Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Las campañas electorales del 2018 serán recordadas como las más sangrientas de la historia reciente de México. Acorde con la situación nacional, el ámbito político también se manchó de sangre y pasó a formar parte de la codicia y negocio tanto del narco como de los grupos de poder que deciden e imponen, por las buenas o por las malas, quién o quiénes pueden y por qué sí y por qué no.
Más de media centena de víctimas de la democracia mexicana, entre ellas 18 mujeres, igualmente aspirantes a algún cargo de elección popular y una cifra no cuantificable de personas que abandonaron sus aspiraciones ante las amenazas de muerte, es el saldo de un sistema político obsoleto, un régimen de gobierno sin el control de los grupos y una institución electoral que ha resultado burla para la sociedad y un remedo de autoridad.
La política, dicen los que viven de ella, es un arte. Puede ser. Pero no representa la democracia; al menos no la que se practica en estos tiempos en México. Los partidos políticos hacen de esa política el pretexto para el abuso y el dispendio; hacen injusta una vida de elegidos en un pueblo de pobres al extremo. Partidos y candidatos, tradicionalmente, se dan lujos gastando el dinero que no es de ellos y que no justifica los resultados.
Los partidos políticos, lo dije desde el 2003 en República Dominicana, han perdido su esencia y razón, han dejado de representar los intereses del pueblo, han perdido credibilidad y deberían refundarse en serio, cambiar de siglas y colores, de fondo y forma, de objetivos y metas. Nuestra cultura democrática está vieja, ya no sirve, ya no nos identifica como nación ni son representa como pueblo. A los partidos políticos se les pudrió algo, se les ha descompuesto una parte muy importante de su engranaje y su lenguaje ya no es el de la gente de estos nuevos tiempos.
Es explicable, aunque jamás justificable, que los partidos políticos, y muchos o algunos de los aspirantes de un puesto de elección popular, hayan sido cooptados por la mafia cualquiera que esta sea. En algunas regiones del país no gobiernan las instituciones ni las autoridades legalmente electas en las urnas. Grandes extensiones del territorio nacional están dominadas por grupos delincuenciales y de la política que imponen por la fuerza a los candidatos que habrán de serles útiles y que les habrán de legalizar y blanquear sus actos.
Algunas áreas de los partidos políticos y grandes sectores del régimen de gobierno en cualquiera de sus niveles, ya no se pueden revelar a los amos y pasan a ser prácticamente sus lacayos. Esa es la realidad. Y también es realidad que ni el gobierno federal con las instituciones que defienden y protegen la paz interior, o con las que promueven la democracia y la política, como el INE, pueden o saben cómo frenar esa ola de violencia que se ha salido de control y que ahora se impone con sangre y muerte.
La situación en el país es extremadamente grave pues estamos hablando de que el gobierno y sus instituciones, el Estado Mexicano y las autoridades, el pueblo y la naciente e imperfecta democracia, están en manos de grupos que ven amenazados sus intereses y que habrán de imponernos por la fuerza no a quien habrá de defendernos o apoyarnos en obra y desarrollo, sino con quien colaboremos para su enriquecimiento por medio del secuestro, el cobro de piso, el narcotráfico y la venta de protección. Esta es nuestra democracia en 2018.
Ser candidato en México, en estos días, ya sea para regidor, presidente municipal, diputado local o federal, requiere primero el visto bueno de gente y grupos fuera de la ley. El candidato debe garantizar su servicio y gestión que beneficie al grupo delictivo. Aspirar a ser algo requiere primero el visto bueno de quien requiere ocupar espacios espurios dentro de las instituciones nacionales; es como una larva que habrá de echar a perder el lugar en que se encuentre.
Para la realidad política sangrienta que vivimos no hay justificación; no nos merecemos este nivel de violencia. Y no me refiero sólo la que se ejerce al asesinar de forma cobarde a una mujer candidata que no quería otra cosa que servir a su gente, sino aquella que nos ofrecen los mediocres espectáculos llamados debates electorales. Hablo de la violencia que se les impone a los pobres con la compra de su voto, a la que nos indilgan los casos de corrupción, lavado de dinero y enriquecimiento ofensivo de algunos candidatos.
Las campañas electorales de este año pasarán a la historia como las más sangrientas en la historia moderna de México, y vienen a exhibir la realidad de este y anteriores sexenios. El régimen que está a punto de fenecer pasará a la historia como el de la desesperanza y en el cual, como nunca antes, sus resultados se medirán no por la inversión y el desarrollo, sino por la realidad actual del país: miles de civiles muertos y desaparecidos, decenas de periodistas asesinados, más de cincuenta candidatos ejecutados, impunidad y corrupción como sello y rostro e infinidad de elementos que nos hacen entender que México requiere un cambio muy drástico o de lo contrario, empezar a ver como normal el exterminio.