Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Las ganancias que genera la trata de personas son realmente inconmensurables y el daño que causa este fenómeno no se puede explicar pues no existen los métodos para medirla. El poder de los grupos y mafias de tratantes es tanto, que ha corrompido a todas las formas de sociedades, culturas y gobiernos ya sea civil, religioso, político, económico y moral y todos los que puedan existir.
El problema es global y tan grave que intentar solucionarlo es ya prácticamente imposible pues ha afectado las partes de la humanidad que podrían hacerlo: la consciencia, el respeto y la dignidad. Sin estos elementos que hacían inteligente y humano al hombre, la mujer se convirtió en objeto, en instrumento de degradación, en negocio, en dinero… en poder y corrupción que de todos modos, son sinónimo y gemelos siameses.
Su dominio es tal que tiene la capacidad de poner y quitar gobiernos, de eliminar enemigos sin importar su número y formas. La trata de personas controla ciudades enteras y corrompe o mata con tal de seguir, de crecer, de irrumpir hasta en donde la imaginación no puede llegar. Este cáncer que ha atacado a la raza humana ha hecho metástasis y se ha insertado en los genes y por lo tanto las nuevas generaciones, niños de apenas ocho años, aspiran a ser padrotes pues saben que la mujer, principal materia de esta aberración, siempre está a la mano y porque tienen como garantía la impunidad y la complicidad de las autoridades de todos los niveles.
Por eso, ver el ridículo espectáculo de funcionarios estatales y municipales del estado de Tlaxcala encender lucecitas azules en los edificios públicos para “crear consciencia” ante la trata de personas, motiva lo mismo compasión que vergüenza e indignación. Mientras en cualquier parte de esta pequeña entidad hay niñas privadas de la libertad, sometidas a amenazas y torturas, lastimadas físicamente y usadas como mercancía, los pinches políticos no tiene otra ocurrencia que iluminar paredes con la estúpida idea de que eso va a frenar las ambiciones de los tratantes, va a eliminar la corrupción institucionalizada y va a instalar la dignidad en quienes se enriquecen con esta aberración y en quienes hacen el consumo.
Resulta de verdad aberrante entender cómo es que los gobiernos de Tlaxcala se indignan y se ofenden cuando el mundo entero los señala como tolerantes de este mal, cómplices de su existencia y copartícipes del enriquecimiento que genera y cómo es que simulan hacer algo y renuevan su cadena de desaciertos y burlas ante un problema que requiere algo más que buenas intenciones y fotografías para el ego.
El problema no es entendido ni atacado ni visto por las autoridades de Tlaxcala a pesar de que este estado ha sido considerado a nivel mundial como el santuario de los padrotes y el centro financiero global de las ganancias que obtienen. Y lejos de hacerle frente, de documentarse, de actuar, de invertir, de crear los mecanismos de prevención, nuestros burócratas no salen con esa idea genial de encender lucecitas para ver si no así los traficantes de mujeres se arrepienten y en vez de agrandar el negocio se van al confesionario, donan sus ganancias, convierten sus palacios en casas hogar para mujeres y predican la enseñanza de no atentar contra la población femenil.
El asunto, que debiera atacarse desde la concientización social, desde la protección a las niñas por medio de información y la defensa institucional, que debería prevenirse desde lo individual y social, que tendría que castigarse empezando por quienes omiten cumplir con sus obligaciones y seguir con quienes se benefician de ella, que debiera terminar con quienes demandan y consumen el producto, desde la miope perspectiva de nuestras carísimas autoridades sólo requiere de unas lucecitas azules y ya, misión cumplida, no hay más qué hacer, todo está resuelto, no hay ya más imaginación ni recursos… cuánta estupidez…
A nuestras autoridades, sin duda también consumidoras del producto de la trata, les falta ir a las escuelas, a todas, a llevar información real, sustentada, cruda, de lo que quiere decir la trata de personas, deben conocer lo que hay en la mente de las chicas y de los jovencitos y entenderlos. Deben recorrer los centros de prostitución como la Vía Corta Chiautempan Puebla, los antros y tienditas, los bares y michelandias, los parques y paraderos para conocer las dimensiones del problema y desde esa perspectiva promover y ejecutar políticas públicas, no salir con esa pendejada de conformarse con la iluminación de paredes como método de exorcismo y exculpación.
Se debe proponer el castigo para quienes compran por unos minutos y degradan para siempre el cuerpo de una mujer, se debe encarcelar también a quienes cobijados por la impunidad del poder que da la política, la religión, el dinero y otras formas de delincuencia organizada contratan los servicio de una o varias mujeres ampliando la demanda y promoviendo la oferta. En este tema todos somos culpables, pero lo son más quienes por rentar un cuarto de hotel y llevarse unos pesos a la bolsa, conscientemente promueven y facilitan y participan en la trata de personas.
Se trata de hacer algo para regresarle al hombre un poco de dignidad humana, de corregir el error y el horror que representa la compra y venta y consumo de personas, se trata de retomar el destino de la raza supuestamente superior en la evolución y de insertar el chip mental a las nuevas generaciones para impedir que desde la inocencia y la posibilidad se nutra el monstruo, no de hacer el ridículo.
Hace falta dignidad, coraje, vergüenza, respeto, honor… no seguir haciendo pendejadas ni ampliar el catálogo de excusas para justificar nuestra estupidez.