Izcaxochitl Citlalmina Martínez Medina
Nuestro país se encuentra agitado por múltiples manifestaciones de diversos sectores sociales. Las calles se han visto saturadas por trabajadores, doctores, obreros, campesinos, maestros, estudiantes que han salido a millares para mostrar su descontento ante las nefastas condiciones en las que se desenvuelven diariamente en sus centros de trabajo y el repudio hacia las políticas erróneas que ha tomado el gobierno en curso las cuales, lejos de resolver los problemas ya existentes, han terminado por recrudecerlos y profundizarlos. Uno de los movimientos que últimamente ha mostrado mayor vitalidad, entrega y fuerza ha sido el feminista. La magnitud de las manifestaciones realizadas en las últimas fechas son una muestra clara del sentir nacional y de lo mucho que falta por recorrer en la lucha por mejores condiciones para la mujer, tanto económicas como espirituales, que le permitan lograr una verdadera libertad e igual en todos los sentidos, así como su integración adecuada y justa en la productividad social.
Muchas son las cifras que respaldan la desesperación, el hartazgo y enojo con que las mujeres salen a las calles en lucha por condiciones al menos más humanas de vida. Según datos del INEGI, en 2021 a nivel nacional, del total de mujeres de 15 años en adelante, 70%han experimentado al menos un incidente de violencia, que puede ser psicológica, económica, patrimonial, física, sexual o discriminatoria. De estas, la psicológica es la más común (51.6%), seguida por la violencia sexual (49.7%) y en tercer lugar la violencia física (34.7%). Datos de la ONU dan la desgarradora cifra de que en nuestro país la tasa de feminicidios promedio paso de nueve a 11 mujeres asesinadas todos los días, llegando en los primeros meses del 2022 a cifras de hasta 20 feminicidios diarios. El 2021 fue el año con más feminicidios en la historia de México (mil 6 según datos oficiales), siendo parte de los dos mil 747 asesinatos de mujeres que fueron catalogados como homicidios dolosos. Ese mismo año también se batieron récords históricos en delitos de violación (21 mil 188 denuncias).
Según datos de Consejo Nacional de Población (CONAPO), en 2021 por día hasta mil mujeres menores de edad tuvieron al menos un bebé, estimándose que durante la pandemia los embarazos infantiles aumentaron un 30%. Y la lista podría continuar con datos realmente perturbadores de acoso, extorsión, secuestro, corrupción, etc., situación de la que la mujer difícilmente puede escapar en nuestro país, donde el 86% del territorio nacional se encuentra en alerta por violencia feminicida, o donde las solicitudes de ayuda por violencia doméstica no son atendidas, lo que provoca una percepción de inseguridad en las mujeres del 80%.
En vísperas del día mundial de la mujer, es menester hablar sobre su lucha, una lucha justa, necesaria e inaplazable que en nuestro país solo ha recibido menosprecio o incluso indiferencia. Un combate por la liberación y emancipación que no es reciente, que ha existido durante cientos de años y que ha tenido dentro de sus filas a gigantes de la historia como Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin. Obviar la lucha histórica de las mujeres es una condenada en el análisis por comprender el origen de su explotación y marginación. Error frecuente en el que se cae en la actualidad quienes consideran que su lucha es contra el hombre mismo, contra el “macho opresor” que por naturaleza siempre ha sojuzgado y violentado a la mujer.
Esta forma de ver las cosas proviene de un análisis parcial de la historia, omite por completo que previo al patriarcado existió una sociedad matriarcal, en la que los mayores puestos dentro de la tribu y el consejo más respetado era el de las mujeres, en ellas recaía la dirección de la sociedad y sus integrantes respetaban por unanimidad su guía. Si analizamos la historia nos daremos cuenta de que la caída de esta forma de organización social, la creación del matrimonio monogámico como medio de asegurar la paternidad de los hijos, así como la creciente desigualdad, marginación violencia y explotación contra la mujer, va íntimamente ligado al desarrollo de la propiedad privada de los medios de producción y el correspondiente nacimiento del Estado encargado de reproducir esta situación.
El problema femenino debe examinarse, por tanto, como parte integrante del problema social, un problema que ha generado miseria, explotación y muerte en todos los sectores sociales, que ha polarizado nuestra sociedad concentrando la riqueza en cada vez menos manos, dejando al resto de la población solo con su fuerza de trabajo la cual tiene que poner en venta para recibir un salario que en la mayoría de ocasiones no alcanza ni siquiera para la compra de la canasta básica, mucho menos para actividades recreativas que permitan a las personas superarse tanto económica, como espiritualmente. Entender la cuestión de esta forma le dará al movimiento feminista no solo una comprensión más profunda de sus metas que le permita distinguir entre las reivindicaciones falsas que solo juegan dentro los limites mismos de la sociedad que las mantiene atadas y aquellas que verdaderamente generan un cambio de raíz en el problema, sino que también le hará claridad sobre que no se encuentra sola en esta lucha, que junto a ella se encuentra una masa grande y vigorosa de seres oprimidos por este sistema y que por eso mismo pueden entender su lucha y comprometerse con su causa.
Es necesario pues, que la lucha feminista amplié sus horizontes, que involucre en su programa al resto de los sectores sociales que pugnan también por libertad y juntos dar la lucha en un mismo frente en contra de esta estructura social que mantiene en la pobreza y explotación a miles de millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Solo de esta forma, eliminando la explotación no solo de la mujer por el hombre, sino de unos seres humanos sobre otros, podremos encontrar la verdadera emancipación y libertad para toda la raza humana.