México en el desamparo

Bernardino Vazquez Mazatzi

Escritor y Periodista

En materia de (in) seguridad, todos, absolutamente todos los niveles de gobierno en México, nos han fallado. Desde el delegado de la unidad habitacional, el presidente de comunidad, los presidentes municipales, hasta el titular o la titular del Poder Ejecutivo Federal, no han podido frenar la ola de violencia generalizada que azota a todo el territorio nacional.

No existe, hasta este día, alguna estrategia que reduzca la presencia y la acción mortal de las bandas de malhechores que en algunos puntos geográficos del territorio mexicano han sustituido a las autoridades y a los gobiernos constitucionales y se han apoderado de la vida económica, política, social y ahora tienen el control de la economía regional y hasta de los partidos políticos.

El cáncer de la delincuencia organizada, organizada desde las dependencias del gobierno o creada desde el anonimato, domina incluso las instituciones encargadas de preservar la paz social y de velar por los bienes y vidas de los ciudadanos. Para nadie es desconocido que algunos cárteles de la mafia ponen y quitan directores de seguridad pública municipal y que obligan a encerrar o a dejar en libertad a quien o quienes ellos quieran. La corrupción en el sistema judicial es resultado de la impunidad y violencia extrema con la que actúan los unos y los otros.

Duele decirlo y lastima aceptar que la presencia o ausencia de determinados personajes en la política o en las candidaturas tiene que ver con el permiso o negación de los jefes de la delincuencia quienes tienen el poder del dinero y de las armas para hacer ganar o hacer perder en las urnas a quien ellos quieran, para poner en la silla del poder a quien tenga que defender sus intereses y les permitan actuar con total libertad.

Antes de las elecciones de este 2024, se contaban a diario las muertes de aspirantes a cualquier puesto de elección popular. Aspirantes a regidores, a presidentes de comunidad o líderes de partidos eran abatidos a la luz del sol, frente a cámaras y micrófonos, sin importar que fuera mujer o mayor de edad: quien osara oponerse a sus órdenes era abatido, secuestrado, torturado, desmembrado, desaparecido… luego del proceso electoral se siguieron dando esas muertes violentas pues no todos obedecieron y los que ganaron, perdieron la vida.

En Michoacán y en otras entidades la delincuencia organizada tiene el control de las siembras, las cosechas y las ventas de los productos del campo. Sinaloa es territorio de las bandas. En el estado de Guerrero o en el estado de México y cada vez en más entidades federativas, el cobro de piso se ha generalizado y las muertes de quienes se oponen se cuentan por docenas al mes… simplemente la violencia se ha salido de control y no existe ninguna autoridad, de ningún nivel, que le ponga freno… freno… ya no digamos que pueda o quiera terminarla.

Pero ese mismo fenómeno criminal no pudo haber tenido éxito ni expansión desde sus inicios ni podría explicarse su nivel de crueldad si no fuera por la abierta complicidad del aparato oficial. Se pudieron al servicio de los cárteles mexicano lo mismo jefes de la policía nacional que humildes policías de crucero a quienes les ofrecían como opción plata o plomo. Por el mísero salario que les regalaba el ayuntamiento no tuvieron alternativa.

El cáncer se alimentaba y se fortalece desde el gobierno de cualquier nivel pues los municipios despiden a policías certificados o capacitados ofreciéndoselos en charola de plata a la delincuencia que recibe deshechos institucionales pero preparados. Y los alcaldes, por intereses personales, por cumplir compromisos políticos, por acomodar a sus cercanos, por ignorancia y estupidez o por presiones, echaron a la calle a hombres y mujeres que ahora, desde la delincuencia, siguen trabajando en su misma ciudad, pero desde el otro bando.

Para frenar o disminuir el nivel de delincuencia a la que nos enfrentamos y que padecemos no es suficiente el discurso, las buenas intenciones, las estadísticas a modo y la cifras como traje a la medida. Tampoco es suficiente la asignación de enormes presupuestos ni la inauguración de centrales C5, urge terminar con la complicidad desde adentro, con la corrupción de los mandos policiacos, es vital poner fin a las improvisaciones y concluir con instituciones al servicio de la delincuencia.

El discurso gubernamental no va a frenar el aumento de la violencia si no va acompañado con determinaciones contundentes que eliminen viejos vicios e inercias desde el poder… el cáncer está en el poder y hace metástasis en toda la sociedad… el poder tiene la enfermedad y la cura. A grandes males, grandes remedios pues México no puede estar en el desamparo.

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