Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y Periodista
Gobernar es muy difícil y más cuando se llega al poder sin la mínima idea de lo que se trata o cuando se sabe, pero se tienen intenciones diferentes a las de servir. Lo cierto es que muchos de nuestro alcaldes y alcaldesas recién electos enfrentan ahora el dilema de cumplirle al pueblo aun a costa de su prestigio y popularidad o cederse a las delicias del poder.
Cumplir la promesa de campaña, vista ya desde la realidad o desde la resaca proselitista, simplemente es un asunto complejo y complicado. Desde el tendido los toros se veían pequeños y mansitos. Las presiones, antes de rendir protesta, ya se ven intensas; gente llegada de todas partes quiere estar dentro de la administración y no precisamente para trabajar o para aportar. Dicen que tienen derecho, que son los responsables del triunfo y que gracias a ellos…
Luego están los parientes que hoy como nunca están cercanos. Y los ahijados, que se han multiplicado, y los compadres y amigos que pues cómo ignorarlos si no se apartan ni un segundo. Y pensar que falta lo más intenso.
Los que hora se van, hace tres años estaban igual de eufóricos y estaban en las mismas circunstancias pues entonces veían el mundo de forma diferente y muchos hasta creían que eso de ser presidente municipal era pan comido. La realidad para algunos, para la mayoría de los que terminan, es que tienen un pie en la cárcel y otros sienten que les mueven el tapete. En términos generales, no hay un munícipe que tenga las mismas simpatías y aceptaciones de cuando era candidato y prometía a diestra e izquierda.
¿Dónde fue que se quedaron esos planes maravillosos y ese cúmulo de buenas intenciones? ¿Por qué es que el decir y el hacer son tan distantes? ¿Cómo es eso de que 2 más dos no son 4? De la noche a la mañana los aplausos se hicieron groserías a su persona, la esperanza de un cambio se volvió sospecha de corrupción, los planes de desarrollo se hicieron ausencia de obra y baches e inseguridad y las famosas promesas de cuentas claras y gobierno transparente se transformaron en desfalcos millonarios a las arcas municipales.
La vida es injusta, definitivamente. Los sueños de pasar a la historia se hicieron humo y la realidad de pasar de la silla presidencial a presidio es cada vez más posible. Si la justicia fuera pareja, si no hubieran consentidos ni existieran los consentidos, más de la mitad de los 60 presidentes municipales de Tlaxcala estarán en el CERESO antes de la mitad del siguiente año. Y eso ellos lo saben. Lo saben los alcaldes en sospecha y los que debieran impartir justicia por igual.
Cuando menos 15 ayuntamientos tienen reprobadas sus cuentas públicas, pero todos, absolutamente todos, tienen observaciones de desvíos o desfalcos al erario por millones de pesos. Escandaloso el caso del municipio de Huamantla observado por más de 24 millones de pesos; le sigue San Pablo del Monte con más de 21 millones, y luego está El Carmen Tequexquitla con 19 millones y de ellos, el de menor atraco, Españita, con más de 4 millones de pesos. El municipio menos sospechoso es Cuaxomulco cuya administración no ha podido comprobar un millón 859 mil pesos.
Vistas así las cosas, esto de la administración municipal es una pachanga, un caos, una asalto, la corrupción en todo su esplendor y el abuso como sinónimo de gobierno. Quienes ahora no saben ni cómo se llaman jamás creyeron que las cosas se iban a poner de esa manera y que su final tendría este escenario. No eran así los planes ni el guion de la película tenía ese desenlace.
Ahora la justicia y la ley se están volviendo la sombras de esos malos funcionarios y la sospecha ya es su segundo apellido. El gobierno del estado, aun con sus asegunes, busca poner fin a la corrupción pese al gusto de unos y el enojo de otros. La verdad es que no se le puede dar gusto a nadie. Si se aplica la ley como ejemplo o experiencia para los corruptos, entonces es persecución política o justicia selectiva; si no hace nada el poder estatal, entonces, dicen, es cómplice y partícipe del robo, el desfalco y del enriquecimiento muy explicable pero injustificado.
En fin, el caso es que los ahora felices triunfadores de las elecciones del 2024 tienen la posibilidad de cambiar la historia de las administraciones municipales y de modificar el destino de los alcaldes salientes. Tienen la opción de servir o de servirse, de optar por la humildad y el servicio o convertirse en reyezuelos de papel. Saben o deben saber que pueden pasar a la historia como los mejores servidores de que se tenga memoria o convertirse en un expediente judicial.
Aunque, escuchando a los conocedores de la política y de expertos en gobiernos municipales, creo que dentro de tres años este será el mismo escenario y misma realidad. Simplemente, dicen, porque los próximos alcaldes entran con la misma mentalidad de que los actuales y los pasados y que igualmente carecen de los requisitos mínimos que harían de ellos la autoridad ideal. Ojalá y no sea así… por ellos y por nosotros… por todos.