguay, Ecuador, o de toda la América Central junta.” En cambio, “De acuerdo con el Banco Mundial se estima que el número de personas empujadas a la pobreza durante el primer año de la pandemia (…) fue de 119 a 124 millones, con lo cual se cree que los niveles de pobreza (…) tendrán su primer incremento en 20 años”. Riva Palacio pregunta: “¿Es tiempo de que los ricos paguen una parte de los costos productivos por la Covid-19? No se ve ningún otro camino en el horizonte, salvo una transferencia de recursos en retorno a lo que han obtenido, por la vía de impuestos a los más ricos” (todas las negritas son de ACM). Riva Palacio se refiere a Estados Unidos; pero ¿no podemos decir lo mismo de México? ¿La situación es aquí diferente? Todos sabemos que es peor.
Luis Miguel González de EL ECONOMISTA escribió el 9 de abril: “México no está solo en su afán de encontrar un nuevo modelo tributario. En casi todo el mundo se está discutiendo el tema y podríamos aprender mucho de lo que está pasando en otros lados. El año pasado algunos países aprobaron impuestos a las grandes fortunas. Es el caso de Argentina y Colombia”. Y Viri Ríos, en el New York Times digital del 5 de abril dice: “Más impuestos a los ricos, no a los pobres”. Y adelanta: “Muchos en la clase media mexicana creen que aumentar el cobro de impuestos los puede perjudicar. En realidad, una reforma fiscal en la que los ricos paguen más, les beneficiaría”. Cierra su columna con lo siguiente: “El cobro más justo de impuestos debe dar pie a un México donde los más ricos subsidien servicios de calidad para las clases medias y las bajas. Para lograrlo, la clase media debe dejar de alinearse con los ricos y comprender que lo que les conviene es demandarles que paguen más” (negritas de ACM).
Está claro, pues. Si no deseamos una explosión social destructiva ni aventuras “revolucionarias” sin brújula y sin timonel, el único camino es una reforma fiscal progresiva, que obligue a los más ricos a redistribuir la renta nacional mediante esta vía pacífica y racional. Como era de esperarse, los escuderos del capital de inmediato respondieron con la vieja y gastada cantinela de Keynes: subir impuestos a las empresas es ahuyentar la inversión, frenar el crecimiento de la economía y recaudar menos impuestos que antes. Otros desempolvaron la receta “de sentido común”: lo “sensato” es “aumentar la base gravable”, es decir, hacer que paguen impuestos los que no lo hacen. Y dan el ejemplo clásico: los trabajadores del sector informal.
Pero Viri Ríos, en su artículo ya citado, llama a esto “un mito”, y dice que el error consiste en que, en México, se llama informal a toda persona que no paga seguridad social aunque sí pague impuestos. “La realidad es que los últimos datos disponibles muestran que, de un total de 52 millones de personas que trabajaron en 2015, todas pagaron al menos el 5.4% de su ingreso en IVA y, además, el 62% pagó impuestos al ingreso.” Es decir, este 62% pagó doble tributación. Los más audaces no vacilan en afirmar que la solución es cobrar IVA a los alimentos y medicinas, un rico filón que el Gobierno se niega a explotar por su erróneo populismo. En resumen: cualquier política impositiva es buena, siempre que no toque las sagradas ganancias del capital. Esta ceguera suicida es propia de las clases en irremediable y definitiva decadencia.
Pero lo más preocupante es que López Obrador y sus asesores hacendarios siguen esta misma línea. Belén Zaldívar escribió en EL ECONOMISTA del 8 de abril: “Reforma fiscal, en riesgo de quedar en una miscelánea: analistas”. Y añade en seguida: “En días pasados, tanto la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) como el Servicio de Administración Tributaria (SAT) declararon que el presidente Andrés Manuel López Obrador está de acuerdo con una reforma fiscal siempre y cuando ésta no incremente ni cree nuevos impuestos. En este sentido, Raquel Buenrostro, jefa del SAT, apuntó que la reforma estaría enfocada a facilidades administrativas para el cumplimiento de las obligaciones fiscales”. Pero, “Una reforma así, enfocada a las facilidades administrativas, podría ayudar a las finanzas públicas de acuerdo con analistas, sin embargo, no consideran que tengan un impacto significativo en ellas”, dice Zaldívar.
En lenguaje más claro y directo: una reforma así es una farsa, una vacilada (una más) típica de la 4ªT que, como remedio a la desigualdad y a la pobreza, tendrá la misma eficacia que las estampitas milagrosas y los amuletos de la suerte contra el coronavirus. Por lo visto, la pobreza y la desigualdad seguirán intactos mientras gobierne López Obrador; y si el pueblo elige como su sucesor a otro de la 4ªT, sus necesidades y carencias corren el riesgo de volverse eternas. En sus manos está su salvación o su condena definitiva. Y debe saberlo ahora, cuando todavía estamos a tiempo de hacer algo eficaz.