Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Sobre territorio nacional se cierne el peligro de un rebrote de contagios del coronavirus como consecuencia de la irresponsabilidad social. Podrá haber argumentos para culpar al gobierno en general y a las autoridades federales de salud en particular, pero la responsabilidad y obligación del cuidado personal, familiar y colectivo recae indudablemente en cada persona. Lo que el gobierno haga o deje de hacer puede tener consecuencias en el país pero lo que en lo individual omitamos o hagamos mal, recae en la salud del hogar y del entorno.
Un gran sector de la sociedad en México está predispuesto a rechazar todo cuanto venga del régimen en turno ya sea por ignorancia, por rebeldía innecesaria o por lo que a usted le parezca pero el resultado es negativo no sólo para los gobernantes, sino para la colectividad y para el entorno de quien por inercia o estupidez se niega a acatar las disposiciones que buscan evitar contagios y muertes.
Porque aún en este momento y pese a la evidente peligrosidad de este virus, hay muchos que rechazan que sea tan letal y que su propagación se deba al descuido de las personas. Causan enojo y hasta risa los pretextos de quienes aseguran que la emergencia sanitaria es un invento de los gobiernos del mundo, que rocían el virus por las noches desde aviones invisibles, que es un plan macabro para eliminar a los viejitos y a los enfermos, que es un castigo divino y hasta que de esta forma van a esterilizar a hombres y mujeres.
A pesar de las cifras de muertos y enfermos, todavía hay quienes se creen inmunes y propagan el rechazo a la realidad que exponen día con día los funcionarios de salubridad como si estos tuvieran algún interés en que usted, amable lector, anónimo para los burócratas del primer nivel, se enferme y se muera. Y no obstante que ahora sí, los difuntos tienen nombre y apellido, que ahora sí son gente cercana, tanto como los familiares en primera línea, nos negamos a entender y a aceptar que el peligro es altamente cercano y que en cualquier momento cualquiera puede infectarse, padecer el dolor físico y morir en tan sólo unos pocos días.
Muchos de los que negaron la existencia del virus y se mofaron de las disposiciones anticipadas, ya no están entre nosotros. No hay que negar que hubo quienes se opusieron a las medidas preventivas y hasta se enfrentaron violentamente con las autoridades que les exigían el uso del cubrebocas, la aplicación del gel antibacterial y el confinamiento obligatorio. Muchas de esas personas ya murieron y otras hoy, guardan el recuerdo por el martirio de la intubación y saben de lo que es perder hasta las propiedades más valiosas para pagar un tratamiento.
Confundido entre el escándalo de las verdades y las suposiciones, las opiniones y las realidades, estuvo y está siempre la simplicidad de las cosas: cuidarse. En la autoprotección, en el cuidado individual, en la obediencia indiscutible, en el amor por la familia y en el respeto a la vida ha estado, está y estará la clave para salvar la vida y mantener a los nuestros lejos de la infección por este virus mortal.
Pero por inexplicable y absurdo que parezca, un gran sector de la sociedad mexicana ha dejado de usar el cubrebocas, se ha olvidado del gel antibacterial y lo peor de todo, rechaza el confinamiento voluntario y en abierto reto a la muerte, se reúne en fiestas, antros, bailes, festejos familiares y ferias abriendo de esta forma la posibilidad de un contagio masivo mismo que o ya se está sufriendo o que se hará presente en cuanto el bicho incube en el organismo de los rebeldes.
Dice el abuelo con toda razón: si hubiera un rebrote que nos obligara a encerrarnos nuevamente vamos a valer madres. Las autoridades en Tlaxcala dicen que es más fácil que regresemos al color naranja en el semáforo epidemiológico, que pasemos a verde. Siendo así las cosas, el peligro en nuestra entidad es altísimo y sin ánimos de asustar a nadie, hay muchas posibilidades de que una nueva oleada de contagios termine con la vida de muchos de nosotros.
No obstante, la terquedad inadmisible de muchos, el rechazo obstinado de ciertos sectores y la oposición irracional de algunos, el llamado sigue siendo a no salir de casa, a mantener la sana distancia, a cubrirse la boca y nariz, a usar gel antibacterial y a lavarse las manos de forma continua. La información y advertencias están dadas y cada cuál puede hacer con ella lo que mejor le plazca. Una vez conocidos los protocolos sanitarios, quien se enferme o se muera es porque en verdad eso era lo que estaba buscando.
Pero, amable lector, si usted no tiene el virus, no salga a buscarlo y si lo tiene, no salga a repartirlo. Usted y nadie más tiene la última palabra; si quiere, puede suicidarse desobedeciendo las indicaciones, pero, por favor, no se lleve de corbata a la familia.