Con o sin debate, México ya sabe por quien

Sin duda que Ricardo Anaya va a subir en las preferencias y seguramente llegará a la fecha fatal casi pisándole los talones al puntero, pero para entonces será demasiado tarde: se le habrá agotado el tiempo.

Bernardino Vazquez Mazatzi/Escritor y Periodista

Personalmente creo que el debate de candidatos a la presidencia de México, del domingo pasado, no va a modificar en mucho el comportamiento del electorado el uno de julio. Si bien las gráficas que muestran las preferencias electorales se van a mover en favor de unos y en contra de otros, pienso que eso ya no le va a alcanzar para ganar a esos unos y ya no habrá forma de cambiar el destino de quien en este momento, lleva la delantera.

Sin duda que Ricardo Anaya va a subir en las preferencias y seguramente llegará a la fecha fatal casi pisándole los talones al puntero, pero para entonces será demasiado tarde: se le habrá agotado el tiempo. En cambio, Andrés Manuel López Obrador podría ver reducido el margen de preferencias pero no será una caída estrepitosa y nada pondrá en riesgo su posible triunfo. El destino del abanderado del PRI ya está escrito y no va a pasar del tercer sitio mientras que los independientes seguirán ahí, donde están y desde donde no parecen ser peligrosos para nadie.

Para la sociedad informada, para el electorado consciente, el debate del domingo 22 de abril no cambió en nada la percepción que de la política y de los políticos se tiene. El ataque, la descalificación, la injuria y la ausencia de propuestas y de civilidad han sido y fueron lo esencial. Como antes, ahora hubo falta de un proyecto de nación nacido de las necesidades del pueblo. A los actores se les olvidó hablar de lo que al pueblo le interesa y omitieron colocarse del lado de esta sociedad agraviada por los robos desde el poder y por el abuso y la impunidad.

Al final del debate quedó esa sensación de haber visto y escuchado más de lo mismo, con la salvedad o novedad de que los candidatos privilegiaron la descalificación del contrario y olvidaron que este tipo de ejercicios son para incrementar la simpatía entre el votante, proponer las políticas del nuevo gobierno, exponer el cómo, cuándo y por cuánto de esas propuestas y demostrar prudencia, tolerancia, inteligencia y templanza.

Centrar el discurso en tratar de demostrar con cifras y datos reales o supuestos es y será siempre una mala decisión. La agresión se puede revertir en cuanto a las consecuencias y fortalecer al oponente. Dedicarse a exhibir o descalificar al otro habla solamente de que no hay proyecto y se carece de argumentos y de capacidad. Eso vimos. Todos contra uno y ese uno evitando caer en provocaciones y al mismo tiempo, dar una idea de que no respondió por temor, porque los dichos son verdades o por arrogancia.

Cuando los candidatos lo quisieron, cuando por momentos entendían a qué fueron y qué tendrían que hacer, se levantaron con propuestas serias, viables, posibles y necesarias (salvo la estupidez de mochar la mano a quien robe). Incluso tuvieron tiempo para olvidarse de la descalificación. Pero puede más, siempre, el instinto de defenderse atacando. Eso a la sociedad no le gusta y revierte la intención del electorado.

Todos se dicen ganadores del debate. Todos presumen haber sido claros, directos y haber convencido al pueblo. En ese sentido no hay nada distinto. Todos se sacaron sus trapos sucios; ahí tampoco hay novedad. El acto sirvió para lo mismo y si acaso, quien ganó fue el sector periodístico que demostró que hay una alta calidad entre los comunicadores.

Ahora bien, como resultado del tan mentado debate, analizado y observado por todos lados por parte de iluminados analistas y ociosos de la política, en los próximos días habremos de observar cómo todos van a explotar sus reales o supuestos triunfos en la palestra. Eso les va a servir para presumir, pero no para hacer caer al contrario ni para alcanzar las nubes. Así será hasta el segundo debate y lo será también hasta el tercero. El resultado sin embargo, ya no modificará en mucho la intención del voto. Quienes ya tienen definido por quién, por ese votarán y los indecisos, esos se harán menos pero no cambiarán las cosas en mucho digno de mención.

Los debates no hacen buenos futuros gobernantes. Si así fuera sería una disposición universal. Si acaso, el debate abre una ventana hacia el electorado para conocer más de cerca a los aspirantes, pero nada más. Tal vez haga cambiar a unos pocos respecto al sentido de su sufragio. Pero con o sin debates, los mexicanos ya han tomado una decisión.

 

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