Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
La crisis sanitaria mundial ha adquirido dimensiones insospechadas y golpea a sectores completamente desprotegidos que se vuelven altamente vulnerables por la creciente carencia de atención médica. Un fenómeno poco antes visto y ni siquiera imaginado se está viendo en todo el territorio nacional y en Tlaxcala se muestra como una nueva normalidad en tiempos de pandemia.
Además de la saturación de los hospitales creados para atender a enfermos COVID-19, y de los que tuvieron que se ser acondicionados de emergencia, en los que al parecer ya no hay cabida para más contagiados, ahora se suma la negligente negativa de los médicos particulares para atender, ya no a personas sospechosas de estar contagiadas, sino a gente con otros padecimientos menos agresivos y que nada tienen que ver con la pandemia.
Para nadie es un secreto que los médicos que antes atendían en consultorios particulares ubicados en toda la geografía tlaxcalteca, ahora se niegan a atender a pacientes con otros males o lesiones leves derivadas del trabajo, de un descuido o consecuencia de la vida diaria. Los familiares de esos pacientes sin COVID, lo mismo que los con COVID, tienen que peregrinar de pueblo en pueblo con sus enfermos preguntando si ahí hay un doctor que atienda a una persona no infectada. El resultado es altamente frustrante.
Pocos, pero realmente muy pocos, son los galenos que atienden a la población no contaminada de SARS-CoV 2 en sus consultorios particulares. Les han cerrado las puertas a los enfermos y no atienden por nada en el mundo ni siquiera a parientes lejanos. Algunos con directorio de pacientes han bloqueado se teléfono y niegan estar cuando se les va a buscar a su dirección física. Le temen al contagio. Se niegan a atender a los enfermos con el virus o no…
Para agravar la situación de quienes padecen algún mal diferente al virus mortal, las farmacias han aumentado el precio de las medicinas de forma escandalosa. Nadie puede rechazar que pastillas e inyecciones han subido su precio hasta en más de mil por ciento haciendo prácticamente imposible acercarse a la cura que antes ofrecía la ciencia de forma consciente. Los parientes de los enfermos temen a las recetas; saben que surtirla es muy costoso, a veces imposible de adquirir.
Conocidos de todos cuentan que un tratamiento contra el COVID-19, así no haya llegado al grado de hospitalización e intubación, con una atención que impidió el agravamiento del familiar y al que se le suministró apenas lo básico para frenar el avance de la enfermedad, ha alcanzado el desembolso superior a los 35 mil pesos en el mejor de los casos y más de 75 mil, cuando la atención se ha prolongado. No hay que ignorar el caso del señor que en la ciudad de México debería pagar UN MILLON de pesos por la atención y curación de su esposa.
La crisis actual, como se ve, no es sólo derivada del virus cortesía de China, sino de una total ausencia de moral, de dignidad y de honor de quienes han jurado curar las enfermedades a costa de sus vidas. La industria farmacéutica está abusando de forma vergonzosa de las necesidades del pueblo y las autoridades, que saben de esta situación ilegal, anormal e injusta, nada hacen… la gente que no tiene recursos para pagar los altos costos de los medicamentos ven con desesperación el agravamiento de su enfermo, de COVID o no, y sólo esperan verlo fallecer.
Caso totalmente diferente y loable el de los médicos, enfermeras, camilleros y trabajadores sociales y de limpieza de los hospitales, de todos, que ofrendan su vida por sus semejantes. De ellos es la gloria, la victoria y la gratitud de la sociedad en su conjunto. También es justo reconocer el sacrificio y voluntad de policías, barrenderos y demás trabajadores de limpia, operadores del transporte público, periodistas y todos aquellos que sabiéndose expuestos al contagio, siguieron laborando.