Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Conocemos la información de lo que ocurre en nuestro país en materia de violencia e inseguridad, pero no le damos la correcta interpretación o no le concedemos la real dimensión y eso hace que no haya una reacción social, ya sea para evitarlas, prevenirlas y corregirlas e impedir así su tendencia hacia la alza. La falta de una actitud, la carencia de argumentos o el nulo interés ante este cáncer social nos hace ver como mexicanos indolentes, apáticos, conformes y en el peor de los casos, temerosos ante los grupos de la delincuencia organizada.
2016 será recordado siempre como el año más violento en todo el territorio nacional y para poner en perspectiva el número de asesinatos violentos, diremos que los casi 24 mil muertos a manos de la delincuencia representan la totalidad de los habitantes de los pueblos de las faldas de la montaña Malinche, desde San Francisco Tetlanhocan hasta San José Aztatla, contando niños recién nacidos y ancianos. Familias, costumbres, religiones, ideologías y festividades, todo borrado de la faz de la tierra, eliminado sin dejar huella, destruido desde sus cimientos por seres que ya han perdido todo sentido de humanismo y racionalidad, y casi siempre protegido y hasta fomentado por los gobiernos de todos los niveles.
El país se está deshaciendo entre las manos de los políticos y de los malos gobernantes y eso es muy grave, pero lo es aún más la indolencia de la sociedad; preocupa el adormecimiento de la gente, duele esa especie de conformismo generalizado, ese sentimiento de rendición antes de luchar, la falta de reacción y de propuestas de quienes por ser el pueblo deberían tomar las determinaciones más importantes y definir el rumbo que tenemos que seguir como nación, o lo que queda de ella.
No obstante la presunta calma que priva en el país y que perciben sin regatear los políticos y el gobierno, hay muy dentro de la consciencia social una acumulación de agravios reales o supuestos, una inconformidad dormida, una presión constante y cada vez de mayor intensidad y un sentimiento de indefensión derivada de una naciente idea de que el pueblo ha sido traicionado por quienes llegaron a pedir un voto y les fue dada la confianza y hasta la riqueza.
Lo preocupante es entonces, también, esa enorme energía acumulada y que tarde o temprano debe buscar y encontrar una salida, una válvula de escape, un alivio. Dónde estaremos en el momento del estallido, cuáles serán las condiciones económicas y políticas del país cuando se libere toda esa energía; habrá alguien que prevea eso, habrá alguien que tenga la capacidad de entender y contener esa inconformidad que lleva años acumulándose, juntando odios, uniendo resentidos y supuestos luchadores sociales y anarquistas.
El combustible y la fuente de ignición ya están ahí, a la vista y a la mano, sólo falta quien encienda la chispa y convoque a la desobediencia o a la confrontación. Eso quiere decir que lo que falta en realidad es un líder loco o demasiado cuerdo, con suficientes argumentos, como para dirigir las masas hacia una lucha suicida o hacia una política que cambie la situación del país en todos los órdenes.
La violencia como método para instaurar el cambio o para imponer una idea o un sistema de gobierno siempre será la peor decisión, será el argumento equivocado y sin duda será un error que sólo beneficiará a los que quitan a unos. Y pensar que para algunos es ya el último recurso. Sin embargo las estadísticas y las comparaciones de México con otras naciones nos indican que la cuota de sangre y muertos es muy alta en un sistema o régimen de gobierno supuestamente democrático. Los miles de muertos, secuestrados, desaparecidos y la pérdida de valores humanos nos ubican como una sociedad y cultura igual o peor que en las más terribles dictaduras del África de todos los tiempos.
El país se cae a pedazos y se baña en sangre casi siempre inocente, sí, pero no porque sea una cultura o una sociedad violenta, no porque haya luchas étnicas o religiosas, no porque se defiende el territorio e identidad, sino por la ambición de unos cuantos, la corrupción e impunidad de unos otros y la apatía de millones que no saben si ese es su destino como patria y simplemente están esperando la hora de insertarse en las estadísticas y pasar a formar parte de las gráficas de los estúpidos gobernantes que todo niegan.
Poco sabemos y menos aceptamos términos como exterminio, no dimensionamos la palabra genocidio y no entendemos la migración de Siria, Irak y Afganistán para aplicarla a México pues no nos importa que comunidades enteras hayan sido borradas del mapa y que la gente abandone poblaciones completas huyendo de la violencia del narco y de la apatía del gobierno, como en esas naciones lejanas y míticas y hasta improbables.
Mientras tanto, los gobiernos, para terminar con los males que nos aquejan como cultura, en uso de su limitada inteligencia y capacidad, encienden lucecitas azules y mediante ese exorcismo encomiendan al misterio la cura del cáncer social llamada violencia y ruegan por la reconversión del pecador. Vamos bien así, no hay duda…