Bernardino Vazquez Mazatzi
Escritor y periodista
Los labios están cansados de expresar frases de buenos deseos y los brazos quedaron exhaustos por dar muestras de afecto, real o fingido. Ya se demostró el apego o el afecto o el amor o las apariencias con el obsequio de objetos caros o superfluos. Ha concluido la fiebre por las compras y se ha ingerido cuanto líquido y sólido se haya tenido a la mano. Por unos días o por unos momentos se hizo realidad la magia que trae diciembre… es hora de avanzar, otra vez, a la cotidianidad, a enfrentar la naturaleza humana.
Diciembre fue el pretexto o el motivo para desear o imaginar fortuna, ventura, salud, amor y éxito propio y ajeno, triunfos y aventuras para sí y para los demás, larga vida y un tránsito apacible por el este mundo caótico, peligroso, amenazante e incierto, pero siempre real, posible, deseable, lleno de oportunidades para mucho y para todo, un mundo a veces ingrato e injusto, pero definitivamente real, abierto para el ejercicio de la libertad condicionada y el libre albedrio.
El destino, la suerte, las barajas, las predicciones y los astros no van a hacer realidad nuestros deseos ni harán tangibles nuestros propósitos febriles y las buenas intenciones expresadas al calor del brindis. Nada ni nadie jamás hará algo por convertir las palabras en hechos, no hay varita mágica que convierta los buenos deseos y las luminosas palabras filosóficas en realidad pues el bien o el mal yace o brilla en cada ser humano. No hay destino escrito: somos la cosecha de la siembra; no hay premios ni castigos, sino consecuencias. Somos el eco de nuestra voz y resultado de las acciones o las omisiones.
Ha pasado ya la temporada de la imaginación y ha llegado el momento de hacer algo porque ese mundo construido con palabras se convierta en un lugar digno de la raza humana, en el hogar de una especie que se dice evolucionada e inteligente. No, el mundo no se construye sólo con palabras ni la humanidad sigue los consejos, sino los ejemplos. Es tiempo de hacer, de servir, de caminar y avanzar, de despojarse de falacias e hipocresías, de abanderar la humildad, de saber escuchar, de hacer mutuo el amor, el afecto y la amistad, de poder y llevar la verdad, el consuelo y la música en los labios.
Al finalizar los días de excesos, estridencias y algarabía, llega el tiempo para reflexionar, para orar más que rezar, para hacernos responsables de nuestra obligación ineludible de ser humanos y no sólo seres vivos, de respetar y de demostrar educación. Es ahora y no después cuando tenemos que hacer algo porque se cumplan los deseos recibidos y los expresados en Navidad y año nuevo, la vida y el momento nos exigen y nos suplican convertir las voces en hechos. La realidad no acepta pretextos o ignorancias y el tiempo implacable no espera a nadie. Cada día puede ser el último para mí y para todos. Dejemos huellas y no cicatrices en el cuerpo ni en el corazón de ningún ser vivo.
Dejemos de pensar o creer o imaginar que el cambio de actitud y de pensamiento es tarea de los otros: nosotros somos los otros. No es cierto que la paz y la armonía es tarea de los demás: nosotros somos los demás. De nosotros depende el fin de los vicios y las adicciones, la venta de mujeres y de niños, la muerte como negocio… nunca, bajo ningún pretexto ni argumento seamos oferta ni demanda. La paz no es sólo ausencia de guerra, sino oportunidad tal vez única para avanzar como sociedad y como cultura. Hacen falta abrazos y palabras afectuosas, urge recuperar la confianza en nosotros mismos y es impostergable amar a los niños y a los ancianos.
Para que se conviertan en realidades esos buenos deseos expuestos hasta como ofrenda y sacrificio a conocidos y extraños en días de fiesta tenemos que aprender a respetar creencias, preferencias, religiones, filosofía, condiciones, conocimientos o ignorancias que construyan o que permitan la libertad. Dejemos los rumores y chismes para siempre, hagámonos responsables de nuestro entorno y de nuestro espacio; seamos útiles para nosotros mismos y para la familia, integrémonos a la comunidad y contribuyamos a mejorar nuestro hábitat haciéndolo digno para la especie humana. El amor y las buenas acciones surgen de cada ser.
La educación no es conocimiento únicamente. El amor por el prójimo no sólo lo representan en quienes viven dentro de los templos. La única religión posible, aceptable o deseable es ser buena persona; la civilización e inteligencia de la raza humana se expresan con el servicio individual y colectiva. De nada sirve querer y desear si no se tiene la materia y voluntad para hacer posible la palabra.
Hagamos que el 2025 sea diferente, especial, realidad, ejemplo, pero eso depende de nosotros, de cada uno de nosotros. No tiene caso hacernos los indiferentes ni posponer la acción positiva, mañana o después puede ser demasiado tarde. Hagamos que el amor, la salud y la fortuna de quienes nos rodean se haga realidad, que la humanidad o cuando menos quienes nos conocen conozcan en nosotros el compromiso y la iniciativa para que este sea feliz y próspero año nuevo.