Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Dijo alguna vez el escritor y filósofo Thomas Mann, que la tolerancia es inaceptable cuando lo que se tolera es la maldad y en el caso de la política proteccionista de Estado en materia de seguridad, ofrecerles a los delincuentes abrazos en vez de balazos y amenazarlos con acusarlos con su mamá si no se portan bien o amagarlos con azotarlos con un cordón de zapatos si no dejan de ser malos, es pecar de inocentes y hasta volverse cómplices de sus actividades criminales.
La gente inmiscuida en la mafia no conoce de bondad, de respeto, de valores, de amor a la vida ni reconoce sentimientos positivos en las personas. Los mafiosos ignoran principios de vida e integridad, son renuentes y repelentes a toda forma de ley y preceptos. Desconocen la importancia de la familia y de la moral y las buenas costumbres; no comulgan con la unidad para el progreso y el desarrollo y desprecia las sociedades civilizadas y cultas o progresistas.
Los carteles de la droga a los que el gobierno mexicano ha ofrecido no declararles la guerra más por miedo y por ausencia de estrategias que por impedir un baño de sangre, tienen como meta y objetivo, origen y destino y razón de ser el asesinato, el daño a la juventud, la muerte, el dolor y el llanto. Sus dirigentes han perdido el sentido de la realidad y sedientos de vidas y dinero, avanzan corrompiendo instituciones policiacas de todos los niveles y en todas las jerarquías.
La existencia de los grupos armados dedicados al narcotráfico, al robo de combustibles, al secuestro, al robo en todas sus modalidades, al cobro de piso y a la trata de personas que operan en el país y cuyos alcances de algunos son internacionales, son sinónimo de pueblos borrados del mapa, de miles de desaparecidos, de la existencia de cientos y cientos de fosas clandestinas que se ubican en todo el territorio nacional, de los igualmente miles de muertos que no se cuentan ni siquiera en los países en guerra y de la corrupción en el aparato judicial. No se puede pactar, negociar, dialogar o abrir siquiera la posibilidad de concesiones con ellos.
El gobierno federal no puede ni debe anteponer absolutamente nada a la aplicación igualitaria de la ley. No se puede entender ni aceptar que al comerciante que sale a vender para sobrevivir se le trate como a un delincuente a quien detienen hasta 20 policías que se quedan con sus productos y se le aplique excesiva violencia y al más peligroso delincuente se le trate como al patrón a quien hasta se le deben ofrecer disculpas por obstruir su labor dañina.
La gente dentro de la delincuencia organizada actúa muchas veces bajo los influjos de las drogas y ya fuera de sí, no tiene la capacidad para entender conceptos de valores de vida, de respeto y dignidad. Sabe que su entorno es la muerte o la cárcel, y que debe matar para no morir, que debe exhibir y ejercer la mayor violencia posible para amedrentar y que la supervivencia de él y su grupo tiene que ver con el exterminio del contrincante. Así es como la violencia se vuelve extrema, inhumana, despiadada, irracional.
Esa mortal e indigna forma de vida la han popularizado y democratizado distribuyéndola por igual entre todos los sectores sociales y productivos de México. Lo mismo han hecho con la corrupción y la intimidación pues es su nómina están lo mismo policías de crucero que jefes policiacos de los más altos rangos de los municipios, estatales y federales, lo mismo que ministerios públicos y jueces de cualquier ciudad y estado que usted me diga.
Luego entonces, el Estado Mexicano no tiene permitido omitir su obligación, derecho y responsabilidad de aplicar la ley sin sesgos ni miramientos, sin consideraciones ni concesiones. Nadie está o nadie debiera estar por encima de la ley. El gobierno federal debe estar consciente de que la mafia se ha infiltrado en las más altas esferas de la economía, de la política, del gobierno y de la sociedad y con esa perspectiva es como debe actuar; la urgencia es manifiesta y la necesidad no admite argumentos ni dilaciones.
La tolerancia a la existencia y actuar de la mafia ya no se está viendo como estrategia, sino como complicidad.
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