Peña Nieto pasa a ser uno de los peores mandatarios que ha tenido este país.
Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista
Para el actual presidente de la república, Enrique Peña Nieto, la hora de la verdad se acerca y quiérase o no, a partir del último día, hora o minuto de su mandato pasará a la historia y ocupará el sitio que en ella se ha ganado por sus acciones u omisiones y que no será el que hubiera querido que fuera.
Para un gran porcentaje de la opinión pública, Peña Nieto pasa a ser uno de los peores mandatarios que ha tenido este país, aunque hay también quienes lo consideran el estadista que se atrevió a hacer lo que muchos de sus antecesores no se atrevieron. Por un lado, se habla de que deja un país ensangrentado, marcado por la ignominia de la corrupción y la impunidad. Se dice de él que favoreció por dinero a los grandes capitales y condujo a los pobres a la miseria. Pero también algunos le reconocen el haber insertado a México en un lugar privilegiado dentro del orden mundial, argumentos tienen los unos y los otros.
Su sexenio será el de los claroscuros, el de las confusiones y los desencuentros con la sociedad mexicana, el gobernante de los excesos permitidos y autorizados, el de la incompetencia para frenar la delincuencia permitida y aliada, el de los millones de seres en la pobreza extrema, el de los intentos por acallar a la prensa matando periodistas, el de los abusos y excesos del poder. Esa mancha nadie se la va a poder borrar y no habrá argumentos que puedan contradecir una verdad de casi toda la sociedad.
Para muchos el aún presidente de México gobernó por inercia. Agradecerá a Dios o a quien desee el mucho amor que le tiene a nuestra patria pues su sexenio pudo ser peor. Las aberraciones cometidas en contra de los grupos indígenas, la precesión hacia grupos y personas opositores, el fraude en contra de los damnificados de los sismos de septiembre 19, la mentira que representa el poder adquisitivo, los escandalosos salarios de los funcionarios y el fracaso en el sistema de justicia serán los fantasmas que lo persigan.
Cierto, México está muy lejos de ser un Venezuela o Nicaragua; no se puede comparar la calidad de vida de alguna de esas naciones pero ya se sabe que el mal de muchos es consuelo de tontos. No se trata de que estemos menos jodidos que ellos ¿Para qué la comparación? No se trata de saberse o sentirse superiores a ellos, sino de medir nuestro bienestar en base a nuestras propias necesidades o prioridades como una sociedad diferente. No estamos igual que esos pueblos pero tampoco estamos mejor que antes de este gobierno y no mejor que los países desarrollados. A este gobierno y a algunos otros anteriores se les fue la oportunidad de pasar a la historia como quienes se atrevieron y lo lograron.
A este gobierno le falto hacer tangible su discurso. Si de verdad existen los logros que dice que alcanzó entonces no estuvieron a la vista y tacto de las mayorías; sus palabras carecieron de argumentos que les dieran veracidad. La situación económica del pueblo comparada con la de los altos funcionarios es una ofensa. En el relieve se nota más el exceso y el abuso que los resultados de los viajes al extranjero, o que los logros visibles y aceptables en materia de seguridad o generación de empleos.
Las cifras siempre hicieron su papel de hablar de utopías. Los porcentajes siempre cuadraron pues siempre fueron trajes a la medida. Las estadísticas y los cuadros comparativos y gráficas a modo dijeron lo que simplemente se quería escuchar. Fueron de forma invariable de consumo personal para el poder. Afuera esta la realidad, la que no habla el mismo lenguaje de los economistas y lambiscones, la que no es aceptada ni replicada por quienes todo el sexenio estuvieron esperando una respuesta o una ayuda. Dos mexicos, dos visiones, dos percepciones, dos opiniones respecto a una misma realidad; dos sociedades enfrentadas por la pobreza y por la riqueza mal habida.